Harvard contra Trump

Es difícil encontrar una figura que en el último siglo haya ejercido más poder que Donald Trump. De hecho, apenas transcurridos tres meses desde su asunción, muchos ya se están preguntando cómo frenarlo.

Y es que nuestra relación con el poder es ambigua. Entregamos poder a ciertas personas para que se hagan cargo y resuelvan nuestros problemas y, al mismo tiempo, ponemos límites para que no abusen de él. Eso es la democracia, pero también la relación entre padres e hijos, o entre gerentes generales y directorios. En tiempos críticos, estamos incluso dispuestos a ceder más poder, siempre con la esperanza de recuperarlo después.

El problema se produce cuando quienes reciben ese poder se deslumbran y comienzan a monopolizarlo.

Que esto ocurra en EEUU parecería inverosímil, pero las señales son inquietantes. Por un lado está el caos mundial que Trump ha generado con sus aranceles y, por otro, el intento de reconfigurar el país según una visión ideológica excluyente. Lo primero acapara más titulares, pero lo segundo puede resultar más peligroso. Veamos.

Distinto es lo que Trump está haciendo hacia dentro, porque eso de la eficiencia del aparato público parece cada vez más una excusa para deshacerse de agencias y funcionarios que piensan distinto; y la arremetida en contra de las universidades –bajo pretextos de antisemitismo y falta de control migratorio– parece ser una forma oculta de atacar la autonomía institucional y el pluralismo intelectual.

De ahí la importancia de lo que hizo la Universidad de Harvard la semana pasada, al negarse a cumplir con las exigencias impuestas por la administración Trump, que consideraban, entre varias otras cosas, el control sobre la selección de profesores y el contenido académico. Las represalias no se han hecho esperar, e incluyen la suspensión de financiamiento federal, la orden para eliminar su estatus de exención tributaria, y la amenaza de prohibir la admisión de estudiantes internacionales si no se entregan sus expedientes, lo que llevó a Harvard a presentar una demanda judicial este lunes.

Hasta ahora, universidades, compañías y estudios jurídicos habían optado por acomodarse y evitar los costos de un enfrentamiento con Trump y los ideólogos de MAGA. Harvard no siguió ese camino y decidió levantar la voz y asumir los riesgos.

Es difícil exagerar la importancia que esto tiene en el escenario reinante, porque puede marcar un antes y un después, alentando a otros a hacer lo mismo. Cuando una universidad decide que la libertad académica y la autonomía no se negocian, está diciendo algo más grande: que el poder debe tener límites. Y que todavía hay quienes están dispuestos a pagar el costo por recordarlo.

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