Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares

“La medida de una sociedad se encuentra en cómo trata a sus ciudadanos más débiles e indefensos.” Martin Luther King Jr.

Recientemente, el INEGI publicó los resultados de la nueva Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), basada en el levantamiento de datos realizado en 2024.

Esta encuesta, que se lleva a cabo cada dos años, permite conocer cómo vivimos, cómo gastamos, de dónde provienen nuestros ingresos y (a veces) cómo ahorramos los mexicanos. Los datos muestran la persistencia de la desigualdad en nuestro país, que es causa y efecto de los fenómenos estructurales que han mantenido limitado tanto el crecimiento económico como el desarrollo integral.

De acuerdo con la nueva encuesta, el ingreso corriente promedio mensual por hogar aumentó a 25,955 pesos, un crecimiento del 10.6% respecto a 2022. Pero los promedios pueden ser engañosos, aunque en este caso muestran claramente el bajo nivel de ingreso promedio mensual de los hogares en nuestro país.

Si entramos en detalles, recordando que la encuesta divide a los hogares en 10 partes iguales (deciles), el decil 10, que representa a los hogares de mayor ingreso, tiene un ingreso promedio trimestral de 210,000 pesos, es decir, poco más de 70,000 pesos mensuales. Recordando que este grupo corresponde al 10% de los hogares con mayor ingreso y que acumulan los ingresos de varios miembros de la familia. El siguiente decil, número 9, es decir, el segundo de mayor ingreso tiene un ingreso aproximado de la mitad del de los hogares más ricos, mientras que el 10% de los hogares más pobres tiene un ingreso que no alcanza a representar siquiera el 2% de los ingresos de los hogares más ricos.

Aunque la brecha se ha reducido ligeramente desde 2016, la diferencia entre el decil 10 y el resto de los deciles sigue siendo sumamente elevada.

La ENIGH muestra que, en promedio, el 37.7% del gasto corriente monetario se destina a alimentos, bebidas y tabaco. Pero, evidentemente, en los hogares de menores ingresos, este porcentaje es aún mayor (cerca del 90%). Los que tienen menos, tienen menos para invertir en educación, salud o vivienda, elementos fundamentales para la generación de riqueza y bienestar en los hogares.

Después de los alimentos, el transporte y las comunicaciones representan el 19.5% del gasto total promedio. En este caso, también los hogares de menor ingreso destinan una proporción mayor de su gasto a estos conceptos. Este aspecto es particularmente relevante en las grandes ciudades, donde las características de la movilidad urbana provocan que la mayoría de las personas y familias de bajos ingresos tengan que recorrer mayores distancias en promedio para acceder a sus centros de trabajo y de regreso a sus hogares. La carencia, en muchos casos, de un buen sistema de transporte público y opciones limitadas de conectividad generan un efecto negativo, no solo a nivel económico, sino también en la calidad de vida.

La ENIGH también revela otros factores de desigualdad: las mujeres ganan menos que los hombres (7,905 pesos vs. 12,016 pesos), y las personas de origen indígena tienen menores ingresos que el resto de la población. Esto está asociado a condiciones estructurales, como la brecha salarial en el caso de las mujeres, o a la falta de oportunidades educativas que favorezcan a las comunidades indígenas en el acceso a empleos mejor remunerados.

En términos geográficos, Nuevo León y la Ciudad de México encabezan la lista de ingresos más altos, mientras que Guerrero y Chiapas se rezagan. La desigualdad no solo divide a los hogares, sino también a las regiones. El crecimiento económico regional también es causa y efecto: regiones históricamente con bajo crecimiento atraen menos inversiones y presentan deficiencias estructurales, por ejemplo, en infraestructura de comunicación y transporte, lo que perpetúa el atraso. Es evidente que los intentos anteriores de crear zonas de desarrollo en estas regiones rezagadas han sido poco exitosos.

También contribuyen a este rezago la falta de oportunidades, que propicia altas tasas de migración desde estas regiones, acentuando aún más la debilidad económica de estos estados.

Retomando los planteamientos del premio Nobel de economía Angus Deaton, dos de los pilares fundamentales para combatir la pobreza y, en consecuencia, los efectos más perniciosos de la desigualdad son la salud y la educación.

Contar con sistemas públicos y privados que contribuyan a ampliar la infraestructura en salud y atender los graves problemas epidemiológicos que afectan particularmente a los niveles de menor ingreso es fundamental para evitar crisis sanitarias que tengan un impacto financiero en los hogares. De igual manera, la creación de infraestructura educativa, claramente alineada con las demandas y requerimientos del mercado laboral —que hoy son más cambiantes que nunca— también es esencial para ampliar las posibilidades de mejorar los ingresos de sectores de la población que hoy tienen oportunidades limitadas de crecimiento.

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