Centros de datos y energía: la nueva infraestructura crítica

El auge de la inteligencia artificial (IA) ha traído consigo un cambio silencioso pero profundo: la creciente presión energética detrás de cada modelo, cada servidor, cada proceso automático. En la superficie, hablamos de asistentes conversacionales, análisis predictivos o decisiones en tiempo real. Pero por debajo, todo eso descansa sobre una infraestructura que cada día exige más energía y genera nuevas tensiones para las redes eléctricas. Lo que solía ser un debate del nicho tecnológico hoy se ha convertido en un tema central para inversionistas, operadores de infraestructura y responsables de política energética: ¿cómo sostener el crecimiento del cómputo intensivo sin comprometer la estabilidad del sistema eléctrico ni los objetivos climáticos?

El auge de los centros de datos y su demanda energética

Los centros de datos han dejado de ser solo el corazón digital de las empresas tecnológicas. Hoy son una pieza crítica de la economía moderna: desde servicios financieros hasta transporte y manufactura dependen de ellos. Y su expansión no se detiene. Con datos oficiales del departamento de energía de Estados Unidos, en 2023, los centros de datos en Estados Unidos consumieron 176 TWh de electricidad, el 4.4% de la demanda total del país, y se espera que esa cifra se más que triplique hasta los 580 TWh hacia 2028. A nivel global, el consumo podría duplicarse para 2030, superando los 940 TWh anuales. Parte de este aumento está directamente ligado a la adopción masiva de inteligencia artificial: los servidores acelerados por GPU consumieron más de 40 TWh solo en 2023, veinte veces más que en 2017.

Estos datos no son menores. El ritmo de construcción de centros de datos, impulsado por grandes modelos de lenguaje, servicios en la nube y nuevas plataformas de inteligencia artificial generativa, está dando lugar a una nueva configuración de epicentros tecnológicos: regiones con acceso a energía abundante y estable se vuelven más competitivas. Y ahí es donde se encuentra la frontera crítica entre lo posible a escala tecnológica y la viabilidad operativa.

Retos para la red eléctrica y el clima

La red eléctrica en muchas partes del mundo, incluidos tanto Estados Unidos como México, no fue diseñada originalmente para absorber incrementos tan abruptos de carga en puntos localizados. Las líneas de transmisión, los transformadores y las subestaciones enfrentan tensiones que no estaban previstas hace una década. En Virginia, uno de los hubs digitales más grandes del mundo, ya se han advertido riesgos de congestión en la red debido al crecimiento acelerado de solicitudes de interconexión.

Además de la estabilidad de la red eléctrica sobre la que corren procesos críticos, está el costo climático. De acuerdo a un estudio de Morgan Stanley, las emisiones asociadas a los centros de datos podrían alcanzar los 2.5 mil millones de toneladas de CO₂ equivalente para 2030 si no se acelera la transición energética. No se trata solo de eficiencia —aunque el promedio de métricas de efectividad en centros de dates tales como el Power Usage Effectiveness (PUE) han mejorado para ubicarse en niveles cercanos al 1.4—, sino de la fuente de energía detrás del servidor. Sin una matriz energética más limpia, el crecimiento digital puede contradecir los compromisos de reducción de toneladas de CO₂ equivalente.

Oportunidades de inversión estratégica

La solución no pasa solo por regular, sino por invertir de forma inteligente. Los centros de datos deben integrarse a ecosistemas energéticos más sofisticados: con generación confiable local (de ser posible con almacenamiento en baterías), contratos de compra de energía a largo plazo y redes inteligentes capaces de gestionar cargas dinámicas. En Estados Unidos, solo en 2024 se contrataron más de 50 GW de energía limpia para alimentar centros de datos. Inclusive algunos operadores están comenzando a combinanar IA con sistemas de gestión energética para modular el consumo en función de la oferta renovable.

Esto abre una enorme ventana para los fondos de infraestructura, la banca verde y los gestores de activos: financiar el backbone físico del mundo digital. La inversión ya no es solo en fibra óptica o servidores, sino en subestaciones, baterías, fuentes de energía confiable y limpia, así como líneas de transmisión. Se requieren inversiones de capital de largo plazo, pero también visión para entender que el rendimiento ya no se mide solo en retornos financieros, sino también en toneladas de CO₂ evitadas y megawatts gestionados con eficiencia e inteligencia.

Conclusión: la inversión del futuro es infraestructura

Hoy el dilema no es si necesitaremos más energía, sino cómo y dónde la obtendremos. En un mundo cada vez más influido por el desarrollo computacional, la infraestructura energética dejó de ser un asunto solo de los técnicos para convertirse en una decisión estratégica. La economía digital depende de condiciones materiales: disponibilidad eléctrica, resiliencia de la red y estabilidad regulatoria.

La inversión del futuro —la que realmente importa— no se ve en las apps que usamos cada día, sino en la infraestructura invisible que las hace posibles. Y en esa infraestructura, se juega no solo el crecimiento de la IA, sino nuestra capacidad colectiva de sostenerla sin comprometer el clima ni colapsar las redes de energía eléctrica.

X: @JPDeBotton

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