Empresas 'antifrágiles' en un contexto de riesgos crecientes

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México y el mundo atraviesan un momento en el que la incertidumbre dejó de ser excepción para convertirse en norma. Las crisis ya no llegan en oleadas, sino en tormentas simultáneas: tensiones geopolíticas, disrupciones tecnológicas, volatilidad económica y desafíos éticos que ponen a prueba la credibilidad de las organizaciones. En este contexto, la resiliencia , esa palabra que durante años se convirtió en mantra corporativo, ya no basta. Resistir no es suficiente cuando el entorno exige evolucionar.

El nuevo liderazgo empresarial se define por una cualidad distinta: la ‘antifragilidad’. Ser ‘antifrágil’ no significa ser invulnerable, sino aprovechar el caos para fortalecerse. Es pasar de apagar incendios a encender motores. En un entorno de permarriesgo , donde las crisis no solo se repiten sino que se retroalimentan, las compañías que prosperarán no serán las que soporten mejor el golpe, sino las que aprendan más rápido a anticiparlo. Un reciente análisis de riesgos realizado en México confirma esa urgencia. Cerca del 90% de los asuntos de riesgo identificados en las principales industrias del país se ubican en niveles graves o críticos, una cifra que revela que la vulnerabilidad no es una excepción, es la norma. La exposición no solo se mide en pérdidas financieras, sino en reputación, confianza y licencia social para operar. De hecho, la principal fuente de fragilidad para las empresas mexicanas no está en sus balances, sino en sus valores: la integridad, entendida como ética, transparencia y coherencia, concentra casi un tercio de los riesgos reputacionales detectados. A eso se suman dos amenazas transversales que atraviesan todos los sectores: la inseguridad y la corrupción. Con niveles de rechazo ciudadano superiores al 90%, estos factores deterioran la confianza hacia empresas e instituciones y amplifican el impacto de cualquier crisis. Las cifras varían entre industrias, pero el panorama es claro: la fragilidad es estructural. En el sector primario, más del 95% de los riesgos tienen potencial de daño significativo y están ligados a la integridad o la contribución social. En el secundario, manufactura y energía enfrentan una presión creciente por ética corporativa, seguridad y sostenibilidad; y en los servicios, el desafío gira en torno a la confianza digital, con fraudes y pérdida de credibilidad como detonantes recurrentes. México es hoy un laboratorio donde los riesgos operativos, sociales y reputacionales se entrelazan, exigiendo respuestas ágiles y coordinadas. Pero más allá del diagnóstico, lo importante es entender qué hacer con él. La ‘antifragilidad’ no se construye desde la defensa, sino desde la acción. Ser ‘antifrágil’ exige una nueva mentalidad en las organizaciones mexicanas, una que integre tecnología, escucha social y propósito. Que entienda que el mapa de riesgos ya no se dibuja solo desde los indicadores internos, sino desde las expectativas externas de los grupos de interés. Que vea en la vulnerabilidad no una amenaza, sino un espejo de lo que debe transformarse.

El reto no es menor. Exige líderes capaces de anticipar, de comunicar con claridad y de reconstruir la confianza en cada paso. En este sentido, la gestión del riesgo deja de ser una disciplina técnica para convertirse en un ejercicio de liderazgo que debe ser adoptado por todos, o por lo menos, por quienes quieran quieran salir fortalecidos de este contexto cada vez más incierto. ____ Nota del editor: David González Natal es Socio y Director General para LATAM Norte de LLYC. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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