El peor socio no es el tóxico… es el cómodo

El peor socio no es el tóxico… es el cómodo

Cuando uno quiere emprender por primera vez, lo más común no es buscar capital. Es buscar compañía. Alguien que te dé confianza y seguridad; que te dé la sensación de que no estás solo. Y es normal, porque cuando la incertidumbre abruma, uno no busca estrategia… busca una tabla en medio del mar.

Yo lo hice. En mi primer emprendimiento me asocié. En el segundo también. Y en el tercero, lo mismo. Cada experiencia me dejó cicatrices distintas. Y con los años entendí -a veces por las buenas, muchas por las malas- que asociarse no es el problema. El problema es cómo eliges y, sobre todo, qué tan dispuesto estás a poner los límites antes de que los necesites.

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Hace poco me contaron una historia que refleja bien ese punto ciego que todos hemos vivido, aunque a veces no lo aceptemos. No fue una historia con villanos ni traiciones abiertas, sino una historia de esas donde nadie hace nada terrible, pero todo termina mal.

Laura quería emprender. Tenía la idea, la motivación y, claro, el miedo. No buscó inversionistas, buscó aliados. Invitó a su prima Andrea, con quien compartía toda una vida, y a Martín, su amigo entusiasta de la universidad. No se unieron por visión compartida, sino por historia compartida.

El plan: una cafetería de especialidad con buena ubicación y ambiente relajado. Andrea dominaba la operación; otra persona llevaba números y contratos. Martín, en cambio, era el socio motivador: siempre con ideas, pocas veces con resultados. Por cariño, nadie cuestionó demasiado.

Al inicio todo marchó: filas los viernes, comentarios positivos, reuniones llenas de energía. Con el tiempo, las grietas aparecieron. La operadora estaba agotada, la financiera todo el tiempo desconfiada, y el entusiasta hablaba de abrir sucursales sin llegar temprano.

¿Qué pasó? No hubo gritos ni traición. Solo un desgaste lento y constante. Hasta que un día se miraron a los ojos y supieron que el negocio no iba a seguir. No porque no funcionara… sino porque no funcionaban juntos.

Eso es lo que más duele, cuando el problema no fue el producto, ni la renta, ni los clientes: fue con quién decidiste caminar.

A partir de esa historia, y de las mías propias, desarrollé un ejercicio que hoy aplico cada vez que alguien quiere asociarse. Un sistema simple, pero brutalmente honesto, que ha evitado muchos divorcios empresariales antes de que empiecen.

Chequeos clave

Si bien no existen datos consolidados sobre cuántas sociedades comerciales fracasan durante su primer año, se estima que entre el 50% y el 80% no prosperan, según Harvard Business Review. Por eso, antes de dar el “sí” a una sociedad, conviene realizar este ejercicio con tus futuros socios.

1. Formato “peor escenario”: Escriban -por separado- qué pasaría si el negocio fracasa. Si uno quiere salir. Si hay que despedir a alguien cercano. Si el dinero no alcanza. Si uno pone más trabajo que los otros. Luego comparen respuestas. Si no pueden hablar de eso sin tensión… el problema no es hipotético. Ya existe.

2. Reloj, rol y rendimiento: Haz que cada socio anote: a) cuántas horas va a dedicar semanalmente, b) qué va a hacer exactamente y c) cómo se medirá su aportación. Si alguien duda, se ríe o responde con vaguedades, es mejor perder un socio ahora que perder el negocio después.

3. Contrato de emergencia: Antes de firmar nada, cada uno debe escribir -a mano- qué espera ganar y qué está dispuesto a perder. No es un contrato legal. Es un contrato emocional. El que no se toma en serio ese ejercicio, tampoco se tomará en serio el día que haya que poner dinero o asumir errores.

Al final, asociarte con alguien es más íntimo que casarte. No compartes solo ideas; también riesgo, decisiones y reputación. Y si no puedes imaginarte un “divorcio” sano con esa persona, entonces no deberías firmar el “matrimonio” empresarial en primer lugar.

Recuerda: las empresas no se rompen solo por falta de clientes. Muchas veces se rompen por una sola elección mal hecha: con quién decides emprender. “Y ese error no solo cuesta dinero, puede costarte tu historia”.

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