Ante la debilidad política, ardor guerrero
Benjamín Netanyahu no iba a dejar pasar la oportunidad, que es hija de una doble debilidad: la del régimen iraní y la suya propia como primer ministro. Había que darse prisa, para evitar que se cerrara la ventana. Para el domingo estaba ya en agenda una nueva reunión en Omán entre los representantes iraníes y el enviado especial de Donald Trump “para todo”, Steve Witkoff, en la que iba a discutirse de nuevo sobre el programa nuclear iraní. No eran buenas las expectativas, pero el primer ministro israelí sabe muy bien del apetito de paz incondicional que anima al presidente Trump, dispuesto a cualquier cosa con tal de satisfacer sus sueños de pacificador y hasta ahora en ayunas en Ucrania, en Gaza e incluso en las guerras arancelarias, todas ellas abiertas a pesar de las rimbombantes declaraciones de la Casa Blanca sobre los innumerables y fructíferos acuerdos bilaterales que iba a conseguir gracias a su milagroso “arte del acuerdo” (art of the deal).