Finanzas descentralizadas: puertas abiertas, nuevas barreras

Las finanzas descentralizadas (De Fi en inglés), se han instalado en la conversación pública reciente junto con el bitcoin y la inteligencia artificial. Aunque ya no son novedad, aun siguen siendo un proyecto un tanto lejano para la mayoría de nosotros.

En esencia, las De Fi se presentan como un ecosistema financiero cuya principal característica es que son los propios usuarios quienes intercambian activos y ofrecen los servicios financieros (transferencias, seguridad, mantenimiento de la plataforma y servidores). No es un ambiente fácil de comprender, pues realmente parten de un ecosistema además de ajeno, fuera de las reglas y componentes tradicionales que conocemos: como la banca o las leyes.

Esta arquitectura trae ventajas evidentes. La primera es soberanía del usuario: al no existir una autoridad central, la custodia y el control de los activos recaen en quien los posee. La segunda es acceso: la participación no depende de un historial crediticio o de pertenecer al sistema bancario formal. Es decir, la puerta está abierta.

Pero aquí aparece el primer espejismo: abrir la puerta no equivale a remover barreras. Si las barreras a la entrada son conocimientos técnicos, exposición a alta volatilidad, riesgos de ciberseguridad y la posibilidad de perderlo todo por un error de custodia, entonces hemos trasladado a los individuos la carga que antes asumían los intermediarios regulados (soporte, seguros, cumplimiento normativo). La promesa de inclusión puede volverse una trampa por otras vías.

Aparte de los pro, también hay contras: no existe autoridad que pueda mediar entre usuarios. Sin una entidad que medie disputas o repare daños, los fraudes y hackeos son parte del riesgo sistémico del sector. A esto se suma una brecha de adopción: el universo de usuarios capaces de navegar llaves privadas, wallets, firmas y protocolos es menor, y más limitado que el de quienes “simplemente” usan internet o banca móvil.

Conviene ser precisos sobre el estado actual de uso. El caso de uso dominante de sigue siendo el intercambio de criptoactivos, con bitcoin y Ethereum como referentes. La utilidad social y la rentabilidad sostenible de estas aplicaciones dependerán, en buena medida, de que crezca una participación informada y de que los riesgos sean gestionados y entendidos con amplia participación y claridad.

Hay un ángulo que no puede perderse de vista: la inclusión con perspectiva de género. Si las De Fi quieren cumplir su promesa, debe cerrar las brechas que reproduce el mundo físico: acceso a formación técnica, redes, financiamiento y liderazgo. En ese sentido, vale mirar iniciativas que actúan donde más duele: SheFi, por ejemplo, abre su Cohort 16 para formar y acompañar a mujeres jóvenes en cripto y DeFi. No es filantropía; es estrategia. Un ecosistema con más diversidad es un ecosistema más seguro, más intuitivo y más robusto.

Las DeFi no son la panacea y distan mucho de abrir el sector financiero tan ampliamente como lo promete. Me parece que es un laboratorio con innovaciones valiosas y riesgos reales. Si queremos que más personas se integren al movimiento, es sumamente importante ampliar la alfabetización digital y financiera que no deje a nadie atrás. Solo entonces la puerta abierta conducirá a un sistema verdaderamente más amplio no a un pasillo de espejismos.

Mitzi Pineda es Maestra en Políticas Públicas por el CIDE, actualmente se desempeña como asesora en la Secretaría de Energía del Gobierno de México. Integrante de la UER sobre Sociedades del Conocimiento y Educación del COMEXI.

Cohort 13 del curso She Fi: en www.shegi.org

admin