Gaza: colapso ético
Los estragos visibles de la política de muerte y crueldad impuesta en Gaza por el gobierno de Israel han rebasado los límites de tolerancia de una “comunidad internacional” dispuesta en gran medida a justificar la sistemática destrucción de un territorio y el aniquilamiento gradual, en cuerpo y espíritu, de su población. Las crecientes condenas, tardías, al uso del hambre como arma de guerra empujaron al gobierno israelí a modificar su política de bloqueo a la distribución de alimentos por parte de Naciones Unidas y ONGs con experiencia en esta compleja tarea, durante “pausas” diurnas a la destrucción. Este gesto, insuficiente, quizá evite la muerte masiva de medio millón de personas que ya sufren los estragos de una hambruna extrema (nivel 5, según la ONU), si se garantizan y amplían las condiciones para que, en efecto, los alimentos lleguen en cantidades suficientes a la población. Desgraciadamente, mucho del daño ya provocado por la desnutrición es irreparable.
La desnutrición no sólo implica pérdida de peso. Debilita el sistema inmune, daña el desarrollo cerebral en bebés y niños/as, provoca partos prematuros en mujeres desnutridas, mina la vida de generaciones enteras. En las pocas clínicas y hospitales que siguen funcionando en Gaza, el personal médico, que también pasa hambre, debe enfrentar emergencias crecientes con recursos precarios. A menudo carece de combustible para echar a andar los quirófanos, de agua potable, de medicamentos básicos, de fórmula para bebés. Según Médicos sin Fronteras, 25% de las mujeres embarazadas y de los niños/as de 6 meses a 5 años que han atendido están desnutridos. Su personal ha tenido que usar una sola incubadora para hasta cinco bebés prematuros, pese al riesgo de infecciones. Los escasos servicios médicos están desbordados.
Esta emergencia humanitaria no es producto de un desastre natural. Ha sido provocada por un gobierno que convirtió una guerra defensiva en una campaña de exterminio; un gobierno que, tras acumular impunemente crímenes de guerra ante la indiferencia del mundo, rebasó todo límite. Las atrocidades de Hamas en 2023 no pueden justificar las atrocidades israelíes en Gaza. Combatir a una organización terrorista no justifica estigmatizar y deshumanizar al pueblo palestino como lo hicieron ministros israelíes desde el inicio. Nada justifica el bombardeo sistemático de hospitales, escuelas, mezquitas, iglesias. La transformación de ciudades en ruinas, de los campos en páramos, el asesinato de al menos 60,000 personas, las heridas y mutilaciones a más de 150,000 seres humanos, en su mayoría mujeres y niños/as son pruebas innegables de un afán exacerbado de destrucción. La actual hambruna, el sufrimiento indecible de dos millones de personas son responsabilidad de un gobierno guiado por el afán de dominación, el racismo y el desprecio por el marco jurídico internacional. El terror no puede enfrentarse con terror.
El colapso ético de la humanidad hoy patente en Gaza es también responsabilidad de los gobiernos que, por su alianza con la “única democracia” en Medio Oriente, actúan como cómplices. La colusión de Trump, cuya política anti-inmigrante alienta violaciones sistemáticas de derechos humanos en su propio país, ha sido explícita. La Unión Europea decidió desoír peticiones masivas de su ciudadanía y seguir vendiéndole armas al gobierno de Israel aunque, según sus propias investigaciones, éste haya cometido graves violaciones de derechos humanos. Sus posteriores lamentaciones son palabras huecas.
Ayer, dos organizaciones israelíes de derechos humanos se atrevieron a ponerle a la ofensiva en Gaza el nombre que, por meses, muchos medios han evitado: genocidio. Según el historiador israelí Omer Bartov, experto en el tema entrevistado por el NYT, un genocidio no consiste sólo en matar a una proporción significativa de una población, sino también en destruir la infraestructura vital, educativa y cultural de ese grupo, con el fin de hacerle imposible la vida y la reconstrucción de su identidad étnica, religiosa o de grupo. Eso está sucediendo.
Llámesele o no genocidio, la sistemática destrucción de Gaza nos interpela: ¿qué clase de humanidad somos?