China y la geopolítica del T-MEC

La renegociación del Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC), que se dará entre 2025 y 2026, técnicamente es un ejercicio de actualización de los términos para el comercio regional. Pero, bajo la superficie, se gesta una reconfiguración estratégica motivada por un país que no forma parte del tratado: China. Paradójicamente, la sostenibilidad y transformación del TMEC están profundamente marcadas por la evolución de las tensiones estructurales entre las potencias norteamericanas y la potencia asiática. Aunque el tratado pueda interpretarse como una herramienta de contención geopolítica de la presencia china en América del Norte, su próximo rediseño dependerá en gran medida de cómo se estabilice –o escale– la competencia sino-estadounidense. En otras palabras: el TMEC depende de China.

Desde su firma en 2018, el TMEC ha sido presentado como un reajuste del anterior Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), particularmente en lo que se refiere a las nuevas realidades del comercio digital, el medio ambiente y los derechos laborales. Sin embargo, la dimensión geopolítica del tratado ha cobrado creciente relevancia en los últimos años, especialmente ante el hipotético contexto de desglobalización y rivalidad entre potencias.

Siguiendo el tono de su predecesor, en su gira por la entidad norteña de Tamaulipas en diciembre de 2024, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, expresó la lógica eminentemente geopolítica del TMEC, refiriéndose al tratado como la “única” manera de competir exitosamente con China, con miras a fomentar una “integración” regional, e incluso hemisférica. Dicho planteamiento revela una situación aparentemente compartida por los tres países: el TMEC no es simplemente un tratado regional, sino un mecanismo para reordenar cadenas de suministro, proteger sectores estratégicos y blindarse frente a prácticas consideradas “desleales” por parte de China.

Con la revisión del tratado, los tres países se preparan para una renegociación que no solo evaluará los impactos económicos del acuerdo, sino que también deberá responder a un nuevo entorno problemático. Las conversaciones comerciales entre Estados Unidos y China han estado marcadas por una retórica agresiva y la persistencia de medidas arancelarias sobre productos tecnológicos, automóviles eléctricos y componentes estratégicos. Si bien el presiente estadounidense, Donald Trump, anunció a inicios de junio de 2025 que un acuerdo con China estaba “hecho”, los precedentes obligan a mirar con cautela este nuevo “logro” en el marco de la competencia sino-estadounidense, aunque también podría interpretarse como una preparación del terreno con miras a la renegociación del tratado.

Lejos de ser un observador pasivo, China actúa como un agente catalizador del reordenamiento productivo en América del Norte. Por medio de sus inversiones, de su participación en las cadenas globales de suministro globales, y en sus estrategias de triangulación comercial, el país asiático está moldeando el perímetro de acción del TMEC desde fuera. Así, la paradoja se vuelve evidente: el futuro del principal tratado de integración económico-comercial regional dependerá, en gran medida, de la evolución de la gran rivalidad del siglo XXI.

*El autor es Senior Fellow sobre China en el COMEXI y profesor-investigador en la UAM Xochimilco.

*Las opiniones expresadas en este artículo, son responsabilidad exclusiva del autor.

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