¿Puede la Inteligencia Artificial realmente aprender a defendernos?

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Durante años nos vendieron la idea de que la Inteligencia Artificial (IA) sería nuestra gran defensora. Que los algoritmos cognitivos aprenderían por sí solos a anticipar ataques, sellar vulnerabilidades y proteger los sistemas como centinelas digitales sin fatiga ni error humano. Pero la realidad es menos heroica: la ciberseguridad cognitiva, más que una revolución, parece hoy una promesa rota envuelta en marketing algorítmico.

Las empresas compran soluciones “inteligentes” esperando blindaje automático, cuando en realidad lo que obtienen es velocidad sin criterio. El IBM Cost of a Data Breach Report 2024 reveló que más de la mitad de las organizaciones que integraron IA en sus operaciones de ciberseguridad logró reducir el tiempo de detección, pero no el número de incidentes. Es decir, reaccionan más rápido… al mismo desastre. Hemos confundido eficiencia con inteligencia, y automatización con seguridad. El discurso de la IA que se defiende sola se ha convertido en el nuevo fetiche corporativo. Se habla de sistemas que aprenden, analizan y actúan sin intervención humana, pero nadie menciona que esos modelos sólo aprenden de lo que ya pasó. Son oráculos entrenados con datos viejos. Y en un entorno donde los ataques evolucionan cada hora, esa dependencia de lo histórico es casi un suicidio digital. Algunos expertos advierten que los sistemas basados en machine learning pueden ser manipulados a través de prompt injections o sesgos en sus datos de entrenamiento. La defensa automatizada, paradójicamente, se vuelve tan vulnerable como las amenazas que busca neutralizar. Lo más inquietante es la fe ciega con la que América Latina adopta estos modelos importados. En un continente donde la ciberseguridad aún es un privilegio más que una práctica, hablar de “defensa cognitiva” suena a lujo. El BID y la OEA estiman que el 60% de las pymes latinoamericanas no tiene estrategias avanzadas de seguridad digital. Mientras tanto, proliferan los discursos sobre automatización inteligente , como si los algoritmos pudieran suplir la falta de talento humano, infraestructura o gobernanza. Es el espejismo del progreso: compramos software de punta para cubrir vacíos estructurales que la tecnología no puede resolver. Y es que la IA puede detectar patrones, pero no entiende contextos. No distingue entre una vulnerabilidad técnica y una política de ciberseguridad mal diseñada. No comprende que en México, Colombia o Chile, los ataques no sólo buscan datos, sino extorsionar, desestabilizar o manipular información estratégica. Pretender que una máquina piense por nosotros en ese terreno es tan absurdo como dejar que un asistente virtual negocie un rescate digital. El problema no es la tecnología, sino la delegación del juicio. Hemos entregado el poder de decisión a sistemas que carecen de ética, intuición y sentido común. En nombre de la automatización, renunciamos al pensamiento crítico. Y lo más grave: comenzamos a aceptar los sesgos de la IA como si fueran verdades técnicas. Pero detrás de cada modelo “inteligente” hay programadores, conjuntos de datos y supuestos culturales que rara vez incluyen la complejidad latinoamericana. La ciberseguridad cognitiva podría ser una herramienta formidable si se entendiera como lo que es: una extensión del criterio humano, no su reemplazo. El futuro no está en la máquina que defiende sola, sino en el diálogo entre algoritmos que aprenden y personas que comprenden. En la alianza entre el cálculo y la interpretación. Entre el dato y el contexto.

América Latina no necesita más defensas automáticas, sino estrategias inteligentes con supervisión humana, con especialistas capaces de cuestionar los resultados de los sistemas y reinterpretar los patrones que la IA no puede leer. Porque la verdadera seguridad cognitiva no se programa, se cultiva. La próxima gran brecha no será de datos, sino de criterio. Las organizaciones que confíen ciegamente en la IA para protegerse descubrirán (aunque demasiado tarde) que la automatización sin pensamiento crítico no es defensa, sino delegación del riesgo. Y en un mundo donde la velocidad manda, tal vez el mayor acto de inteligencia sea detenerse a pensar. ____ Nota del editor: Ignacio Barraza forma parte, desde 2023, de Linko como Director de Transformación de Negocios, donde lidera iniciativas estratégicas tanto con clientes como dentro de la empresa. Su trayectoria combina experiencia en gigantes como Amazon, Uber, Banco Azteca y Linio, siempre enfocado en escalar operaciones y acelerar la innovación. Es Ingeniero Mecánico por el ITESM Monterrey y cuenta con un MBA por Hult International Business School. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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