El liderazgo comienza con la crianza
Por generaciones, ser un buen padre se redujo a proveer sin estar, resolver sin participar, estar presente en la mesa, pero ausente en la historia emocional de sus hijos.
La figura paterna fue moldeada bajo la lógica de la fortaleza, el control, el éxito medido en horas de trabajo. Pero este modelo dejó cicatrices evidentes en las familias, en las empresas y en los propios hombres.
Seguimos asociando profesionalismo con sacrificio silencioso. Se admira al que nunca falta a una junta, aunque se pierda la infancia de sus hijos. Se respeta al que se queda más tarde, aunque eso signifique no estar cuando más se necesita. Y así, en lo cotidiano, se perpetúa un liderazgo desvinculado de lo humano.
Esa forma de liderar, y de ser padres, ya no funciona. No inspira. No transforma. Y no conecta con la realidad de un mundo que exige más empatía, adaptabilidad y contención.
La ausencia emocional del padre tiene consecuencias visibles: hijos con vacíos afectivos, relaciones frágiles, dificultad para construir vínculos sanos, violencia, adicciones y soledad. La presencia o ausencia de una figura paterna cercana y afectiva marca toda la diferencia.
Es claro a nivel de la psicología individual y está bien estudiado, pero también debemos ver las consecuencias sistémicas que a veces no son tan evidentes: líderes con baja inteligencia emocional, desconectados de sí mismos, adictos al control, incapaces de contener equipos en tiempos inciertos. La desconexión afectiva en la paternidad se convierte más temprano que tarde en culturas laborales sobre exigidas, frágiles y deshumanizadas.
En muchas partes del mundo, esta realidad ha despertado reacciones. Se han ampliado licencias, se han creado redes de paternidad activa, se han promovido nuevas masculinidades. Pero en América Latina, la narrativa del padre sacrificado sigue viva. Y mientras no cambiemos lo que admiramos, seguiremos repitiendo lo que daña.
La paternidad activa es un entrenamiento de liderazgo
Criar es una escuela de liderazgo. Al criar de forma activa, el hombre se entrena en lo que el mundo profesional más necesita: escucha profunda, regulación emocional, pensamiento a largo plazo, gestión del caos, adaptabilidad, toma de decisiones sin certezas, entre otras. Además, al estar presente con sus hijos, siembra en ellos la semilla de una cultura laboral más positiva e integrada.
Cuando un padre está presente en la crianza, aprende a priorizar sin mapas claros, a sostener emociones que no siempre entiende, a responder sin controlarlo todo. Aprende a leer el entorno desde la empatía y la paciencia. Aprende a influir sin imponer. Aprende a mirar con ternura, sin debilidad. Y todo eso es liderazgo aplicado en su estado más puro y más humano.
Pero no basta con tener hijos. Eso no hace al padre. Hace falta involucrarse de verdad. Hacerse cargo del cuidado como acto de poder transformador. Paternar implica hacer el ejercicio continuo de ponerse en los zapatos de un niño: eso es empatía aplicada. Significa escuchar con curiosidad, contener con presencia y guiar con humildad.
Cuando esto se traslada al liderazgo, surge un líder más afinado emocionalmente, que ve con más profundidad, que entiende lo que su equipo necesita para crecer, y que lo hace con entusiasmo genuino. La alegría del desarrollo del otro, que nace en la paternidad, es una de las fuentes más auténticas del liderazgo consciente. Entender que estar presente es un acto de liderazgo. Que cuidar es evolución. Que la paternidad activa no solo transforma a los hijos: transforma al hombre. Y ese hombre lidera distinto.
Cuidar es estratégico: La crianza es el antídoto a la desconexión
En un mundo donde las máquinas hacen cada vez más tareas, lo que no puede automatizarse se vuelve clave. En los años que vienen, nos daremos cuenta de que hay cada vez menos cosas que la inteligencia artificial no puede hacer mejor que nosotros. Pero, aleluya, la crianza es justamente eso: una capacidad profundamente humana, imposible de replicar por tecnología.
Los líderes que cuidan construyen culturas de confianza. Retienen talento. Previenen el burnout. Generan lealtad desde el vínculo positivo y no desde la imposición. Saben cuándo hablar, cuándo callar, cuándo escuchar. Ven al equipo como sistema vivo y evolutivo.
Por eso criar no puede ser una molestia blanda: es inherentemente un proceso estratégico. Y quizá, en esta era de inteligencia artificial, sea el rol más crítico que nos queda. Conforme la tecnología asuma más tareas y libere tiempo, la verdadera pregunta será: ¿qué haremos con ese tiempo? ¿ocuparnos más? o volver a lo esencial.
Si lo llenamos solo con más trabajo, perpetuamos el vacío. Pero si lo usamos para construir una paternidad más presente, consciente y activa, estaremos invirtiendo en el tejido emocional, social y humano del futuro. Porque solo a través del cuidado presente, se cultivan las habilidades que la tecnología no puede replicar: la empatía, la conexión auténtica, el pensamiento ético, el arte de sostener.
Negar este rol es negar la evolución del liderazgo en un mundo donde lo técnico será commodity, pero lo humano seguirá siendo lo que marca la diferencia.
No basta con nuevas leyes que amplían unos cuantos días las licencias para los padres cuando un hijo nace. Eso está bien, pero no marca la diferencia en la vida de los hijos. Hace falta algo mucho más valiente y complejo: que redefinamos desde las empresas lo que la paternidad significa y cómo sus beneficios transforman las culturas, redefiniendo productividad y poder desde la presencia.
¿Por dónde empezar?
Sostengo que la estructura social en donde puede suceder más rápido la evolución es en las empresas, por lo tanto, hay muchas cosas que podemos transformar como líderes, colaboradores, dueños, socios y público en general, para dar ejemplos prácticos y poderosos de una mejor humanidad fundamentada en la paternidad presente, consciente y afectiva:
1. Crea redes internas de padres y cuidadores. Facilita espacios donde los padres puedan compartir experiencias, miedos y aprendizajes. Estas redes fortalecen la empatía entre equipos, humanizan el entorno laboral y generan pertenencia. Un líder que escucha a otros padres se forma mejor que uno que cree tener todas las respuestas.
2. Evalúa la cultura del permiso para criar. Haz un diagnóstico cualitativo y confidencial: ¿cuántos colaboradores se sienten con permiso auténtico de cuidar? ¿Qué tan seguro es hablar de la familia? ¿Qué temores siguen presentes? Esta escucha activa debe ser parte de la estrategia, no del protocolo. Porque sin permiso cultural, la política escrita no se cumple.
3. Rediseña tu agenda. Tu agenda enseña lo que realmente te importa. Si nunca hay espacio para lo personal, el mensaje es claro: lo humano es secundario. Bloquea espacios visibles en tu calendario para actividades familiares o de cuidado. No lo ocultes. Enséñalo. Porque liderar es modelar, y modelar presencia cambia culturas.
La revolución empieza en casa
Hay muy pocos entrenamientos más exigentes, reveladores y transformadores que criar con presencia. No se trata de romantizar la paternidad ni de idealizar el rol del padre. Se trata de comprender que cuidar no es un lujo ni una distracción ni un obstáculo para la carrera. Es un ejercicio radical de responsabilidad, que moldea la forma en que pensamos, sentimos y lideramos.
Un padre presente redefine el poder, la productividad y el propósito, al educar a sus hijos. Y esa redefinición es el verdadero liderazgo del futuro.
¿Quieres transformar tu empresa? Empieza por cambiar lo que se espera de un padre. Y, mejor aún, por cambiar lo que tú haces como profesional, cuando también te toca cuidar.