Cáncer de mama: una batalla que también enfrentan los hombres
Cada octubre, el color rosa inunda calles, oficinas y redes sociales. Es el mes de la sensibilización sobre el cáncer de mama, una enfermedad que se ha convertido en símbolo de lucha, prevención y esperanza. Sin embargo, detrás del lazo rosa hay cifras, desigualdades y silencios que todavía pesan. Uno de los menos visibles: el cáncer de mama no es exclusivo de las mujeres. También afecta a los hombres, aunque en menor proporción, y suele diagnosticarse más tarde, con consecuencias más graves.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el cáncer de mama es el tipo de cáncer más común en el mundo: cada año se detectan alrededor de 2.3 millones de nuevos casos y más de 685,000 muertes. En México, la Secretaría de Salud reporta más de 30,000 diagnósticos anuales, y es la primera causa de muerte por cáncer en mujeres. Pero aunque apenas representa entre el 0.5 y el 1% de los casos en hombres, su impacto es devastador: se calcula que uno de cada 100 hombres con cáncer de mama muere antes de los cinco años del diagnóstico, principalmente por la falta de detección temprana.
El desconocimiento es uno de los grandes enemigos. Muchos hombres no saben que pueden desarrollar cáncer de mama, y por ello ignoran síntomas como la aparición de un bulto, retracción del pezón o secreción. Cuando buscan atención médica, la enfermedad suele estar en etapas avanzadas. En el caso de las mujeres, a pesar de las campañas de prevención, persisten brechas por nivel socioeconómico: no todas tienen acceso a mastografías, seguimiento médico o tratamientos de alta especialidad. La detección temprana sigue siendo un privilegio en un sistema de salud desigual.
El cáncer de mama también tiene un costo económico profundo. De acuerdo con el Instituto Nacional de Cancerología (INCan), el tratamiento completo puede superar el millón de pesos por paciente, dependiendo del tipo de terapia, medicamentos y cirugías reconstructivas. En el sector público, gran parte de este gasto recae en los hospitales oncológicos, pero las familias asumen una carga importante: transporte, medicamentos complementarios, alimentación especial, prótesis, pérdida de ingresos y cuidados no remunerados.
Esa economía invisible del cáncer —hecha de tiempo, afecto y recursos— recae principalmente en las mujeres, aun cuando el paciente sea un hombre. Las madres, hijas, parejas o hermanas suelen ser las cuidadoras principales, muchas veces sin apoyo psicológico ni compensación económica. Esto no solo agota los recursos familiares, sino que afecta la productividad laboral y emocional de todo el entorno.
El impacto psicológico es otro capítulo que rara vez se aborda con la profundidad que merece. Para las mujeres, el cáncer de mama puede significar una transformación radical del cuerpo y de la identidad. La pérdida de un seno, la caída del cabello, las cicatrices o los cambios hormonales alteran la relación con la feminidad, el deseo y la autoestima. Para los hombres, el golpe suele venir acompañado de vergüenza o incredulidad: “¿Cómo es posible que yo tenga una enfermedad de mujeres?”, se preguntan muchos. Ese estigma puede retrasar la búsqueda de ayuda y acentuar la depresión o el aislamiento.
Afortunadamente, los avances médicos son cada vez mayores. Hoy los tratamientos incluyen terapias dirigidas, inmunoterapia y técnicas quirúrgicas menos invasivas. La tasa de supervivencia a cinco años supera el 85% cuando se detecta a tiempo. Pero los avances científicos no bastan si no se traducen en políticas públicas efectivas. La prevención requiere inversión, campañas sostenidas y accesibles, no solo anuncios de temporada.
También hace falta una visión integral del cáncer de mama, que combine la dimensión médica con la económica y la emocional. Las empresas pueden desempeñar un papel clave: promover chequeos preventivos, ofrecer días de permiso para estudios médicos y apoyar a las trabajadoras y trabajadores en tratamiento. En países como el Reino Unido y Canadá, las compañías ya implementan programas de acompañamiento psicológico y reincorporación laboral para sobrevivientes. En México, ese tipo de iniciativas son todavía excepcionales.
Hablar de cáncer de mama (en mujeres y hombres) es hablar de desigualdad, de salud pública y de cuidado colectivo. No se trata solo de usar un listón rosa en octubre, sino de comprender que detrás de cada diagnóstico hay una red de vidas afectadas: la o el paciente, su familia, su empleo, su economía y su futuro.
La detección temprana salva vidas, pero la empatía también. Porque el cáncer de mama no distingue género ni clase social, y su lucha no termina en el hospital: continúa en los hogares, en las empresas, en las políticas públicas y en la conversación social. Hablar de ello, con información y sin estigmas, es una forma de resistencia y de esperanza.

 
			 
			