Cuando la ciencia toca la mente

Hace unas semanas entró a mi consultorio un hombre de poco más de cuarenta años, exhausto tras años de luchar contra una depresión que le había ido minando la vida. Había probado múltiples antidepresivos, distintas psicoterapias y varios cambios en su estilo de vida, pero la sombra seguía ahí.

Ese día llegaba a su cuarta sesión de estimulación magnética transcraneal (TMS, por su sigla en inglés), un procedimiento que aplicamos mediante un equipo capaz de generar pulsos magnéticos dirigidos a regiones específicas del cerebro.

Al terminar la sesión me sorprendió verlo distinto, con la voz más firme y la mirada clara. Sonreía por primera vez en meses.

—Doctora —me dijo—, es como si alguien hubiera encendido una luz en mi cabeza.

Historias como esta ilustran cómo la tecnología se ha convertido en un aliado poderoso de la psiquiatría. Hoy no hablamos únicamente de medicamentos o psicoterapia, sino también de intervenciones que estimulan directamente el cerebro, modulando sus circuitos eléctricos y químicos de forma precisa y, en muchos casos, segura.

De los choques eléctricos a la precisión magnética

La historia de las neurointervenciones en salud mental es larga y compleja. En las décadas de 1930 y 1940, la terapia electroconvulsiva (TEC) fue pionera: logró salvar vidas en casos de depresión grave, pero también arrastró un fuerte estigma, alimentado en parte por su representación en la cultura popular.

Con el tiempo, los avances científicos permitieron perfeccionarla y reducir sus efectos adversos. Pero también abrieron paso a opciones más seguras y menos invasivas. La estimulación magnética transcraneal (TMS), aprobada en Estados Unidos desde 2008 para tratar la depresión resistente, ha demostrado una eficacia sólida y un perfil de seguridad muy favorable: no requiere anestesia, no daña órganos y el paciente puede retomar sus actividades de inmediato tras cada sesión.

Hoy, miles de pacientes en todo el mundo —y cada vez más en México— se benefician de esta tecnología, que literalmente ayuda a recalibrar los circuitos cerebrales vinculados al estado de ánimo.

El salto a la neurocirugía funcional

Mientras tanto, los titulares internacionales abren la puerta a otro horizonte: la estimulación cerebral profunda (DBS). Recientemente, el caso de una mujer colombiana con depresión resistente reavivó el debate. Conectados a un generador colocado en el pecho, estos dispositivos envían impulsos eléctricos capaces de modular áreas específicas del cerebro afectadas por la enfermedad.

Aunque aún se considera experimental en casos de depresión, la DBS ya es un tratamiento establecido para enfermedades como el Parkinson. Representa un ejemplo claro del enorme potencial de la neurocirugía funcional, así como del papel creciente de la robótica y la inteligencia artificial para mejorar la precisión con que se colocan estos implantes.

Una mirada hacia el futuro

Más allá de la cirugía, las neurociencias avanzan hacia el mapeo cerebral de alta resolución, la identificación de biomarcadores genéticos y epigenéticos, y el diseño de terapias personalizadas.

El objetivo ya no es únicamente intervenir cuando la enfermedad se manifiesta, sino también anticiparla, prevenirla e incluso reducir el impacto de ciertas vulnerabilidades biológicas.

Este es un reto mayúsculo. La salud mental ha sido históricamente relegada frente a otras áreas de la medicina, marcada por el estigma y la creencia de que la mente es algo etéreo e intangible. Sin embargo, estos avances nos recuerdan que la mente también es biología, conectividad, electricidad, y que merece el mismo rigor científico que aplicamos al corazón, los riñones o el hígado.

El avance tecnológico no garantiza, por sí solo, un acceso equitativo. Estas terapias siguen siendo costosas, difíciles de obtener en muchos países y plantean preguntas éticas complejas sobre quién accede a ellas y en qué contextos.

La conversación social debe acompañar al avance tecnológico: ¿qué significa intervenir directamente en el cerebro? ¿Qué riesgos aceptamos como sociedad frente al sufrimiento de millones que no encuentran alivio en tratamientos convencionales?

Otra oportunidad

Al terminar su sesión de estimulación magnética, mi pacientetoma sus cosas, se despide y me dice que siente que se le ha dado otra oportunidad. Y eso es, en el fondo, lo que la ciencia debe ofrecernos: caminos nuevos para quienes han pasado demasiado tiempo en la oscuridad.

Hoy la robótica, la neurocirugía y la genética nos recuerdan que no hay salud sin salud mental, y que la mente, lejos de ser una nube inalcanzable, puede ser también un territorio donde la ciencia pone manos, corazones y circuitos para sanar.

Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.

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