Caer y levantarse: el otro camino del desarrollo
Queda claro que la vida no es lineal, no es cuesta arriba. Hay historias de éxito, pero también de fracaso todo el tiempo. Tanto en el ámbito personal como –y quizá con más fuerza– en el profesional, nos enfrentamos constantemente a situaciones que sacan lo mejor o lo peor de nosotros. Momentos donde las decisiones no sólo definen un resultado, sino también quiénes somos y en quiénes nos convertimos en el proceso.
Para muestra de cómo el ser humano tiene la capacidad de salir victorioso hasta de las situaciones más complicadas con ingenio y determinación, haré referencia a la historia de un empresario que, durante la pandemia, recibió el mayor pedido de exportación en la historia de su compañía.
Para cumplirlo, necesitaba crecer su capacidad de producción, así que decidió asociarse con un inversionista que, en apariencia, compartía su visión. Pero el impulso que parecía ser el inicio de un gran éxito se convirtió en su peor pesadilla: el socio resultó un impostor que le arrebató todo. Literalmente. La fábrica, los contactos, y casi también su buena reputación.
A punto de perderlo todo, descubrió que su socio intentaba llevarse incluso a su proveedor exclusivo de materias primas, algo se encendió en él. En un acto de lucidez –y quizás también de instinto– buscó a su principal competidor. Le contó toda la historia. Y recibió una respuesta inesperada: “Si me lo hubieras dicho antes, me hubiera asociado contigo desde el principio”.
Así fue como, en medio del naufragio, encontró una tabla de salvación. La alianza con ese competidor le permitió recuperar parcialmente su inversión, salvar la empresa y, sobre todo, no fallarle a su familia y equipo. A ellos les debía más que dinero: les debía esperanza.
Esta historia –que es real– no es sólo una anécdota de ingenio empresarial, es un ejemplo vivo de las competencias que emergen cuando todo se tambalea:
- Resiliencia, entendida no como aguantar, sino como reconfigurarse desde la pérdida.
- Pensamiento estratégico bajo presión, que permite ver oportunidades donde otros sólo ven problemas.
- Gestión emocional, que impide tomar decisiones desde el enojo o el miedo.
- Capacidad de generar alianzas genuinas, incluso con antiguos rivales.
- Y, por encima de todo, integridad, ese valor silencioso que nos ancla cuando sentimos que todo lo demás se ha desmoronado.
Ahora bien, ¿cómo desarrollar esas competencias? No hay fórmulas, tampoco magia, pero sí existen los caminos posibles. Un buen comienzo es reconocer nuestras fortalezas, esas habilidades que activamos con naturalidad y que pueden convertirse en anclas cuando todo tiembla. No se trata de agregar más herramientas a la caja, sino de profundizar en lo que ya hacemos bien, y desde ahí construir.
Desde pequeños nos enseñan a trabajar duro para mejorar aquello en lo que no somos buenos. En la escuela, por ejemplo, si alguien tenía problemas con matemáticas, la solución era tomar más clases, aumentar las tareas, realizar un mayor esfuerzo, pero rara vez se nos alentaba a profundizar en las materias donde mostráramos facilidad natural.
Esta lógica nos ha acompañado hasta la vida adulta: pasamos años –a veces toda una carrera– intentando perfeccionar habilidades que no son parte de nuestro talento esencial, mientras desatendemos aquello para lo que nacimos con una chispa especial. El desarrollo de competencias no siempre se trata de llenar vacíos, sino de ampliar fortalezas. Apostar por lo que sí se nos da bien puede ser, muchas veces, la clave para salir adelante incluso en los momentos más difíciles.
Es por esto que una buena forma de comenzar sería tener claridad en las cosas que somos mejores o que desempeñamos con mayor facilidad. Por ejemplo, si eres una persona con buena comunicación, puedes cultivar con más intención la escucha activa y el feedback constructivo. Si eres analítico, aprende a usar esa lógica para gestionar la incertidumbre sin paralizarte. Si eres empático, fortalece tu inteligencia emocional para liderar incluso en medio de la tormenta.
El crecimiento personal y profesional no ocurre sólo en los momentos de calma, muchas veces lo mejor de nosotros emerge cuando todo parece perdido. Ahí, en el fondo de las caídas, también habita la posibilidad de rediseñarnos.
Caer es humano. Levantarse, también. Pero hacerlo con dignidad, con inteligencia emocional y con visión a largo plazo, es lo que marca la diferencia.
Y quienes desarrollan estas competencias no sólo sobreviven a las tormentas… transforman su historia.