Aprender de lo que ya funciona

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A veces, el cuidado comienza en los lugares menos esperados. No se encuentra necesariamente en una consulta médica o en una receta, sino en un gesto cotidiano como tomarse unos minutos para reflexionar sobre nuestro bienestar. No se trata solo de actuar por urgencia, sino de hacerlo por prevención. No es cuestión de enfermedad, sino de conciencia.

Esto lo reflexioné durante mi última estancia en Asia, específicamente en China. En medio del ritmo acelerado de la ciudad, vi algo que me pareció simple, pero revelador: una persona entrando a una cabina médica automatizada, instalada en una farmacia de barrio. En pocos minutos se tomó la presión, midió su frecuencia cardíaca, obtuvo un breve diagnóstico y salió con una impresión en la mano. No había fila, ni burocracia, ni necesidad de una cita previa. Solo tecnología al alcance de cualquiera, integrada a la vida diaria. La cabina era pequeña, del tamaño de un cajero automático. Tenía una pantalla, un asiento, sensores y un par de instrucciones claras. La persona no necesitó ayuda para usarla. Solo entró, colocó sus manos y brazos en los dispositivos indicados, y la máquina hizo el resto; midió signos vitales, procesó la información y entregó un reporte simple pero útil. Todo en menos tiempo del que se tarda uno en hacer fila para pagar en la farmacia. No se trata de una rareza ni de un experimento aislado. En países como China, la adopción de soluciones digitales en salud ha crecido de forma acelerada. De acuerdo con el informe 2023 Global Health Care Outlook de Deloitte, Asia lidera la transformación digital del sector salud, impulsada por la necesidad de ampliar el acceso y reducir la presión sobre los sistemas tradicionales. Las cabinas automatizadas forman parte de esa evolución, que es contar con tecnología accesible que permita a las personas tomar decisiones informadas sobre su salud, sin saturar el sistema. Mientras tanto, en buena parte de América Latina, ir al médico sigue siendo un proceso largo, costoso o simplemente fuera de alcance. No por falta de talento humano —que lo hay, y mucho—, sino por un modelo que depende casi exclusivamente de la atención presencial, y que muchas veces llega tarde. El resultado es predecible, vemos salas de espera saturadas, diagnósticos tardíos y millones de personas que recurren al autocuidado, no por convicción, sino porque no tienen otra opción. Sabemos más que nunca sobre cómo prevenir enfermedades, y, sin embargo, gran parte de los esfuerzos en salud siguen enfocados en lo curativo. Es una paradoja que se repite, invertimos más en atender que en anticipar. Mientras tanto, millones de personas recurren al autocuidado a través de la intuición, de consejos informales y de información fragmentada. El problema no es que intenten cuidarse, sino que muchas veces lo hacen sin guía ni herramientas confiables. Y cuando el autocuidado falla, el costo no lo paga solo la persona, sino todo el sistema. Y no se trata solo de percepciones personales. Según el informe más reciente de la OMS y el Banco Mundial, más de 4,500 millones de personas en el mundo carecen de acceso pleno a servicios esenciales de salud. Al mismo tiempo, la OCDE estima que hasta una de cada cinco consultas médicas o visitas a urgencias podrían haberse evitado con herramientas básicas de prevención y orientación. Es decir, muchos de los problemas que saturan a los sistemas de salud no vienen de casos graves, sino de decisiones cotidianas que no se pudieron tomar a tiempo. Lo que vi no es un modelo universal, pero deja lecciones claras sobre lo que necesitamos hacer —y desaprender— para acercar la salud a las personas en Latinoamérica. Desde mi experiencia, debemos trabajar en al menos tres condiciones clave para que estas innovaciones realmente funcionen: – No basta con importar tecnología ; hay que adaptarla al entorno donde va a operar. Eso implica entender cómo viven, deciden y se cuidan las personas en cada comunidad. Si una solución no es intuitiva, accesible y culturalmente cercana, no va a ser usada. – El conocimiento médico no debería quedarse en manuales técnicos. Hay que traducirlo en mensajes simples, confiables y disponibles en los lugares donde las personas ya buscan respuestas como lo es una farmacia, una tienda, una aplicación. La alfabetización en salud no es un lujo, es infraestructura básica. – Para que alguien confíe en una cabina, una etiqueta o una app, necesita creer que detrás hay una red profesional que lo respalda. Eso requiere colaboración entre gobiernos, sector privado y comunidades. Ninguna tecnología funciona sola si no hay confianza en su propósito.

Sin duda, puedo visualizar un futuro en el que estas máquinas de diagnóstico estén disponibles en cada rincón rural de México. Aunque no reemplazarán la atención de un médico, ofrecen una solución valiosa para realizar chequeos básicos, así como diagnósticos iniciales y oportunos a diferentes condiciones de salud. Esta poderosa herramienta es considerablemente más económica que la construcción de un hospital y con la capacidad de llevar la salud preventiva a donde sea que se necesita. Suena prometedor. ____ Nota del editor: Arturo Sánchez es presidente de la División de Consumo para Asia-Pacífico y Latinoamérica de Bayer. Las opiniones publicadas en esta columna correponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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