EDITORIAL: Protesta entre los humos de la tiranía y la división

EDITORIAL: Protesta entre los humos de la tiranía y la división

TIJUANA, NOVIEMBRE 17, 2025.- La magnífica fotografía de Jesús Quintanar narra, muestra, funde lo que ocurre en México: violencia, represión y unos cuantos ciudadanos que aún sostienen la bandera de México mientras se protegen de no respirar, no ver los humos de la tiranía.

Las marchas de este fin de semana dejaron al país con una sensación amarga y conocida: México vuelve a caminar sobre una línea delgada donde la indignación social y la fuerza pública chocan sin más límite que la suerte para no perder la vida. Lo que debía ser un ejercicio legítimo de libertad terminó en escenas de violencia que a como están los ánimos se convirtieron en inevitables.

Protesta capitalizada por la oposición, en un marco de hartazgo social que pudiera ser incluso más grande que el que en su momento encabezó Andrés Manuel López Obrador cuando con ese mismo impulso le arrebató el poder a un grupo de tiranos, enraizados en el sistema político nacional mexicano.

A estas alturas, nadie ignora que la protesta es un síntoma.

La gente sale a la calle porque siente que las instituciones dejaron de escuchar, porque los canales de diálogo se han ido estrechando hasta volverse simbólicos, porque los problemas rebasan los tiempos y los mecanismos de respuesta del Estado son eternos: falta de atención médica, medicamentos, extorsión en trámites municipales en el país, impunidad en cuanto al cobro de piso, asesinatos todos los días adjudicados al narcotráfico, amenazas a periodistas, control de grupos a través de negación o amenaza de quitar concesiones y un largo etcétera.  

 Y cuando eso ocurre, la calle se convierte en el único espacio donde muchos sienten que existe una posibilidad de ser vistos.

Pero la protesta mexicana enfrenta un desgaste profundo. Por un lado, ciudadanos organizados que buscan expresar su inconformidad. Por el otro, grupos que aprovechan la movilización para detonar violencia, provocar choques o sabotear causas legítimas. Y, al centro, una autoridad que sigue respondiendo con un modelo rebasado: contención reactiva, lectura política mínima y estrategias de seguridad que no distinguen entre quienes marchan con una consigna y quienes marchan con un objetivo destructivo.

El resultado es el mismo una y otra vez: una marea de imágenes donde el foco deja de ser la razón de la marcha y se concentra en vidrios rotos, empujones, encapsulamientos, gas, golpes. Lo urgente desplaza lo importante. La narrativa pública se reduce al enfrentamiento y la discusión de fondo queda atrapada bajo los escombros.

Lo que ocurrió este fin de semana no es un episodio aislado:

Es el reflejo de un país que ha normalizado el choque porque no ha sabido construir una cultura de protesta segura ni un sistema de interlocución funcional. No hay una política integral que garantice el derecho a manifestarse sin que estalle la violencia. No hay protocolos que generen confianza. No hay rutas de negociación previas que permitan anticipar riesgos y reducir tensiones antes de que sea tarde. En una palabra «NO HAY GOBERNACIÓN»

Y esa ausencia pesa. Pesa sobre los manifestantes pacíficos que terminan atrapados, arrastrados por esos grupos radicales y líneas policiales. Pesa sobre los agentes de seguridad que, con frecuencia, reciben órdenes ambiguas y cargan con la responsabilidad del conflicto. Pesa sobre una sociedad que observa cansada cómo se desdibujan las causas mientras crece el ruido de la confrontación.

México necesita un rediseño profundo de su relación con la protesta.

No basta con contener. No basta con reaccionar. Se requiere un sistema que reconozca que la manifestación es un pilar democrático, no un estorbo político. Que priorice la prevención sobre el choque. Que ponga sobre la mesa mesas reales de diálogo, seguridad compartida, interlocutores confiables y protocolos que protejan a todos: a quienes marchan, a quienes supervisan y a quienes simplemente transitan la ciudad.

Pero antes que esto:

Si el Estado no reconstruye la confianza, la calle seguirá siendo un campo minado donde cualquier chispa puede desencadenar un nuevo estallido. Y si la ciudadanía no encuentra espacios donde ser escuchada, seguirá buscando en el asfalto lo que no encuentra en las oficinas públicas.

Este fin de semana nos recordó que la violencia no es un accidente: es la consecuencia de un sistema político que ha dejado sin válvulas de escape a la inconformidad social. La pregunta no es quién lanzó la primera piedra, sino por qué seguimos viviendo en un país donde la primera piedra siempre está lista para ser lanzada.

Porque cuando la protesta se rompe, también se fractura la democracia. Y México ya no puede permitirse más fisuras.

Morena marginó a los malos políticos, luego les abrió la puerta y hoy tiene una contaminación en su proyecto que en automático hace emerger una QUINTA TRANSFORMACIÓN con el mismo cuento de «librar a México» de la tiranía y la opresión social».

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