El fracaso de Jóvenes Construyendo el Futuro
La historia vuelve a repetirse y, como siempre, las víctimas son los más jóvenes.
En México, los menores de edad siguen siendo el rostro más doloroso de la violencia. El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, a manos de un joven de 17 años, no es un hecho aislado: es la evidencia de un Estado que perdió la batalla para ofrecer alternativas reales a su juventud.
A casi siete años de su creación, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro, uno de los emblemas sociales del lopezobradorismo, ha consumido más de 128 mil millones de pesos sin impedir que el crimen organizado siga encontrando en los adolescentes su cantera de reclutas.
En México, nos negamos a reconocer a los adolescentes que ya no tienen futuro.
No son niños sicarios ni soldados del narco. Tampoco son una generación desechable. Son niños y adolescentes a quienes los criminales convirtieron en instrumentos de la muerte ante la mirada indolente del Estado Mexicano.
Durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el programa Jóvenes Construyendo el Futuro se presentó como la apuesta más ambiciosa para rescatar a quienes no estudiaban ni trabajaban. Entre 2019 y 2024 se destinaron más de 120 mil millones de pesos, y en el primer año de Claudia Sheinbaum se aprobaron otros 24 mil 205 millones. Para 2026, el monto ascenderá a más de 25 mil millones. Pero con todo ese gasto, los resultados siguen siendo decepcionantes.
Los informes más recientes del Gabinete de Seguridad muestran que en lo que va del actual sexenio, 16 menores de edad han sido detenidos por actividades criminales. No eran aprendices, eran combatientes formados antes de alcanzar la mayoría de edad.
La Red por los Derechos de la Infancia (REDIM) advierte que el país ni siquiera cuenta con un registro nacional de reclutamiento forzado infantil, lo que impide dimensionar el tamaño de la tragedia.
Aun así, las detenciones se acumulan. La organización REINSERTA estima que, en promedio, 87 menores son capturados cada año en delitos vinculados al crimen organizado. Seis de cada diez provienen de familias donde al menos un miembro ya estaba involucrado en actividades delictivas.
Jóvenes Construyendo el Futuro se convirtió en un programa de nómina social, no de transformación y, según los especialistas, no ha funcionado porque el Gobierno no llega a las colonias sin escuelas, sin empleo, sin esperanza.
El programa distribuye becas, pero no construye entornos. Entrega dinero, pero no sentido. Y en las regiones más golpeadas por la violencia, donde los adolescentes necesitan acompañamiento psicológico, tutores comunitarios, escuelas seguras y oportunidades reales, las becas llegan tarde o nunca, y la promesa de inclusión se desvanece entre la burocracia.
El crimen organizado, en cambio, ofrece lo que el Estado no: pertenencia, identidad. El joven que mata, roba o transporta droga no nació violento: fue empujado al vacío por un país que no supo tenderle la mano a tiempo.
México no necesita más programas, necesita políticas integrales. Jóvenes Construyendo el Futuro podría ser parte de la solución si se rediseñara con objetivos claros, si se vinculara con escuelas, con ministerios públicos, con instituciones de salud mental. De lo contrario, seguirá siendo un gasto monumental con resultados mínimos.
Porque mientras el Estado intenta construir futuro con dinero, el crimen lo destruye con fusiles. Y en esa batalla por el alma de nuestros jóvenes, va ganando el crimen.
