Del sueño de potencia al espejismo del populismo

No hay futuro más predecible que el de un país que insiste en tropezar con la misma piedra… mientras culpa a la piedra.
​- Macraf

Desde el inicio del actual gobierno, uno de los objetivos más repetidos ha sido el de “posicionar a México entre las diez economías más grandes del mundo”. La frase suena bien en un mitin y todavía mejor en la conferencia matutina, pero fuera de ese teatro político, la realidad es menos inspiradora. México tiene todo para ser una potencia económica global —territorio, población, recursos naturales, ubicación geográfica y un mercado interno en expansión—, pero carece de algo esencial: instituciones fuertes, visión de Estado y una clase política que entienda que el desarrollo no se decreta… se construye.

El Fondo Monetario Internacional acaba de publicar sus perspectivas de otoño. En ellas, México aparece en el lugar número 13 entre las mayores economías del planeta. Algunos lo presumen como un logro. Otros, con un poco más de sentido crítico, lo vemos como lo que es: una oportunidad perdida. México podría estar en el top 10, pero no lo está. Y no por falta de condiciones, sino por exceso de malas decisiones.

Comparar a México con las potencias que nos superan es como poner a un maratonista ebrio a competir con atletas olímpicos. Estados Unidos, con sus 30.6 billones de dólares de PIB, mantiene el liderazgo global gracias a su innovación, su capital humano y sus instituciones. China, con 19.4 billones, no tiene democracia, pero sí planeación estratégica y una obsesión por la productividad. Alemania, con poco más de 5 billones, es una potencia exportadora basada en educación técnica y eficiencia industrial. Y Japón, con 4.28 billones, envejece, sí, pero con una productividad que ya quisiéramos alcanzar en nuestra edad más activa.

Mientras tanto, México celebra el nearshoring como si fuera la gran salvación. Y aunque podría ser una oportunidad real de desarrollo, en la práctica se convierte en un discurso para encubrir la falta de política industrial, de infraestructura y de certidumbre jurídica. En este país, basta una mañanera para espantar inversiones que tardan años en negociarse.

India, con 4.12 billones, aprovechó su bono demográfico, digitalizó su economía y fortaleció su industria de servicios. Nosotros, con una población igual de joven, seguimos expulsando talento al norte y empujando a millones a la informalidad. Reino Unido y Francia, con menos territorio y población, nos superan porque agregan valor: exportan tecnología, educación, servicios financieros y cultura. México, por su parte, sigue confiando en sus viejos amuletos: cerveza, aguacate y mano de obra barata.

Incluso Italia, con su caótica política, mantiene liderazgo global en autos de lujo, alimentos de denominación de origen y moda. Nosotros seguimos discutiendo si el bolillo con tamal es torta o no. Rusia, sancionada y aislada, tiene una economía mayor que la mexicana. Canadá, con la mitad de nuestra población, supera el doble de nuestro ingreso gracias a su solidez institucional y su apertura económica. Y Brasil, nuestro eterno espejo roto, logra más industria y más recursos con el mismo desorden político.

Así llegamos a México: 1.86 billones de dólares de PIB. Más territorio que Alemania, más población que Francia, mayor cercanía a Estados Unidos que cualquier otro país del G20, y aun así, atascados en el lugar 13. La explicación no es técnica: es política. Este país tiene un gobierno que desprecia la institucionalidad, que confunde popularidad con legitimidad y que sigue apostando por un modelo económico basado en la dependencia al Estado y la improvisación.

Mientras el mundo avanza hacia la inteligencia artificial, la digitalización y la transición energética, México sigue aferrado al petróleo, al combustóleo y a la ideología del subsidio. La 4T ha preferido destruir contrapesos en lugar de fortalecerlos, someter organismos autónomos antes que coordinarlos, y colocar leales en puestos clave aunque carezcan de experiencia.

El populismo tiene un costo, y ese costo se paga con crecimiento perdido, con inversiones que no llegan y con un desarrollo que se posterga. La 4T presume estabilidad macroeconómica como si fuera mérito propio, cuando en realidad ha vivido del colchón fiscal y la disciplina heredada del pasado. Pero no hay país que aguante indefinidamente el desprecio a la técnica, a la ley y a la confianza institucional.

México podría estar entre las diez economías más grandes del mundo. Lo que le falta no son recursos, ni territorio, ni juventud. Le falta seriedad, rumbo y convicción de futuro. Porque mientras sigamos celebrando las migajas del populismo, el único top que alcanzaremos será el de los países que desaprovecharon su oportunidad histórica.

De esta forma, seguimos viviendo entre cifras que brillan… y bolsillos que no alcanzan.

El autor es académico de la Escuela de Gobierno y Economía y de la Escuela de Comunicación de la Universidad Panamericana, consultor experto en temas económicos, financieros y de gobierno, director general y fundador del sitio El Comentario del Día y conductor titular del programa de análisis: Voces Universitarias.

Contacto y redes: https://eduardolopezchavez.mx/redes

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