Día de Muertos: El pan de muerto hasta 15% más costoso en 2025
El pan de muerto vuelve a ocupar su lugar en las mesas mexicanas, pero este 2025 llega con un sabor distinto: el del aumento. La pieza más emblemática de la temporada ha registrado un alza promedio de entre 10% y 15% respecto al año anterior, impulsada por la inflación alimentaria, el encarecimiento del azúcar y los costos energéticos que golpean directamente a las panaderías.
El Día de Muertos no solo representa una de las tradiciones más arraigadas del país; también marca uno de los picos de consumo más importantes para la industria panadera. Sin embargo, este año los hornos trabajan con márgenes más apretados.
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De acuerdo con datos del sector, el bulto de 50 kilos de azúcar se cotiza en torno a los 1000 pesos, un incremento que se traslada de inmediato a la mezcla. La harina de trigo, aunque más estable, ronda los 17 a 20 pesos por kilo, y las grasas —como la mantequilla o la margarina— han subido hasta 25% en comparación con 2024, datos de Profeco.
A ello se suman los gastos energéticos. El gas LP y la electricidad han tenido ajustes en el año que, para un pequeño obrador, pueden representar hasta un 8% adicional en su estructura de costos. “El horno no perdona; si no subes el precio, trabajas por gusto”, resume un el maestro panadero Juan, encargado de hacer estas delicias en la colonia Letran Valle.
Del trigo al mostrador: la ruta del aumento
En 2024, el pan de muerto tradicional se encontraba en un rango promedio de 11 a 25 pesos por pieza en tiendas y panaderías populares. Hoy, en 2025, los precios van desde 9.50 pesos en presentaciones pequeñas de supermercado hasta $20 por pieza estándar.
Las panaderías artesanales, que utilizan mantequilla y esencias naturales, venden sus versiones clásicas entre 35 y 45 pesos, mientras que los panes rellenos o gourmet pueden superar los 150 pesos por unidad. En cadenas mayoristas, la charola de nueve piezas ronda los 170 pesos , equivalente a unos 18 pesos por pieza.
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La dispersión de precios refleja dos Méxicos: uno industrial, que produce en volumen y compite con promociones; y otro artesanal, que defiende la receta original y la experiencia del sabor a costa de mayores gastos.
Inflación que fermenta
Aunque la inflación general del país se mantiene en torno al 3.7%, la inflación alimentaria sigue por encima de ese nivel. El aumento de materias primas agrícolas, los fletes y los empaques repercuten en la elaboración del pan, un producto que concentra varios de los insumos más sensibles del mercado: harina, azúcar, huevo, leche, mantequilla y energía.
La Cámara Nacional de la Industria Panificadora (CANAINPA) estima que el costo total de producción en 2025 ha subido entre 12% y 25% dependiendo del tipo de pan y la región. En zonas del sureste, donde el calor obliga a refrigerar insumos y aumentar el consumo eléctrico, el alza puede ser todavía mayor.
Panaderías pequeñas: sobrevivir entre el gas y la mantequilla
Para los pequeños panaderos, el aumento no se traduce en ganancias, sino en resistencia. Muchos han optado por ajustar el gramaje, reducir los rellenos o limitar la producción diaria para no encarecer demasiado el producto.
Otros aplican estrategias más discretas: vender versiones “mini”, ofrecer combos o reemplazar ingredientes como la mantequilla por margarina vegetal. La decisión es pragmática, pero no siempre popular entre los clientes.
El consumidor ante el altar
Pese al incremento, el pan de muerto sigue siendo un gasto emocional. La mayoría de los consumidores prioriza conservar la tradición, aunque sea comprando una versión más pequeña o compartida.
Los datos de consumo anticipan que, aun con precios más altos, la demanda de temporada crecerá entre 20% y 30% respecto a meses regulares. El atractivo del sabor, la nostalgia y el carácter ritual del producto mantienen viva su venta, incluso por encima de otras categorías panificadas.
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El pan de muerto se ha convertido, sin proponérselo, en un termómetro económico. Su precio concentra varios factores estructurales: la volatilidad de los commodities, los costos logísticos, el efecto energético y la resiliencia del consumo interno.
Cada octubre, este producto tradicional ofrece un retrato nítido de la economía mexicana: una que sigue creciendo a ritmo moderado, con sectores que resisten la inflación a fuerza de ingenio y tradición.
En los próximos años, los expertos prevén que la industria panadera enfrentará un desafío mayor: equilibrar rentabilidad con autenticidad. Porque en un país donde el pan de muerto es más que alimento, cada pieza que sale del horno también es una ofrenda al poder adquisitivo.
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