El desafío de regular los hongos psilocibios
Hace apenas unas décadas, hablar abiertamente de cannabis en México podía costar la libertad. Hoy, tras una larga batalla jurídica y social, el país reconoce que prohibir su consumo personal atenta contra el derecho al libre desarrollo de la personalidad. Ese mismo principio, consagrado por la Suprema Corte, comienza ahora a abrir otra puerta: la de los hongos psilocibios.
El pasado 21 de junio, la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación resolvió un amparo histórico (AR 374/2020) al declarar inconstitucional la prohibición absoluta del consumo personal de ciertas especies de hongos que contienen psilocibina. El fallo reconoce que su uso forma parte del ejercicio autónomo de la personalidad y subraya que existen formas más idóneas y menos restrictivas de proteger la salud pública y el orden social que el modelo prohibicionista vigente.
Como ya lo había sostenido en el caso de la cannabis, el máximo tribunal del país concluyó que el Estado debe proteger a la sociedad, pero no a costa de vulnerar derechos fundamentales. En lugar de prohibir, la Corte llama a regular. Y en el caso de los hongos psicoactivos, la necesidad es urgente: su uso en México no es nuevo. Pueblos como los mazatecos, nahuas o zapotecos los han empleado durante siglos como medicina, como rito y como puente con lo sagrado.
Sin embargo, fallos como este aún no se traducen en una regulación integral que contemple los distintos usos de los hongos psilocibios: industrial, ceremonial, científico, médico y recreativo. La experiencia con la cannabis ofrece una advertencia clara. Aunque México cuenta con una Ley General de Salud reformada y un reglamento específico, en la práctica no existen medicamentos disponibles ni una regulación funcional del uso recreativo. El vacío normativo ha alimentado al mercado negro, donde se comercializan productos sin control de calidad, sin supervisión sanitaria y con riesgos considerables para la salud pública.
Algo similar ocurre con los productos psicodélicos no regulados, como los populares chocohongos, ampliamente distribuidos en ferias, redes sociales y fiestas. Diversos reportes han documentado que muchos de estos productos están siendo adulterados con sustancias peligrosas. Una de las más alarmantes es el fentanilo, cuya presencia comienza a expandirse con rapidez en el centro del país, convirtiéndose en una amenaza creciente para las poblaciones jóvenes y vulnerables. La falta de regulación no ha detenido el consumo; simplemente lo ha vuelto más riesgoso.
Desde el Consejo Mexicano de los Hongos —organización de la que formo parte— trabajamos para impulsar una agenda educativa y científica que responda a esta nueva realidad jurídica. Nuestro objetivo es doble: por un lado, promover programas de alfabetización micológica que difundan conocimiento sobre las especies, sus usos seguros, su conservación y su potencial terapéutico; por otro, acompañar con responsabilidad social el diseño de políticas públicas que aseguren una regulación informada, equitativa y basada en evidencia.
No podemos repetir el error histórico de legislar a medias. Una regulación incompleta deja en la indefensión a quienes más necesitan certeza legal, acceso seguro y alternativas terapéuticas confiables. México necesita una legislación coherente y transversal, que contemple todos los usos posibles de estas sustancias, pero que también sitúe en el centro la seguridad, la salud pública y el respeto por los saberes ancestrales.
En este contexto, el principio del libre desarrollo de la personalidad no debe entenderse como una carta blanca para consumir sin límites, sino como una oportunidad para madurar como sociedad. Implica reconocer que cada persona tiene derecho a elegir su propio camino vital, siempre que no se cause daño a terceros ni al entorno.
México tiene hoy la oportunidad de situarse a la vanguardia en el reconocimiento de los derechos psicodélicos, como ya lo hacen países como Canadá, Australia o algunos estados de EE.UU., pero con un enfoque propio, profundamente enraizado en su historia y en su riqueza biocultural.
Desde el micelio, esa red subterránea que conecta al bosque, emergen nuevas posibilidades para la salud mental, la conciencia y la legislación. No se trata de abrir la puerta al caos, sino de asumir con humildad que la prohibición no ha traído ni orden ni salud. Regular con visión, escuchar a las comunidades indígenas, invertir en ciencia y educar con responsabilidad: ese es el camino.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.