Celebran los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlan

“Se dice que salieron del mítico Aztlán – donde la blancura de las garzas colorea el paisaje – y, tras una migración de alrededor de 200 años, llena de vicisitudes, encontraron en una pequeña isla en medio del Lago de Texcoco, la tierra que les había sido divinamente prometida. Al llegar a ella, todo alrededor se tornó en una total blancura: los sauces, los tules, las cañas, las ranas, los peces, todo a semejanza de la mítica Aztlán”.
El pasado sábado 26 de julio, la Ciudad de México hizo un pausa en el tiempo y se detuvo para recordar que hace 700 años las tribus chichimecas llegaron al lago de Texcoco y fundaron la Gran Tenochtitlan.
La plancha del zócalo capitalino se pobló de elementos de la Guardia Nacional y del Ejército Mexicano y cientos de mujeres y niños ataviados como guerreros, danzantes o macehuales para revivir el periplo fundacional de la capital mexicana, plasmado en la “Tira de la peregrinación” (Códice Boturini), en una monumental representación teatral presidida por la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, y la jefa de Gobierno, Clara Brugada Molina.
El Teocalli de la Guerra Sagrada
Lorena Vázquez Vallin, arqueóloga e investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cuyas líneas sirven de prolegómeno a esta crónica, abundó en el mito fundacional.
“Los mexicas contaban que Huitzilopochtli, su dios tutelar, les había indicado el lugar preciso donde debían establecer su templo y, en torno a él, trazar la gran ciudad, a fin de convertirse en el imperio más poderoso jamás conocido en esta latitud. El portento del águila sobre un nopal con el que la divinidad reveló ante sus ojos el sitio elegido, parece haber ocurrido en un año 2 casa,1325. Así lo sugiere, al igual que algunos documentos posteriores a la conquista, el Teocalli de la Guerra Sagrada, escultura mexica encontrada bajo los cimientos del Palacio Nacional, cuya réplica ha instruido colocar en esta plaza la Presidenta de la República para acercarla al conocimiento de las y los mexicanos”.

Arqueóloga Lorena Vázquez Vallin.
Minutos antes, la primera mandataria había cortado el listón inaugural del “Memorial México-Tenochtitlan”. Siete siglos de legado de grandeza”, que reproduce la citada escultura, y que se colocó frente a la Puerta Mariana, en la esquina norte del Palacio Nacional.
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Sería la jefa de Gobierno la encargada de describir el memorial: “El águila que se posa sobre el nopal (…) marcó el fin de una larga peregrinación y el comienzo de una civilización destinada a trascender el tiempo. Este encuentro fue tallado sobre una de las esculturas más significativas del pueblo mexica, el Teocalli de la Fundación o de la Guerra (…) en ella viene tallada una fecha mítica, el año 2 Casa, es decir, 1325, hace 700 años.”
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Presidenta inaugura el Teocalli de la Guerra Sagrada.
“Aquí florecieron y construyeron una de las ciudades más grandes y asombrosas del mundo antiguo. Nuestra ciudad de México-Tenochtitlan fue el hogar de un pueblo heredero de los saberes milenarios de las civilizaciones que existieron antes de ellos. Heredaron el cálculo de las estrellas, la cuenta de los días, el conocimiento preciso de la arquitectura, la confección de telas y plumas y la agricultura sobre chinampas”, leyó Brugada.
Después de los ¡vivas! a las diosas mexicas Coatlicue, Coyolxauhqui y Tlaltecuhtli, vino la actriz Mercedes Hernández a leer el testamento de Tecuichpo Ixcaxochitzin, la hija de Moctezuma, en el que manda liberar a su servidumbre de cualquier sujeción o yugo, en un documento firmado en 1550, al que se le considera “el primer acto de emancipación de la esclavitud registrado en América”.
Una ciudad de orden y arte
El mensaje final correspondió a la presidenta Claudia Sheinbaum, quien expuso los logros alcanzados por la civilización tenochca antes de la llegada de los conquistadores y la vigencia de los valores de ese “pueblo indómito”.
“En medio de las aguas del lago de Texcoco nació una visión de fuerza, de fe. Tenochtitlan se alzó como su origen, un águila sobre un nopal, tal como lo soñaron sus fundadores, obedeciendo la señal de los dioses. Tenochtitlan fue belleza en movimiento. Desde lo alto de sus templos los sacerdotes hablaban con los dioses; desde sus mercados, el bullicio del comercio unía pueblos lejanos; desde sus canales, las canoas deslizaban vida entre las chinampas, jardines flotantes que proveían el alimento de cientos de miles, era una ciudad de orden y arte, de poder y de poesía”, sostuvo.
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“Su arquitectura era exacta, como las estrellas; y su gente, orgullosa; todo tenía un propósito y una armonía, el maíz en los campos y en las chinampas, los códices en las manos de los sabios que guardaron la memoria, el guerrero que ofrecía su vida por mantener el equilibrio del universo. Insisto, la grandeza de Tenochtitlan no fue sólo su fuerza y su belleza, sino su alma, el espíritu indómito de un pueblo que emergió de la nada para crearlo todo, que convirtió una isla inhóspita en un imperio, que amó tanto a sus dioses, a su tierra y a sus ancestros, que fue capaz de ofrecer su corazón para que el Sol siguiera saliendo todos los días”.
La presidenta elogió, asimismo, los logros que los peninsulares encontraron al llegar a Tenochtitlan: “un imperio sólido con leyes, lengua, escritura, medicina, agricultura, ingeniería, cultura, conocimientos astronómicos (…) y en lugar de comprenderlo decidieron aplastarlo (….) y emprender un largo proceso de colonización que buscó borrar todo rastro de lo indígena”
Cerró su intervención haciendo alusión a la “herida más profunda” que dejó en el alma mexicana la discriminación y desprecio hacia el origen indígena; “lo decían ellos (los conquitadores) sinónimo de atraso, de ignorancia, de barbarie”; “una herida que estamos obligados, como mexicanas y mexicanos, a curar y a garantizar que se cure”.
Después de la intervención presidencial, cientos de mujeres, hombres y niños escenificaron la peregrinación del pueblo que dejó de ser azteca para convertirse en mexica desde la mítica Aztlán hasta el lago de Texcoco, donde erigieron el recinto sagrado dedicado a Tláloc y a Huitzilopochtli.
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Representación del Templo Mayor.
“El origen no es pasado muerto, es una brújula viva (…) Por ello, a todos los mexicanos y mexicanas, de todas las raíces, nos une el deber de honrar a los pueblos originarios, reconocer nuestro legado de grandeza, amar a esta tierra sagrada que nos vio nacer y sentir el orgullo de ser parte de una patria milenaria (….). Mientras exista el mundo no acabará la gloria ni la fama de México-Tenochtitlan”, concluyó la presidenta.
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