El silencio cómplice
Hace poco más de una semana, las autoridades de nuestro país anunciaron el más grande golpe dado contra la corrupción en lo que va del gobierno de la doctora Claudia Sheinbaum: la aprehensión de 14 personas, entre ellas un vicealmirante de la Secretaría de Marina, cinco marinos en activo, exfuncionarios de aduanas y empresarios, todas ellas involucradas en el tráfico ilegal de hidrocarburos lo que ha sido llamado: huachicol fiscal. El vicealmirante que encabezaba la banda, Manuel Roberto Farías Laguna, así como su hermano y cómplice, el hoy prófugo contraalmirante Fernando de los mismos apellidos (verdad de Perogrullo que a la mano cerrada llamaba puño) son sobrinos del que fuera secretario de Marina en el sexenio pasado, el almirante Rafael Ojeda Durán.
La fábrica de los eventos que en nuestro país trabaja diariamente tres turnos de ocho horas los 7 días de la semana, produjo que el pasado viernes fuera capturado en Asunción Paraguay, Hernán Bermúdez Requena, presunto líder del grupo criminal “La Barredora”, exsecretario de Seguridad de Tabasco durante el gobierno del hoy senador, excandidato presidencial en sus ratos libres, Adán Augusto López Hernández.
Tanto el almirante de los sobrinos incómodos como el senador que hizo secretario de seguridad a un individuo señalado por presuntos abusos de poder, enriquecimiento ilícito, vinculado a la extorsión y ligado al Cártel Jalisco Nueva Generación, pertenecen al club de los callados, a la asociación de mudos, cuyo lema es: “En boca cerrada no entran culpas”.
Uno podría pensar que un hombre de mar, como el almirante Ojeda, acostumbrado a enfrentar tormentas, debería ser el primero en salir a cubierta a dar la cara, pero no; el almirante eligió la prudencia de un submarino en aguas enemigas.
Por el otro lado el senador de Morena, ante el inminente encarcelamiento de su colaborador Bermúdez prefirió emitir un ‘comunicado de prensa,’ que habla de él pero que no lo firma nadie. Un texto escrito en tercera persona que comentaré entre paréntesis. Comienza por decir: “Ante la reciente detención del exsecretario de Seguridad en Tabasco, Hernán Bermúdez Requena, el Senador Adán Augusto López Hernández reiteró enérgicamente (¿cuándo lo expresó por primera vez?) su compromiso con la justicia y recordó que ha sido él mismo quien solicitó (no lo hizo público por modestia) que se investigue a fondo este caso y subrayó su disposición plena para comparecer ante las autoridades cuando así se lo requiera” (sic singular). (A disposición plena siempre y cuando sea en silencio).
En el resto del escrito apócrifo no se vuelve a mencionar al presunto delincuente Bermúdez, sino que el texto se convierte en un ataque directo contra el senador panista Anaya, “quienes hoy piden investigaciones, que empiecen por responderle al pueblo de México si ya se determinó el no ejercicio penal en las averiguaciones en las que está involucrado el propio Ricardo Anaya (…) Los mismos que hoy exigen transparencia, como Anaya, fueron los que guardaron silencio cómplice cuando no se investigaron los sospechosos accidentes en los que perdieron la vida el exsecretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, y Ramón Martín Huerta. En aquel tiempo, Ricardo Anaya y su partido eligieron proteger a los suyos antes que decirle la verdad al país”.
El argumento esgrimido por López Hernández y/o su amanuense me parece pueril. Es como decirle a un americanista: Perdió el América y que este conteste: Sí, pero también perdieron el Necaxa y el Puebla.
Aquí no hay encubrimiento, lo que hay es silencio selectivo, que es como encubrir, pero con austeridad republicana.
En mi modesta opinión, ambos casos revelan una constante en la política mexicana: el blindaje entre aliados, el pacto del silencio, el cálculo político que antepone lealtades personales a la rendición de cuentas. Y mientras tanto los ciudadanos seguimos esperando que alguien se atreva a barrer las escaleras de arriba hacía bajo.
Punto final
Eslogan de moda: “El cohecho en México está mejor hecho”.