¿Cómo debería ser la estrategia europea para la IA?
CAMBRIDGE – Al parecer, la “carrera” mundial de la inteligencia artificial se ha reducido a un combate frontal entre China y Estados Unidos. Pero aunque conocidas deficiencias estructurales impidan a Europa desarrollar gigantes de la IA propios y presentar innovaciones pioneras, todavía puede ganar la carrera a largo plazo, promoviendo la difusión de las tecnologías de IA en su economía.
En una competencia entre grandes potencias, el aprovechamiento a gran escala de las tecnologías es más importante que haberlas inventado. Cada revolución industrial a lo largo de la historia fue impulsada por una tecnología de uso general con amplias aplicaciones multisectoriales. La primera ola de industrialización la impulsó la máquina de vapor; la segunda, la electricidad; y la tercera, la informática; es así que muchos esperan que la IA sea el heraldo de la cuarta revolución industrial.
Las tecnologías de uso general son extensivas por definición. Pero la difusión de una tecnología no se produce de un día para el otro. A las empresas (en particular las menos avanzadas tecnológicamente) les lleva tiempo comprender el potencial de una nueva tecnología y adaptar sus procesos de producción. Además, la economía en su conjunto tiene que acumular un stock suficiente de capital nuevo y activos complementarios (tangibles e intangibles).
En Estados Unidos, pasaron más de veinte años antes de que la electricidad superara al vapor en la provisión de potencia a la industria fabril, y casi cuarenta años antes de que se convirtiera en la fuente de generación de energía por excelencia. Asimismo, los equipamientos del área de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) tardaron más de veinte años en ser más de un 1% del stock de capital. En 1987, casi dos décadas después del lanzamiento del microprocesador de Intel que hizo posible la revolución informática, el premio Nobel Robert Solow señaló con agudeza: “La era de la computadora se ve en todas partes menos en las estadísticas de productividad”. Pero después, entre 1991 y 2001, la cuota de las TIC en el stock de capital aumentó primero hasta el 5% y luego hasta el 8%, donde se mantiene más o menos estable.
La lentitud en la adopción también parece ser una característica de la revolución de la IA. Aunque ya hay sofisticados chatbots de IA al alcance de cualquiera, la mayoría de los procesos organizacionales no se han adaptado para integrar esta tecnología. En la Unión Europea, la proporción de pequeñas empresas que usan al menos una herramienta de IA todavía es menor al 12%, contra alrededor del 40% de las empresas más grandes. En septiembre del año pasado, una encuesta del Banco de la Reserva Federal de los Estados Unidos en Nueva York mostró un panorama similar, al hallar que solo el 25% de las empresas de servicios y el 16% de las fabriles en la región decían usar la IA.
Por supuesto, la difusión de las tecnologías es menos emocionante que hacer avances científicos pioneros. Pero Europa está demasiado rezagada para situarse en la primera línea de la innovación. En vez de eso, debería centrarse en aprovechar las tecnologías de IA en los sectores que constituyen el grueso de cualquier economía (en esto, la estrategia de la UE para la aplicación de la IA es un buen inicio). Así obtendrá la ventaja competitiva necesaria para ejercer poder geopolítico y promover los intereses europeos a largo plazo.
El desafío de promover la adopción general de las tecnologías digitales es muy distinto al de desarrollar la próxima generación de modelos de IA. En vez de canalizar apoyo financiero hacia la investigación de frontera en laboratorios o universidades de élite, los gobiernos europeos deben centrarse en ampliar la base de competencias en IA (con énfasis en las específicas de cada sector, en vez de las generales); desarrollar una infraestructura digital adecuada; adaptar a la IA los marcos legales y éticos; y tender puentes profesionales entre científicos e ingenieros de IA.
También es crucial definir prácticas recomendadas de IA estandarizadas. En este sentido, si se juzga por el Índice de Preparación para la IA del Fondo Monetario Internacional, algunos países de la UE van por buen camino (Estonia se encuentra a un mismo nivel que Estados Unidos).
Pero la adopción de una estrategia pragmática centrada en capitalizar las innovaciones no implica abandonar cualquier deseo de innovar. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, no se equivoca al señalar que “esto es solo el comienzo. La frontera se mueve todo el tiempo y el liderazgo mundial todavía no está definido”.
Pero Europa tiene que resolver sus dependencias. En un mundo sujeto a la fragmentación geoeconómica y geopolítica y en el que Estados Unidos da la espalda a sus aliados más cercanos, podría ocurrir en el peor de los casos que los rezagados en IA se queden sin acceso a tecnologías de vanguardia. Según un estudio de 2023, el 73% de los modelos de IA fundacionales desarrollados desde 2017 salieron de Estados Unidos y el 15% de China.
De modo que sin dejar de proveer más incentivos para la difusión de la IA a mediano plazo, Europa también debe crear un entorno regulatorio más propicio (por ejemplo, mediante la flexibilización de algunas disposiciones de la Ley de IA, entre ellas las referidas a umbrales de riesgo basados en el poder de cómputo de los modelos de IA generativa), un contexto financiero (por ejemplo, mediante la creación de una unión de ahorro e inversión) y un ecosistema científico (con una mayor vinculación del mundo académico con el sector privado).
El histórico informe del expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, sobre la competitividad de la UE abunda en recomendaciones para llevar las políticas europeas en esta dirección. Pero el debate, la aprobación y la implementación de estas propuestas llevará tiempo, y mucho más hasta que empiecen a dar frutos; por eso la UE debe adoptar una estrategia dual centrada en promover la difusión tecnológica ahora y la disrupción tecnológica en el futuro.
Cuando le pregunté a Grok si Europa puede convertirse en un gigante de la IA, me respondió con sarcasmo: “Para una “revolución de la IA” no hay nada como una lista de normas por cumplir de 500 páginas”. ¿Podrá Europa refutar al chatbot de Elon Musk?
El autor
Edoardo Campanella, investigador superior en el Centro de Negocios y Gobierno Mossavar-Rahmani de la Escuela Kennedy de Harvard, es coautor (con Marta Dassù) de Anglo Nostalgia: The Politics of Emotion in a Fractured West (Oxford University Press, 2019).
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