Hans Rosling: arqueólogo de datos y luchador contra la ignorancia

Tuve la fortuna de conocer a Hans Rosling en el año 2000. Yo trabajaba en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, Suiza, y una mañana de invierno, un hombre alto, fornido y de tez blanca pasó frente a mi oficina. Se detuvo de golpe, apuntando con la mirada una hoja pegada en la pared, y me preguntó con esa mezcla suya de urgencia y entusiasmo:
—¿De dónde sacaste esa gráfica?
Era una impresión en color, tamaño carta, que mostraba la relación entre la esperanza de vida al nacer y el producto interno bruto de los países. Una gráfica que me fascinaba, no tanto por su exactitud como por su capacidad para condensar información del mundo entero.
En ese momento no recordaba exactamente su origen, así que le di una pararespuesta:
—La tengo ahí porque me parece increíble que se puedan poner tantos datos del mundo en una sola gráfica… Es un genio quien haya pensado en eso.
—¿Me permites pasar? —dijo sonriendo—. Te cuento más sobre esa gráfica.
Recuerdo que la conversación no planeada duró más de una hora. Fue un diálogo en “inglés rústico”, pues no era la lengua materna de ninguno de los dos, y ahí afloró la pasión por las cifras y el interés por difundirlas que ambos teníamos. Cuando Hans descubrió que estaba hablando con el “custodio” de la base de datos de mortalidad de la OMS (más de 50 años con datos de defunciones por causas y grupos de edad de más de 120 países) su gesto cambió, sin querer había encontrado la mina de datos que buscaba. Por mi parte, conocí detalles del origen de la gráfica en boca de su creador.
Desde ese momento comenzó una relación profesional que duraría 17 años, hasta su muerte.
A lo largo de los años que siguieron, supe de su trabajo como lo que siempre pensé que era: un arqueólogo de datos. Mientras otros se quedaban en la superficie, Hans escarbaba capas y capas de estadísticas históricas, registros dispersos, fuentes olvidadas. No buscaba solo números: buscaba sentido. Descubrí, además, que él guardaba un profundo respeto al trabajo social acumulado que tenían las estadísticas gubernamentales y eso nos identificó aún más.
Con la misma pasión con la que un arqueólogo levanta polvo para encontrar vestigios de civilizaciones pasadas, él reconstruía el devenir de la humanidad a partir de datos dispersos en el tiempo y en el espacio. Pero Rosling no se quedaba en la recolección y curación de datos. Comprendía profundamente que tan importante como contar con datos confiables y bien recolectados es la forma en que esos datos se comunican, se interpretan y se hacen comprensibles para los demás. Y ahí Hans era único: un comunicador nato, un narrador con una rara mezcla de precisión científica y teatralidad didáctica.
Uno de sus recursos más recordados era sobre la comparación que hacía de los conocimientos del mundo, de personas con educación formal con el azar. En una serie de encuestas que él mismo promovía en conferencias y entrevistas, mostraba cómo incluso profesionales con estudios superiores respondían peor que los chimpancés cuando se les preguntaba sobre tendencias globales. Los chimpancés (en sentido figurado), representando al azar, acertaban más. El mensaje no era burla, sino advertencia: cuando el conocimiento humano no está basado en datos, es sistemáticamente erróneo. En sus ejemplos, siempre ponía a los suecos como los peores respondiendo, quizás poque era originario de ese país, e impartía la materia de salud global en el Instituto Karolinska.
Ese espíritu provocador lo llevó a convertirse en un ícono dentro del mundo de la divulgación científica. Dio nueve charlas TED, muchas de ellas legendarias. La primera, en 2006, “las mejores estadísticas que jamás hemos visto” https://shorturl.at/73DiE, fue un parteaguas: usó animaciones dinámicas con la herramienta Gapminder https://www.gapminder.org/ (creación de Ola, Anna y Hans Rosling) para mostrar, cómo la esperanza de vida y el ingreso per cápita habían mejorado en casi todos los países del mundo, desmintiendo creencias arraigadas. En otra charla TED de 2010, “Deja que mi base de datos cambie tu mentalidad” https://shorturl.at/xfjdY, hacía justamente eso: desmontar supuestos y dejar al público boquiabierto con hechos simples pero transformadores. Cada una de esas presentaciones era una conferencia magistral de claridad y de asombro. Hans no solo hablaba para informar: lo hacía para reconfigurar la forma en que las personas pensamos el mundo teniendo datos.
En 2014, junto con su hijo Ola Rosling dio la charla TED que considero su mejor lección “Como no ser un ignorante del mundo” https://shorturl.at/GQKPl. En esa presentación —llena de humor, precisión y afecto— padre e hijo desmontaron en tiempo real los sesgos y prejuicios de las personas al responder preguntas sobre la situación del mundo. Fue un acto pedagógico y profundamente humano: mostraba que se puede aprender sin humillar, corregir sin imponer.
De esa experiencia y muchas otras nació el libro Factfulness: Ten Reasons We’re Wrong About the World – and Why Things Are Better Than You Think (la traducción al español lo titula “Factfulness: Diez razones por las que nos equivocamos sobre el mundo y por qué las cosas están mejor de lo que piensas”), publicado póstumamente en 2018. Inició su escritura Hans y la concluyeron Ola y Anna Rosling. En él sistematizan los “diez instintos” que nos llevan a distorsionar la realidad y a pensar en forma catastrófica: el instinto del miedo, de la brecha, del destino, de la generalización… El libro no solo ofrece datos e historias, también presenta herramientas mentales para interpretar la realidad de forma más justa, más serena e informada. Es, en muchos sentidos, un manual para la ciudadanía global del siglo XXI.
A veces me pregunto qué haría Hans Rosling en 2025. En un mundo saturado de datos pero también de desinformación. Donde las plataformas amplifican emociones más que evidencias, y donde la inteligencia artificial puede fabricar verdades sintéticas con apariencia de certeza. Tal vez haría lo mismo que hacía entonces: nos invitaría, como lo hizo conmigo esa fría mañana en Ginebra, a detenernos frente a una gráfica, a preguntarnos por su origen, su sentido, su narrativa oculta. Y luego, con esa mezcla suya de ironía y esperanza, nos recordaría que conocer el mundo es una tarea inacabada, pero urgente.
No conozco una regla para las fechas en que se debe escribir un texto in memoriam. Hans Rosling (1948-2017) partió a los 69 años. Cambió de estar en el denominador a ser parte del numerador de uno de sus indicadores preferidos: la tasa de mortalidad. Y aun así —o quizás por eso— sigue enseñándonos algo esencial: que el mundo se entiende mejor cuando dejamos que los datos nos sorprendan, nos corrijan y, con suerte, nos hagan un poco menos arrogantes. Como él mismo dijo alguna vez: “El mundo no se puede entender sin números, pero no solo se puede entender usando números.”
Nota: Este texto fue escrito por alguien que tuvo el privilegio de conocer a Hans Rosling en el ámbito de los datos y la salud global. Más que una semblanza, es una conversación que continúa.
*Profesor Titular del Dpto. de Salud Pública, Facultad de Medicina, UNAM y Profesor Emérito del Dpto. de Ciencias de la Medición de la Salud, Universidad de Washington.
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