Después del tomate, ¿qué?
¿Recuerda usted a algún líder extranjero que expresara una buena opinión de Andrés Manuel López Obrador, más allá, claro, de los dictadores latinoamericanos?
Pues, Donald Trump durante su primer mandato dijo del expresidente mexicano, que era “un gran caballero y un hombre maravilloso. Y creo que ha hecho un trabajo fantástico para México”.
Si Trump hizo esto fue porque, como parte de su peculiar estrategia de negociación, sabe que adular es anular a su contrincante para que acepte de buena manera sus imposiciones sin sentirse derrotado.
Y lo sigue haciendo tal cual con aquellos que han mostrado serenidad y paciencia ante sus embates, porque no usa la misma estrategia con todos. Por ejemplo, no fue así con el ex primer ministro canadiense, Justin Trudeau, porque nunca se dejó de Trump.
El punto es que con la estrategia de apuntar alto y adular con aquello de ser elegante y fantástico, y dar una palmadita en la espalda por portarse bien con Trump y no responder con aranceles recíprocos al castigo tarifario de Estados Unidos, lo único que ha permitido es que se sigan sumando más y más productos tasados.
Poco a poco aumentan las importaciones mexicanas a Estados Unidos que ya pagan aranceles que no existían, como por ejemplo en la industria acerera o automotriz, y el gobierno mexicano ha resistido cada uno de esos castigos impositivos, porque hay que ser serenos y pacientes, y negociar.
Y en ese camino llegó otro nuevo arancel, ahora a las importantísimas exportaciones mexicanas de tomate (jitomate), con el argumento de que Estados Unidos quiere proteger a sus productores que tienen cosechas más caras que las de acá.
Esto es una clara violación del acuerdo comercial y la respuesta del gobierno mexicano tiene que ir más allá del chistorete de que ahora les saldrán más caras las ensaladas a los estadounidenses.
El acuerdo comercial tiene mecanismos para dirimir si los productores de esta hortaliza en México están haciendo alguna trampa, el gobierno estadounidense no puede saltarse las reglas e imponer un arancel como primera respuesta. Pero lo hacen.
Con el tratado comercial, el T-MEC, en calidad de letra muerta, México tiene el derecho de responder con la precisión quirúrgica de aplicar un impuesto compensatorio a alguna exportación de allá que duela, por ejemplo, entre los productores republicanos de Estados Unidos.
El sector agroindustrial abre muchas puertas para una reacción que haga reaccionar a los empresarios de allá, no solo contra México, sino contra las políticas proteccionistas de Trump.
Las opciones de México son, mantenerse calladito y bonito, sin respuesta alguna, para no provocar una violenta reacción naranja, seguir recibiendo adulaciones y palmaditas en la espalda mientras aumentan los productos que enfrenten aranceles. Porque, después del tomate, ¿qué?
O bien, hacer notar que el tamaño del volumen comercial que importa México es algo más que una anécdota, que la integración de las cadenas de producción es mucho más que un país que “roba” a Estados Unidos y, entonces, el gobierno mexicano aplique cuotas compensatorias a determinados productos.
No se trata de complicar la ya difícil desinflación en México, ni de ponerse como los chinos al tú-por-tú con Trump, pero un ya basta no estaría nada mal.