¿Cómo logré ahorrar cuando ganaba muy poco dinero?

Por alguna razón siempre me gustó ahorrar. Desde pequeño disfrutaba metiendo dinero en una alcancía y esperando pacientemente a que se llenara. Le pedía de vez en cuando una moneda a los adultos (padres, tíos, abuelos) quienes me regalaban una si les hacía un pequeño trabajo (casi un favor) la cual iba directo a “mi cochinito”.

Cuando no cabía ninguna más, rompía la alcancía con un objeto pesado (usualmente un martillo), recogía y contaba las monedas. Siempre me sorprendía la cantidad que se había juntado: me sentía millonario.

No sé por qué nunca me gustó desprenderme de todo ese dinero. Por lo general guardaba un poco. Parte de lo que había sacado lo metía en una nueva alcancía para que se llenara más rápido.

Al crecer, cuando era adolescente, mi papá decidió darme una “quincena”. Era dinero suficiente para cubrir los gastos propios de mi edad, pero mi padre pensó que de esa manera aprendería a administrarme. Desde que lo recibía, guardaba una pequeña parte en el cajón de mis calcetines. Era mi “fondo para emergencias” que siempre estuvo en crecimiento. Llegué a juntar una buena cantidad (ahora que reflexiono al respecto, alcanzó el equivalente a casi dos meses del salario que tuve en mi primer empleo formal).

Ese sentimiento de tener algo en caso necesario, ese pequeño colchón, me daba mucha seguridad. En cambio, la sensación de no tener nada o de haberme acabado todo mi dinero, me llenaba de angustia.

Todo ese equipaje lo llevé conmigo cuando me casé a los 21 años, aún estudiante universitario y con la responsabilidad de un bebé en camino. Mi primer salario fue de 3 millones 250 mil pesos mensuales de los viejos (3,250 de los actuales, antes de impuestos y otras retenciones). El salario neto apenas cubría la renta. Negocié con mi padre que me siguiera dando la misma “quincena” que me daba en la universidad para pagar gasolina, fotocopias y algunos alimentos. Con eso apenas alcanzaba para mis necesidades básicas.

A pesar de ello, siempre logré ahorrar. Cuando recibía mi salario, hacía lo mismo de siempre: separaba una pequeña cantidad. Pero en lugar de meterla al cajón de los calcetines, lo llevaba a un fondo de inversión de liquidez diaria (en ese entonces no existía Cetes Directo ni tenía mejores opciones). Lo que guardaba era muy poco, porque no podía más, pero era algo.

No sólo eso: también hacía lo mismo que de niño: el cambio que recibía, las monedas que tenía en los bolsillos cuando regresaba a casa, las metía en una alcancía. Mi esposa hacía lo mismo (al principio, un poco a regañadientes). Ese “ahorro” sería un fondo para la educación de nuestra hija.

Mucha gente se queja porque gana poco y no tiene posibilidad de ahorrar. Yo difiero: siempre se puede guardar aunque sea una moneda de vez en cuando. Yo he visto gente muy pobre, trabajadores del campo, que tienen un guardado “para días lluviosos”. Un frasco lleno de monedas y algunos billetes, para lo que se ofrezca. Antes pensaba que era un tema más de voluntad, hoy pienso que es de mentalidad.

Aunque la cantidad sea mínima, el simple acto de hacerlo, de guardar aunque sea unos pocos pesos en lugar de poner pretextos, hace toda la diferencia.

Tristemente, mucha gente no lo hace porque es mucho más fácil decir “no ahorro porque no puedo” o justificar la inacción con: “es que gano muy poco”. En lugar de empezar a construir algo para ellos, “llenar su cochinito” aunque sea de peso en peso.

Hay muchos estudios que demuestran que para cambiar la realidad, hay que cambiar la forma de pensar. Si uno tiene un fin en mente, uno debe buscar la manera de acercarse, paso a paso, cada día, con consistencia, a ese objetivo. Aunque uno gane poquito.

La gente que hace esto, que reemplaza el “no puedo” por el “voy a buscar cómo hacerlo” y da esos pequeños pasos, en la dirección correcta, logran cosas importantes en su vida.

Mi esposa recuerda con cariño cómo al principio sentía que la “asaltaba”. Llegaba a casa y después de platicar sobre nuestros respectivos días, le preguntaba si le había sobrado cambio y le pedía meterlo a la alcancía. Le molestaba mucho porque a veces necesitaba monedas para dar una propina y nunca tenía.

Hoy me lo agradece, porque ese esfuerzo que parecía tan insignificante como molesto, hizo una gran diferencia en nuestra vida.

admin