Harvard sancionada: ¿castigo ideológico o necesario ajuste de cuentas?

Escribo estas líneas como ex alumno de la business school de Harvard HBS de la cual me gradué en el 98 con un MBA, muy agradecido por la experiencia y preocupado por la evolución reciente de la universidad en la cual fui feliz. 

Las sanciones de la administración Trump contra la Universidad de Harvard, que tanto han escandalizado a las élites ilustradas woke y políticamente correctas de ambos lados del Atlántico, no deberían analizarse desde la cómoda torre de marfil de principios abstractos, sino desde el terreno de la coherencia humanista y democrática. Si bien puede sonar a sacrilegio tocar a una de las instituciones más veneradas del pensamiento occidental, también es cierto que los templos del saber, cuando se convierten en fortalezas ideológicas, que toleran persecuciones raciales, permiten tácitamente el apoyo a organizaciones terroristas, y gozan de finanzas más que opulentes, deben someterse al mismo escrutinio que los ministerios del poder de la republica americana de la cual recibe amplios fondos privilegios y apoyos.

¿Qué es Harvard hoy, sino una noble catedral capturada por su clero antisemita, segregacionista y woke?

Durante siglos, Harvard ha simbolizado lo mejor del modelo americano: excelencia, meritocracia, libertad académica. Pero, ¿qué queda de ese ideal cuando los disidentes ideológicos son marginados, cuando el pensamiento se uniforma bajo el disfraz de “progreso”, cuando el antisemitismo disfrazado de antisionismo se tolera y cuando el acceso deja de depender del talento para depender de la narrativa segregacionista identitaria y racial ? No es populismo, sino rigor crítico, denunciar que en las últimas dos décadas Harvard se ha convertido en una especie de Inquisición antisemita ilustrada: una que persigue herejías silenciosamente, en comités de admisiones y códigos de conducta.

Trump, en su estilo característicamente brutal pero no siempre equivocado, actuó como el niño que señala que el emperador está desnudo. Las sanciones —entiéndase restricciones fiscales, retirada de fondos federales o auditorías sobre admisiones y ahora cancelaciones de contratos entre la universidad y el estado— no son un capricho, sino una advertencia: ningún bastión intelectual americano está por encima de las reglas democráticas que le permiten existir.

Seamos claros: no se trata de censurar la libertad académica, sino de protegerla. Cuando una universidad se convierte en activista, cuando reemplaza el conocimiento por la militancia el racismo y la segregación, deja de ser un espacio de educación y pasa a ser una maquinaria ideológica intolerante e intolerable. En este contexto, las acciones de Trump no representan una revancha conservadora como muchos lo proclaman, pero una necesaria llamada a la rendición de cuentas

Abundancia financiera obscena

Harvard lloriquea por el retiro de subsidios, pero resulta imposible ignorar un dato tan único como revelador ademas de cobrar unas colegiaturas exorbitantes el endowment (fondo patrimonial) de la universidad sobrepasa los 53 mil millones de dólares. ¿Qué otra institución educativa en el mundo ostenta tal nivel de poder financiero mientras reclama ser víctima de políticas públicas? Este nivel de concentración de recursos, lejos de democratizar la educación, ha contribuido a la creación de una élite autorreferencial y blindada a cualquier critica externa, la independencia financiera es buena pero tal grado de acumulación lleva a soberbia.

Segregación racial en la selección de alumnos

Y aún más grave: Harvard ha sido acusada —con crecientes fundamentos legales— de discriminar activamente contra ciertas minorías étnicas (particularmente asiáticos), al mismo tiempo que protege otras en nombre de la “justicia social”. Esta manipulación de los criterios de admisión, lejos de corregir desigualdades, las reproduce bajo nuevas formas de favoritismo ideológico. Los hechos hablan por sí mismo y dieron lugar a juicios. En 2023, la Corte Suprema de EE. UU. falló en contra de las políticas de acción afirmativa de Harvard, concluyendo que su sistema de admisiones discriminaba a estudiantes asiático-americanos al asignarles puntuaciones más bajas en cualidades personales, a pesar de sus altos logros académicos .

Tras este fallo, Harvard reportó una disminución del 4% en la matrícula de estudiantes afroamericanos y un aumento del 2% en la de estudiantes hispanos, mientras que la proporción de estudiantes asiáticos se mantuvo sin cambios . No corrigieron la segregación que están imponiendo en contra de ciertos grupos étnicos para favorecer a otros.

Antisemitismo

Finalmente, no se puede omitir otro aspecto que ha encendido alarmas tanto en el mundo académico como en el diplomático: la creciente tolerancia —cuando no complicidad tácita— de ciertos sectores de Harvard con expresiones de antisemitismo y con manifestaciones de apoyo abierto a organizaciones terroristas como Hamás. Harvard en abril de 2025, publicó un informe de su Grupo de Trabajo Presidencial sobre Antisemitismo en la cual reconoce la situación. Se han documentado casos de acoso y violencia verbal (y en algunos casos física) contra estudiantes judíos en el campus, así como declaraciones oficiales tibias o ambiguas por parte de las autoridades universitarias. Bajo el pretexto de una supuesta solidaridad con causas “progresistas”, se ha legitimado el odio ancestral, disfrazado de postura política. ¿Es esa la libertad de pensamiento que Harvard quiere defender? ¿O estamos ante la normalización de un prejuicio que creíamos desterrado de los centros de conocimiento, un antisemitismo réminiscence del los peores períodos de la academia alemana por ejemplo?

En respuesta a estas preocupaciones, la universidad adoptó la definición de antisemitismo de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) y se comprometió a implementar medidas para proteger a los estudiantes judíos . Pero son mas ruido que nueces y el problema se ha perpetuado.

Conclusiones

Europa, por supuesto, se escandaliza. ¡Tocar a Harvard mon Dieu! Pero en París, en Berlín o en Madrid nadie osa preguntar qué pasaría si una universidad pública europea actuara con el nivel de arrogancia, privilegio financiero y blindaje ideológico woke, antisemistmo rampante, segregación racialmente discriminatoria que Harvard ha desarrollado. ¿No clamarían los mismos defensores del pluralismo por una supervisión más estricta? ¿No exigirían transparencia, diversidad real y responsabilidad fiscal y combate al antisemitismo disfrazado?

El error de muchos analistas fue tomar estas sanciones como un ataque a la cultura, cuando son más bien una forma áspera —sí, torpe si se quiere— de defender el pluralismo que Harvard parece haber abandonado a cambio de una filosofía woke antisionista, segregacionista e intolerante, amparados por su reputación humanista cada vez mas usurpada e inmensos recursos.

Al final, Harvard no será destruida, ni mucho menos. Es demasiado antigua, demasiado rica, demasiado prestigiosa. Pero quizás, por primera vez en mucho tiempo, se ve obligada a mirar su reflejo en el espejo de la democracia estadounidense, ese país contradictorio donde incluso las instituciones más nobles deben rendir cuentas.

Y eso, por más incómodo que parezca, por mas torpe, rudo e irritante que pueda llegar a ser el señor Trump es una buena noticia.

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