Carney y el G7: Oportunidad Regional

Más allá de la agenda política y económica de Donald Trump, el futuro de Canadá depende de lo que los canadienses hagan. Lo mismo se aplica para México. Así lo estableció claramente ayer el primer ministro Mark Carney frente a Trump: ¡Canadá no está a la venta!

Con eso en mente, en cinco semanas, del 15 al 17 de junio, la mirada del mundo se posará sobre Kananaskis, Alberta. La cumbre del G7, que se celebrará en esta ciudad, no será una reunión más. Con la reciente elección de Carney como primer ministro, el encuentro promete algo más que protocolos y declaraciones conjuntas. Podría ser el estreno geopolítico de un líder con una visión estratégica ambiciosa que busca redefinir el papel de Canadá en un mundo fracturado, así como fortalecer internamente su propia economía.

Carney llega al poder en un contexto volátil: un segundo mandato de Trump, las tensiones con China, la guerra en Ucrania, el cada vez más atroz genocidio en Gaza y la crisis ambiental global, entre otras situaciones, conforman un escenario inestable pero también fértil para propuestas nuevas. Carney no ha tardado en marcar el tono. En su discurso de victoria, lanzó una frase que resonó fuerte: “Nuestra antigua relación con Estados Unidos, basada en una integración creciente, ha terminado”. Con ello, dejó claro que su gobierno busca una nueva arquitectura de alianzas, menos dependiente del vaivén político de Washington. Algo que ayer reiteró en su visita a la Casa Blanca.

Durante décadas, Canadá ha sido un socio y amigo de Estados Unidos. Pero los aranceles impuestos por la administración Trump, sumados al desdén por el multilateralismo y el riesgo de decisiones unilaterales, han obligado a Ottawa a replantear su estrategia. La cumbre del G7, presidida por Canadá, es una gran oportunidad para explorar acuerdos que reduzcan esa dependencia y fortalezcan la soberanía económica de sus miembros.

Carney no es un político tradicional. Su trayectoria como gobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, así como su liderazgo en temas de finanzas sostenibles, lo convierten en un perfil técnico con vocación global.

Con líderes serios, mesurados y razonables como Emmanuel Macron, Keir Starmer, Frederich Merz y Shigeru Ishiba presentes en la cumbre, Canadá tiene la oportunidad de liderar una agenda multilateral que contrarreste el avance del proteccionismo y el aislacionismo de Trump. Carney puede posicionarse como un articulador de consensos entre economías liberales que comparten valores democráticos, frente a quienes impulsan una agenda autoritaria, de armamentismo y en contra del multilateralismo.

El énfasis estará en el desarrollo de cadenas de valor resilientes, reglas comunes en inteligencia artificial, gobernanza digital y mecanismos de respuesta coordinada ante crisis sanitarias o climáticas.

Ante el creciente riesgo de depender de un solo mercado, Canadá busca ampliar su red de socios comerciales. Asia, Europa y América Latina aparecen como destinos prioritarios. La estrategia no es sólo económica, sino geopolítica: reducir la exposición a decisiones unilaterales provenientes de Estados Unidos.

Otro de los grandes ejes de Carney es el cambio climático. Su propuesta de sustituir el impuesto al carbono por incentivos verdes, vinculados a la productividad y la innovación tecnológica, podría convertirse en modelo para otros países del G7. No es un giro ideológico, sino pragmático: se trata de conectar la sostenibilidad con la competitividad económica.

En resumen, ante el contexto mundial actual, la presidencia canadiense del G7 bajo Mark Carney no debe ser una cuestión de protocolo. Es una oportunidad histórica para que este selecto grupo de países sea un bloque unido de seis naciones, contra una que considera que su hegemonía le permite lo que sea.

En un escenario global dominado por la incertidumbre, nuestro socio comercial puede convertirse en un referente de gobernanza responsable, economía sostenible y diplomacia a favor de la paz. Pero el tiempo será limitado y los obstáculos, numerosos. Todo dependerá de si Carney puede traducir su visión técnica en liderazgo político global.

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