El problema del mercado de los bonos

El problema del mercado de los bonos

El miércoles 21 de mayo, los mercados financieros volvieron a estremecerse, recordando cuán frágil puede ser la confianza en tiempos de incertidumbre económica. Wall Street sufrió pérdidas significativas: el Dow Jones retrocedió más de 2%, mientras que el Nasdaq cayó casi 3 por ciento. Europa no se quedó atrás; índices como el DAX alemán y el CAC francés registraron descensos similares, reflejando una ola global de preocupación. El detonante fue una subasta especialmente débil de bonos del Tesoro estadounidense a 20 años, cuyo rendimiento superó el simbólico nivel de 5%, algo no visto desde hace décadas.

La mecánica detrás de esta subasta explica la gravedad del asunto. Cuando el Tesoro de Estados Unidos emite bonos, invita a los inversionistas a presentar ofertas en términos de la tasa de rendimiento que exigen para adquirir estos títulos. Si la demanda es robusta, la tasa requerida será relativamente baja, indicando confianza en la sostenibilidad fiscal del país. Pero cuando la demanda flaquea, como ocurrió esta vez, el gobierno se ve forzado a aceptar tasas mucho más altas para colocar su deuda, revelando una desconfianza creciente en la capacidad de Estados Unidos para administrar su gigantesca deuda pública.

Este episodio devuelve al centro del debate una herramienta que parecía relegada al pasado reciente: el quantitative easing (QE). Este mecanismo, empleado por la Reserva Federal (Fed) desde la crisis financiera de 2008, consiste en la compra masiva de bonos por parte del banco central para inyectar liquidez, reducir las tasas de interés a largo plazo y estimular la recuperación económica. El QE fue crucial para estabilizar los mercados financieros tras el colapso de Lehman Brothers y, más recientemente, durante la pandemia de Covid-19, permitiendo sortear lo peor de la crisis sanitaria y económica.

Sin embargo, el QE no es una solución sin controversias. Sus defensores destacan que, sin esta intervención extraordinaria, las crisis económicas habrían sido mucho más severas y prolongadas, con daños estructurales difíciles de reparar. Por otro lado, sus críticos advierten que las enormes cantidades de liquidez creadas artificialmente distorsionan los mercados financieros, inflan los precios de los activos, y fomentan especulaciones irresponsables. Además, sostienen que al facilitar indirectamente la emisión constante de deuda pública, el QE erosiona la disciplina fiscal y crea incentivos perversos para gobiernos que prefieren endeudarse antes que enfrentar reformas necesarias.

Hoy, con la inflación aún lejos del objetivo del 2% establecido por la Fed, el retorno al QE implicaría asumir riesgos significativos, especialmente el de exacerbar la inflación y socavar la credibilidad del banco central estadounidense. Pero mantenerse al margen tampoco es sencillo: el riesgo de una crisis financiera extendida es real y podría obligar nuevamente a la Fed a intervenir más temprano que tarde.

La cuestión de fondo sigue siendo la misma desde hace décadas, aunque rara vez se discute con franqueza en Washington: ¿hasta cuándo podrá Estados Unidos mantener su actual trayectoria de endeudamiento crónico, financiado por una confianza del mercado cada vez más endeble? Lo ocurrido esta semana en la subasta de bonos a 20 años podría ser el primer indicio serio de que los inversionistas empiezan a dudar. Quizá, finalmente, ha llegado la hora de que Estados Unidos enfrente –con seriedad y determinación– la dura realidad fiscal que por demasiado tiempo ha preferido ignorar.

admin