Cronopios y mancuspias: lo que las pseudopalabras revelan sobre nuestro cerebro

Cronopios y mancuspias: lo que las pseudopalabras revelan sobre nuestro cerebro

¿Alguna vez has leído o escuchado una palabra que no existe… pero que parecía de verdad? En una de sus obras más conocidas, Historia de cronopios y de famas, Julio Cortázar definió a los cronopios como criaturas verdes y húmedas, desordenadas y soñadoras. Lo mismo hizo con las mancuspias, animales convexos, de respiración cutánea y hábitos sedentarios. A pesar de que nunca hemos visto un cronopio o una mancuspia, con apenas unos detalles somos capaces de imaginarlas, darles forma o textura e, incluso, de atribuirles personalidad. Estas cadenas de letras inventadas empiezan a cobrar sentido sin necesidad de que nadie nos las explique.

No es un fenómeno exclusivo de la literatura. Lo que ocurre cuando los escritores acuñan términos como mancuspia, cronopio o ambonio es un ejemplo de lo que sucede cuando nos enfrentamos a lo que en el ámbito científico denominamos pseudopalabras: secuencias de letras inventadas que siguen las reglas ortográficas y fonológicas de un idioma, pero que carecen de significado.

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El escritor argentino Julio Cortázar en los jardines de la UNESCO en París, 1968.Cortesía / Sara Facio.

Leer palabras que no existen, pero casi

El cerebro humano es especialmente hábil para detectar regularidades y patrones cuando leemos. Por eso, cuando nos encontramos con pseudopalabras que se parecen mucho a una palabra real –como cholocate en lugar de chocolatees más fácil equivocarnos y leerlas como si fueran palabras de verdad.

En cambio, si vemos una pseudopalabra menos parecida a una palabra, como choconate, nos parece más evidente que algo no encaja. De hecho, al leerlas, se ponen en funcionamiento las mismas áreas que se activan cuando leemos una palabra real. Regiones como el giro frontal inferior y el giro temporal superior –dos zonas relacionadas con el reconocimiento léxico y fonológico– empiezan a trabajar para buscar significados donde no los hay.

¿Abidas? o ¿Adidas? Así te engañan las letras

El uso de este tipo de estímulos nos ha proporcionado información muy interesante sobre cómo procesamos el lenguaje. Gracias a las pseudopalabras, conocemos la importancia que tiene identificar correctamente las letras durante la lectura. Tenderemos a confundir con una palabra real aquellas en las que una de sus letras es reemplazada por otra visualmente parecida. Este fenómeno ha sido ampliamente explotado por los falsificadores de distintos productos. A las personas nos cuesta darnos cuentas de que unas zapatillas con el logotipo Abidas, no han sido fabricadas por la conocida marca de ropa deportiva Adidas.

Por otra parte, el denominado efecto de transposición de letras nos ha mostrado que cuando leemos necesitamos codificar la posición de las letras de las palabras para su adecuada comprensión. Este efecto consiste en la tendencia a identificar como palabras aquellas pseudopalabras formadas a partir del intercambio de la posición de dos letras de una palabra real. Por ejemplo, confundiremos con relativa facilidad la pseudopalabra amzaon con amazon, al transponer las letras m y z. Por el contrario, al reemplazar estas mismas letras por la c y la e nos resultará mucho más fácil distinguir la pseudopalabra amceon del nombre de la conocida marca comercial.

Ejemplos del logo de amazon escritos correcta e incorrectamente. Basada en una figura del artículo 'Are brand names special words? Letter visual-similarity affects the identification of brand names, but not common words.' British Journal of Psychology. Perea et al., 2022.<!–>Enlace imagen

Ejemplos del logo de amazon escritos correcta e incorrectamente. Basada en una figura del artículo ‘Are brand names special words? Letter visual-similarity affects the identification of brand names, but not common words.’ British Journal of Psychology. Perea et al., 2022.British Journal of Psychology. Perea et al., 2022.

Kiki suena puntiagudo. Bouba suena redondo

A partir del sonido de las pseudopalabras, podemos tener la impresión de que están expresando conceptos relacionados con el tamaño, la forma o, incluso, la emoción. Esto se conoce como el efecto bouba/kiki. Y es que se ha demostrado que tendemos a asociar los sonidos agudos, como kiki o takete, con formas puntiagudas. Por el contrario, tendemos a vincular los sonidos suaves, como los de las pseudoplabras bouba o maluma, con formas redondeadas.

Nuestro cerebro, de hecho, parece estar preparado para establecer estos vínculos. Áreas cerebrales como la corteza auditiva y la corteza visual, encargadas de procesar sonidos y formas, junto a regiones relacionadas con el lenguaje, como la circunvolución frontal inferior izquierda y la circunvolución supramarginal izquierda, trabajan conjuntamente para que esa simple cadena de sonidos pueda cobrar sentido en nuestra mente.

Quizá, por este tipo de asociaciones entre el sonido y el significado, no sea casualidad que Cortázar imaginara a los cronopios como seres cálidos, alegres y juguetones.

–>Demostración de kiki y bouba. Se tiende a asociar kiki a la figura de la izquierda, mientras que los contornos redondeados se asocian a bouba. Basadas en el artículo Synaesthesia: a window into perception, thought and language, Journal of Consciousness Studies, Ramachandran & Hubbard, 2001.Enlace imagen

Demostración de kiki y bouba. Se tiende a asociar kiki a la figura de la izquierda, mientras que los contornos redondeados se asocian a bouba. Basadas en el artículo Synaesthesia: a window into perception, thought and language, Journal of Consciousness Studies, Ramachandran & Hubbard, 2001.

Pseudo(palabras) que emocionan

El empleo de pseudopalabras también nos ha proporcionado información muy valiosa sobre cómo adquirimos los significados emocionales. ¿Cómo es posible que aquello que no existe nos genere emoción? La clave está en que emparejamos pseudopalabras con expresiones faciales de emoción, sonidos y hasta olores agradables o desagradables. Pasado un tiempo, su lectura nos despertará emociones parecidas a las de los estímulos con los que fueron asociados.

Además, las pseudopalabras que derivan de palabras emocionales tardan más en reconocerse que aquellas que derivan de palabras neutras. De esta forma, será más rápido identificar drocedario (dromedario) como pseudopalabra que irtus (ictus). Esto muestra que el contenido emocional de la palabra original influye en cómo procesamos y reconocemos las palabras inventadas. ¡Cómo si las emociones facilitaran la interpretación de lo desconocido!

Ilustración de Jabberwocky, por John Tenniel.<!–>Enlace imagen

Ilustración de Jabberwocky, por John Tenniel.

Ya hemos visto que las pseudopalabras no son solo una mera cadena de letras. Lewis Carroll era ya consciente de esto cuando hizo que Alicia se enfrentase a un singular personaje en su poema Jabberwocky: “Era la asarvespertina, y los flexilimos toves giroscaban y taladraban en la loma…”. A cualquier lector le costará un esfuerzo adicional entender lo que dice.

Sin embargo, al leer pseudopalabras como “tulgoso” o “vorpal”, no podemos dejar de sentir una atmósfera amenazante o la presencia de un peligro inminente.

Y, mientras meditaba melancólico, ¡el Galimatazo, con ojos de fuego, vino silbando por el bosque tulgoso y burbujeaba mientras iba luego! ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas! ¡Y la vorpal espada una y otra vez fue triscando veloz! Y dejolo muerto, y con su cabeza regresó galopando triunfador”.

En conclusión, como exclamó Alicia mientras caía por la madriguera del conejo en el país de las maravillas, el lenguaje que no existe es cada vez más ¡curiorífico y curiorífico!

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