De líneas, círculos y algo más

Muchas veces cuando se habla de inversiones, miramos gráficos. Son importantes porque son una representación de lo que ha sucedido históricamente y nos muestran los momentos de alzas, las caídas y la volatilidad de una inversión.

Se podría decir que la construcción del patrimonio está representada por una de esas líneas que en el largo plazo tienden hacia el alza, pero que en horizontes más cortos (durante el camino) tienen picos, valles y baches muy profundos.

Cuando las personas me preguntan sobre si una inversión tiene riesgo, me gusta usar gráficas para hacerles ver eso: ninguna inversión, ni siquiera las de “bajo riesgo” es un camino en línea recta. Siempre habrá curvas.

La gran mayoría de la gente se asusta con ellas, sobre todo en momentos donde el mundo parece que se está viniendo abajo. Durante la crisis financiera de 2018, muchísima gente vendió con pérdidas. Cuando empezó la pandemia y los negocios empezaron a cerrar obligados por las políticas públicas, hubo caídas extremas en los mercados.

Aquellos pocos que a pesar de todo logran mantener el curso (y tenían un portafolio bien armado y diversificado) durante todo su horizonte de inversión, son los que terminan ganando. Eso lo he visto y aprendido una y otra vez.

No es bueno, sin embargo, pensar en invertir como una línea quebrada (con alzas y bajas) porque no se trata necesariamente de un sólo instrumento. De hecho, ese es un grave error. Siempre hay que pensar en términos de un círculo, es decir, de un portafolio con distintas clases de activos. Eso es fundamental en la construcción de un patrimonio.

Ahora bien, eso no significa que un portafolio sólido y bien diversificado deba contener todas las clases de activos (ni siquiera la mayoría). Porque no todas hacen sentido con respecto a nuestros objetivos y con la estructura del resto de nuestro portafolio. Diversificar es un arte: la idea es encontrar la combinación de activos que, pueda maximizar nuestro rendimiento potencial, pero sin exceder del riesgo que estamos dispuestos a tolerar.

En otras palabras: primero decidimos cuánto es el riesgo o volatilidad que estamos dispuestos a soportar y luego encontramos la combinación de instrumentos que, sin exceder ese nivel de riesgo, pueda ofrecernos el rendimiento más alto posible.

Claro: es mucho más fácil decirlo que hacerlo, porque las métricas de riesgo y las correlaciones entre las distintas clases de activos son dinámicas (cambian constantemente).

Por eso me gusta decir que en la vida sólo existen tres grandes clases de activos:

1. Prestar nuestro dinero a alguien más, quien promete pagarnos intereses periódicos y devolver nuestro capital al final del plazo pactado (instrumentos de deuda).

2. Invertir en empresas y negocios que producen, que generan y cosechar sus beneficios (acciones en empresas públicas o privadas como negocios propios).

3. Comprar activos que no producen por sí mismos, pero que podrían apreciarse en el futuro. Ejemplos: comprar obras de arte, oro y otros commodities, activos virtuales.

Hay quien dice que los bienes raíces son una clase de activo adicional y pueden tener razón. Para mí son parte de la segunda clase (son activos que producen, por ejemplo, generan rentas).

La gente no lo sabe y no lo entiende, pero históricamente, el camino más seguro para construir patrimonio a largo plazo (20, 30 o más años) son las acciones de empresas sólidas de todo el mundo. Las demás clases de activos son útiles para manejar el riesgo de ese portafolio. Por ejemplo, los instrumentos de deuda se suelen utilizar para reducir la volatilidad total del portafolio (riesgo).

Hoy en día, yo no me preocupo demasiado. De hecho, hoy en el mundo desarrollado, los instrumentos de deuda de largo plazo tienen una expectativa de rendimiento de largo plazo inferior a la inflación (y una volatilidad que puede ser también pronunciada). Esto hace cuestionar los beneficios que históricamente les fueron asociados (los entornos y los contextos van evolucionando).

Así, mi propio portafolio está compuesto, en su enorme mayoría, por un ETF que invierte en más de 9,000 acciones de todo el mundo, muy eficiente y de muy bajo costo. La expectativa de rendimiento a largo plazo es de 5-6 puntos porcentuales arriba de la inflación. En los últimos años, he incorporado UDIBONOS (en plazos desde 10 hasta 20 años) y lo seguiré haciendo siempre que las tasas estén por arriba del 4% anual real.

Un porcentaje menor (10-15% del total) lo tengo en otras cosas más especulativas. Algunas con riesgo asimétrico. Aún si llegara a perder la totalidad de esta parte de mi portafolio (lo cual es un caso extremo), mis metas de largo plazo no se verían comprometidas (para eso está mi portafolio central).

Todo esto, desde luego, en adición a una reserva de efectivo llamada fondo para emergencias, que debe ser parte de cualquier estrategia patrimonial.

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