“Estos aranceles amenazan nuestra supervivencia”, el drama de miles de pymes
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Jeffrey Savoca mira su taller vacío. Son 40 años de fabricar zapatos en Mount Joy, Pensilvania. Sin previo aviso, enfrenta la posibilidad de cerrar. No puede competir con los aranceles ni reinventar su cadena de suministro de la noche a la mañana. “No tengo tiempo para cambiar de proveedor ni para construir una fábrica”. Como él, miles de pequeños empresarios ven cómo se apagan sus sueños. Los aranceles, presentados por el presidente Donald Trump como una política protectora, se convirtieron en una trampa para quienes menos margen tienen: las pequeñas empresas.
¡Los aranceles pueden arruinarnos a nosotros y a nuestra industria! “No se vislumbra un final feliz si los aranceles se mantienen”.
El suyo no es un caso aislado, porque 97% de los importadores estadounidenses son pequeñas empresas. Según la Cámara de Comercio de Estados Unidos, muchas apenas cuentan con flexibilidad financiera. Cada aumento de costos puede significar la quiebra para muchas, como constan las decenas de testimonios de la Cámara. En la fábrica de bicicletas de Eugene, Oregón, el silencio pesa más que el acero. Hanna Scholz, presidenta de Bike Friday, mira las líneas de producción semivacías. “Hemos perdido entre 30% y 40% de nuestros clientes, incluso los pedidos de nuestros clientes estadounidenses disminuyeron debido a la preocupación por la economía. Nuestros costos han subido”. Durante 33 años su equipo moldeó bicicletas a mano. Ahora, los pedidos escasean. Los clientes temen por la economía. Las piezas clave ya no llegan. Los aranceles cayeron como un hachazo sobre miles de pequeños emprendedores. No fue el costo en sí lo que desestabilizó a Pete Barlie, presidente de Daniel Paul Chairs, en Tennessee. Fue la incertidumbre. “¿Cómo podemos determinar el costo o si los materiales estarán disponibles?”, pregunta. Debe comprometer entregas con seis meses de antelación, sin saber a qué precio ni en qué condiciones. Valerie Bressler sintió el golpe en la aduana. Su pedido de abrazaderas metálicas, transportado por mar, llegó días después de la entrada en vigor de un arancel de 25% al acero europeo. El impacto fue inmediato: un cargo inesperado de 8,700 dólares, más las tasas habituales. “Un duro golpe para una pequeña empresa familiar”, resume la propietaria de VB Hose Clamps, en Florida. La amenaza no solo golpea a las manufactureras. Bernie Waruru, fundador de Berngo Safaris, en Michigan, vive de la confianza internacional. Tras los aranceles, varios clientes europeos cancelaron reservas. “No son solo económicos, afectan la percepción y las alianzas.” Invirtió 5,000 dólares para atraer clientes locales. En Anacortes, Washington, Andrew Fraser parecía estar a punto de dar el gran salto. Su empresa Bunnies By The Bay logró un acuerdo con una cadena de supermercados. Hasta que el precio de sus productos subió por los aranceles. El comprador suspendió el pedido. “Si se cancela, la pérdida será catastrófica.” Ya invirtió en producción. Ya pidió préstamos a su comunidad. Ahora, espera. “Estos aranceles amenazan nuestra supervivencia. El 5 de mayo de 2025 se despidieron seis empleados”, dice Fraser. Los pequeños fabricantes, advierte la Cámara, son los más vulnerables. Muchos dependen de componentes específicos que no se producen en Estados Unidos. Si los aranceles los encarecen, sus productos pierden competitividad. El impacto se acumula. Derek Beaudoin, de Annalee Dolls en New Hampshire, ve cómo su empresa de 90 años atraviesa un proceso de reestructuración. Los mayoristas cancelaron pedidos. Joann Cartiglia, fundadora de The Queen’s Treasures, enfrenta un desafío similar. Su empresa de juguetes depende de una cadena de suministro global. “Estados Unidos no cuenta con fábricas que produzcan para otros ni con la capacidad de reequipar maquinaria constantemente.” No se trata de falta de innovación. El relato que emerge de estas voces no habla de grandes multinacionales. Habla de emprendedores que sostienen negocios familiares. Detrás de cada porcentaje arancelario hay nombres, historias y empleos. Y en cada taller vacío, en cada pedido suspendido, se apaga un poco más la vitalidad de la economía local que estas pequeñas empresas representan. “Miles de pequeñas empresas como la mía no podremos sobrevivir a los abrumadores aranceles”, sentencia Joann Cartiglia.
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