¡Adiós, Bruno…!*

La aventura periodística se inició de manera totalmente impensada. En el Banco de México, mi amigo y economista, Juan Díez Canedo, me recomendó para fines laborales a la atención del entonces director general, Miguel Mancera. El funcionario me acogió entre sus colaboradores y se dio la circunstancia de que el saliente, Manuel Suárez Mier, participaba con mucho entusiasmo en la página editorial del diario El Economista, de nueva creación. En acomodo, para mostrar que yo también podía escribir, aporté unas cuantas colaboraciones.

Surgió una relación de amistad y de colegas con el fundador del diario y primer conductor, Luis Enrique Mercado. Me insistía mucho en que reanudara mi trabajo de editorialista y un día me llamó y me dijo que ya tenía la solución para el caso: colaborar con el uso de un seudónimo. Acepté un poco a regañadientes, suponiendo que ya había consultado él la posibilidad con el jefe Mancera, con quien tenía muy buena relación personal. Pero un día casi me colapso, cuando este último me preguntó sobre la identidad de ese nuevo editorialista que escribía “cosas muy sensatas”. ¡Supuse, con alarma, que ahí se terminaban mis días como funcionario del Banco de México! Sin embargo, la reacción conseguida fue totalmente distinta: una carcajada espontánea y la recomendación: “¡Siga por ese buen camino!”

Ha pasado mucha agua bajo el puente a partir de aquellas experiencias de arranque en calidad de editorialista periodístico. Me congratulo y afloran en mí pensamientos que considero muy claros. Por ejemplo, el atractivo que despertó en mí la propuesta general del diario de dar impulso a la economía de mercado. Tenía plena conciencia del inmenso daño que le habían causado a México los muy destructivos planteamientos de la propuesta proestatista aplicada durante los sexenios de Echeverría y López Portillo.

Decidí no heredar la postura de enemistad abierta que mi antecesor, Suárez Mier, había adoptado en contra de la alternativa de competencia que ofrecía El Financiero. Consideré que era mucho mejor una competencia en términos civilizados. Por fortuna, las cosas han cambiado mucho desde entonces. Sobre todo, a partir del fallecimiento de Rogelio Cárdenas hijo.

Abrigo la certeza de nunca haber salido con un “maquinazo” (la colaboración periodística improvisada, solo para cumplir con el compromiso editorial). Tampoco creo haber lanzado “refritos” de colaboraciones previas. Lo que sí ha ocurrido es una sensación de cansancio y desgaste después de tantos años de brega semanal. Me separo de una institución periodística a la que le profeso un gran cariño personal, pero en la cual me quedan pocos amigos. Si acaso uno, en la persona del director editorial, Luis Miguel González. Al contrario de lo que anunció en su momento el general Mac Arthur, “no volveré”.

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