Hay talento en México, ¿y decisión?
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El reciente anuncio de una inversión de mil millones de dólares de Netflix en México representa una oportunidad histórica. Este capital puede fortalecer la infraestructura, desarrollar talento y ofrecer a los cineastas mexicanos la plataforma que merecen. Pero, ¿hasta dónde podemos llegar?
Desde hace años se repite que México tiene la capacidad de convertirse en una potencia científica y tecnológica. Pero el potencial, por sí solo, no transforma economías. Se requiere visión, inversión y un entorno que premie la innovación. El sector privado enfrenta hoy una oportunidad decisiva: adoptar tecnología no solo para ganar competitividad, sino para generar empleos especializados, retener talento y apuntalar una economía basada en el conocimiento. Pero esta transformación no ocurre de manera aislada. Requiere colaboración entre empresas, universidades y gobierno para que la investigación no se quede en el laboratorio, sino que llegue a la vida cotidiana del ciudadano de a pie. Pero para lograrlo, también debemos replantear la forma en que concebimos la innovación. Innovación es más que adoptar tecnología de punta, es crear soluciones con impacto social, económico y ambiental. México necesita un modelo de innovación con propósito, donde el desarrollo tecnológico no sea un fin en sí mismo, sino un medio para resolver los grandes desafíos del país: desde la inclusión financiera hasta la sostenibilidad urbana. Por eso, la llamada “triple hélice” —academia, industria y Estado— debe dejar de ser una aspiración y convertirse en una estrategia activa. ¿Cómo? Facilitando que la ciencia se traduzca en soluciones aplicables, fortaleciendo los vínculos entre centros de estudio y empresas, y apostando por clústeres de innovación regionales donde el desarrollo tecnológico tenga arraigo local. Desde el ámbito público, hay señales que generan expectativa. La presidenta Sheinbaum no solo es científica, sino que ha expresado su compromiso con la ciencia y la innovación mediante la creación de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) y su inclusión en los compromisos clave de su programa de gobierno. Sin embargo, los datos presupuestales matizan ese optimismo. Según la OCDE, México destinará en 2025 apenas el 0.16% del PIB a ciencia, tecnología e innovación: el nivel más bajo desde 2008. Con ese margen, hablar de una transformación real resulta una cuesta arriba.
También es urgente democratizar el acceso a la ciencia. La innovación no puede quedar confinada a unos cuantos polos urbanos o académicos. Integrar a más regiones, sectores y comunidades no es filantropía: es una palanca de desarrollo. La pregunta no es si tenemos talento. Es si estamos construyendo las condiciones para que ese talento florezca. Para ello se necesita más que voluntad: se requieren políticas de largo plazo, incentivos para la inversión en investogación y desarrollo, formación alineada con las necesidades del mercado y una visión compartida entre sectores. Los países que hoy lideran en innovación no lo hicieron por azar, lo hicieron porque tomaron decisiones audaces. Si México quiere dejar de ser una promesa, es momento de pasar de la narrativa al compromiso. Convertirse en potencia no es cuestión de potencial; es cuestión de decisión. ____ Nota del editor: Carlos López Santibáñez es director general de KTSA (KPMG Technology Services Americas). Cuenta con más de 35 años de experiencia en el sector de tecnologías de la información y gestión de proyectos apoyando a diferentes empresas en el diseño e implementación de sus sistemas de gestión empresarial. Síguelo en LinkedIn. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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