Dinamitero clandestino
El tedio laboral se había vuelto casi insoportable para mí en Banxico. Sorpresivamente, uno de esos días recibí una llamada de un tal ingeniero Whinn o Gwiin para invitarme a participar como ponente en Acapulco en un congreso mundial de minería y metalurgia. De alguna manera se había él enterado de mis investigaciones relativas al proyecto de volver a emitir monedas circulantes de plata. Desde luego que no solicité el permiso requerido a esas dos rémoras institucionales a quien yo reportaba, en las personas de Gabriel Vera y Armando Baqueiro.
Creo recordar que tuve bastante éxito en aquella presentación en el Centro de Convenciones del puerto, aun a pesar de que mis tesis eran contrarias a la idea que se había vuelto popular entre los mineros de reiniciar las acuñaciones de monedas de plata para la circulación. Sin embargo, ese no fue el caso importante. Lo relevante es que en ese evento conocí a un experto en explosivos que platicaba sus aventuras dinamiteras con un entusiasmo inmenso. Con una gran capacidad para la crónica. Al escucharlo por un rato largo frente a un buen vaso de tinto, le disparé a quemarropa: “¡Estás platicando el libro que yo quiero escribir!”
Establecí relación personal con tan extraño personaje. Nos reuníamos periódicamente en algún abrevadero o en su casa, por el rumbo de Las Águilas. Llegaba yo con mi grabadora en mano para registrar los episodios dinamiteros que platicaba aquel experto deslenguado. Mi hijo Ricardo me acompañaba en las sesiones con gran paciencia literaria. Los capítulos se fueron escribiendo y el cohetero experto se manifestaba feliz. Ya avanzado el proyecto decidió comentar el caso con un militar con quien, al parecer, tenía complicidad en la Defensa Nacional. Por la reacción de mi interlocutor, al parecer la reacción del militar resultó de muy grande renuencia a la obra. “¡Se puso furioso!”
El pequeño libro alusivo estaba ya terminado, pero la oposición tajante del milico canceló toda posibilidad de publicación. Y fue en ese trance que en Banxico tuvo lugar un milagro burocrático. El muy buen economista y amigo Federico Rubli fue ascendido y me invitó a trabajar con ellos. Pasó el tiempo y después de muchos aconteceres un día me acuerdo —casi por casualidad— de mi pequeño texto, relativo a los andares (de otros) en el mundo secreto de la dinamitería. Mi experto de consulta había dejado las filas de los seres vivientes y a su contacto en la Defensa nunca lo conocí. Vaya, no siquiera tuve referencias sobre su identidad. Llamada editorial tardía: ¡Hay que sacar a la luz el libro relativo a las aventuras dinamiteras de Relámpago Voladeras!