El sorprendente avance de la libertad en Argentina

El pasado domingo 26 de octubre, el partido oficialista en Argentina, La Libertad Avanza (LLA), logró un triunfo significativo en las elecciones legislativas, mediante las cuales se renovaron aproximadamente la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. LLA fue el partido más votado a nivel nacional, con más del 40% de los sufragios, lo que le permitirá duplicar su número de diputados y triplicar el de senadores. Si bien no contará con mayoría en ninguna de las dos cámaras, este resultado refleja un fuerte respaldo popular a la gestión del presidente Milei y le permitirá profundizar su proyecto de nación, con una propuesta abierta, decididamente capitalista y alineada con el bloque favorable a los Estados Unidos en sus relaciones exteriores.

Cuando Milei llegó al poder, la situación de Argentina era de crisis: la actividad económica venía cayendo con fuerza, mientras la inflación alcanzaba un 1.5% diario —en rumbo a un difícil de imaginar 17,000% anual—, lo que había llevado al 42% de la población a la pobreza y al 12% a la indigencia. Durante su gestión, la inflación ha disminuido drásticamente, a un 2% mensual, y las estimaciones más recientes del Fondo Monetario Internacional anticipan que la economía crezca 4.5% este año y 4.0% en 2026, después de haberse contraído 1.3% en 2024. Este crecimiento sería el más alto entre las economías grandes de Latinoamérica y está muy por encima del 1.0% al 1.5% esperados en México. En un año y medio, la población en pobreza disminuyó en 10 puntos porcentuales (en contraste, en México fueron necesarios seis años para lograr una reducción similar).

La clave para que la inflación pudiera bajar fue controlar el gasto público desbordado, que había resultado en un déficit fiscal y cuasi fiscal monetizado por el Banco Central equivalente a 15 puntos del PIB. En unos cuantos meses, Milei logró poner orden en las finanzas públicas, consiguiendo por primera vez en la historia reciente un superávit fiscal. Para lograrlo, su equipo tuvo que hacer un fortísimo recorte del gasto público del 30% en términos reales. En lugar de reducir el déficit de manera gradual —como ya lo había intentado el presidente Macri y como recomendaría la mayoría de los economistas—, Milei apostó por un ajuste contundente y decidido, declarando repetidamente que el equilibrio fiscal y el superávit son principios “no negociables” para su gobierno, considerándolos la piedra angular de su plan económico y la base para la estabilidad y el crecimiento del país.

Muchos críticos afirman que “la gente no come de disciplina fiscal”. Tienen razón: finanzas públicas sanas son condición necesaria pero no suficiente para el crecimiento. Por eso, el otro pilar del plan de Milei ha sido un decidido esfuerzo de desregulación y privatización de empresas estatales, enfocado en reducir la intervención del Estado, flexibilizar mercados y eliminar trabas burocráticas para fomentar la inversión productiva y, con ella, el crecimiento sostenible, el empleo y la mejora de los salarios.

Desde el inicio de la gestión de Milei, la oposición en el Congreso ha obstaculizado sus reformas regulatorias más ambiciosas e intentado dinamitar los esfuerzos de disciplina fiscal, minando la confianza para la inversión de largo plazo y causando una enorme inestabilidad financiera. Esta se profundizó con los resultados de las elecciones locales en Buenos Aires, en septiembre, que parecían anticipar una derrota del partido de Milei en las elecciones generales de octubre. Todo esto ocurrió en el contexto de un país que todavía no puede acceder a los mercados de capitales, por lo que Milei tuvo que recurrir al apoyo de liquidez del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos para mantener la estabilidad.

Sin duda, el costo de los ajustes ha sido elevado, y el propio Milei advirtió desde el inicio que sería necesario un gran esfuerzo para regresar a Argentina a la senda del crecimiento, después de décadas de buscar atajos que eventualmente terminan en crisis. Como decía el gran pensador del siglo XIX, Frédéric Bastiat, “el mal economista persigue un beneficio inmediato que será seguido de un gran mal en el futuro, mientras que el verdadero economista persigue un gran bien para el futuro, aun a riesgo de un pequeño mal presente”.

Lo sorprendente, por lo tanto, no es que las decisiones económicas de Milei estén funcionando —aunque todavía falte mucho camino por recorrer—. Su plan, basado en finanzas públicas sanas y en la disminución de las trabas gubernamentales a la actividad económica, en un entorno de seguridad y confianza que incentiva el trabajo duro, el ahorro y la inversión, es el que a lo largo de la historia ha sido la base del progreso y el desarrollo de las naciones.

Lo sorprendente es que Milei haya tenido la habilidad política para no solo haber sido elegido y mantenerse en el poder, sino para haber conseguido un claro mandato que le permita continuar y profundizar su camino reformista. Cuando Milei fue elegido presidente, muchos atribuyeron su triunfo a la desesperación de la población en un entorno de crisis profunda, que llevó a optar por una propuesta “populista”, sin ser plenamente conscientes de sus implicaciones. La expectativa era que su “extremismo” causaría un gran descontento y un repudio a sus políticas.

La gran lección de las elecciones del domingo pasado es que un mensaje claro y coherente, bien fundamentado en propuestas sensatas y ejecutado con capacidad técnica, puede recibir el apoyo de la ciudadanía, sin tener que recurrir a falsas promesas, dádivas gubernamentales y al canto de sirena del clientelismo populista, que tanto daño han hecho a Argentina y al resto de Latinoamérica.

*El autor es profesor y director del área de Entorno Económico de IPADE Business School.

X: @RRamirezdeAlba

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