¿Cuánto "valen" las emociones?
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O, con otro enfoque, ¿cuánto vale un recuerdo? Si has intentado vender el coche de tus mejores viajes, quizá pediste “un poco más”. No por el motor ni por las llantas, sino por los abrazos, las canciones a gritos, las pláticas de madrugada. La mente convierte objetos en contenedores de emoción… y cuando el corazón late fuerte, el precio se dispara en proporción a su intensidad.
A esto lo llamo sesgo de validación emocional . En breve: tendemos a creer que algo es verdadero, bueno o correcto si nos hace sentir bien. Y desconfiamos, casi automáticamente, de lo que nos incomoda. Nuestro cerebro usa un atajo: en vez de revisar todos los datos, le pregunta a la emoción “¿cómo me hace sentir esto?”. Si la respuesta es agradable, baja la guardia; si duele o incomoda, sube las defensas. Lo vemos a diario. Un producto “eco-friendly” con empaque bonito y mensaje tierno puede parecernos más responsable que otro lleno de datos técnicos, aunque el segundo sea realmente mejor para el planeta. Un político que habla “bonito” y nos emociona puede parecernos más confiable que otro más serio pero con propuestas sólidas. Muchas veces no premiamos la verdad, premiamos la sensación. Pasa igual con los grandes temas globales. Cuando el cambio climático se explica solo con cifras (“tantas toneladas de CO₂”), la mayoría desconecta. En cambio, cuando se habla de aire limpio para tus hijos, de ciudades habitables, de esos paisajes que te gustaría que sigan existiendo, algo se mueve adentro. No solo entendemos el problema: lo sentimos cerca, casi en la piel. Y lo que se siente cercano se vuelve más real y más urgente. Además, hoy vivimos sumergidos en estímulos emocionales. Redes sociales, series, noticias, anuncios… En muchos países la gente pasa más de 10 horas al día frente a pantallas. Cada like, cada meme, cada video indignante es una microdosis de emoción. Sin darnos cuenta, eso va validando ideas solo porque se repiten y nos hacen sentir algo: ternura, enojo, orgullo, miedo. Esas “microvalidaciones” se acumulan hasta parecer convicciones profundas. Las emociones no solo pintan lo que pensamos; empujan lo que hacemos y lo que valoramos. En estudios psicológicos se ha visto que cuando se induce miedo, las personas se vuelven más cautas y conservadoras. Cuando se induce enojo, toman más riesgos. El miedo susurra “no te muevas”, la ira grita “lánzate ya”. Y nosotros, seguros de que decidimos con pura lógica, seguimos a esas voces de fondo. Dentro del cerebro ocurre algo clave: primero reaccionan las zonas ligadas a la emoción y la supervivencia (Sistema 1); después entra la parte racional, que construye una historia coherente para justificar lo que ya sentimos (Sistema 2). Es como tener un narrador brillante explicando por qué era “obvio” lo que decidimos… cuando en realidad lo decidimos desde el estómago. ¿Qué hacer sin demonizar las emociones? No se trata de apagarlas, sino de conversar con ellas. Un primer paso es preguntarnos: “¿me gusta esto o es cierto?”. Parece simple, pero abre una distancia sanísima entre sentir y concluir. Luego, otra pregunta: “¿qué dato, si fuera cierto, me haría cambiar de opinión?”. Así invitamos a la evidencia a la mesa.
Ayuda también el “abogado del diablo emocional”: por unos minutos, imaginar que estamos equivocados y buscar argumentos en contra de lo que queremos creer. Y, sobre todo, hacer experimentos pequeños: probar en corto antes de comprometernos en grande. Un mes de nuevo hábito financiero, un proyecto piloto, una conversación honesta antes de una ruptura. La validación emocional no es buena ni mala: es humana. Nos permite enamorarnos, defender causas, cuidar a los nuestros. El reto es que no sea la única juez. Cuando aprendemos a sentir con claridad y pensar con calma, las emociones dejan de dictar sentencia y se vuelven aliadas. Y entonces nuestras decisiones valen no solo por lo que sentimos hoy, sino por la vida que queremos construir a largo plazo. ____ Nota del editor: Juan Carlos Chávez es Profesor de Creatividad y Etología Económica en el sistema UP/IPADE y autor de los libros Sistema 3: La Mente Creativa (2025), Homo Creativus (2024), Biointeligencia Estratégica (2023), Inteligencia Creativa (2022), Multi-Ser en busca de sentido (2021), Psico-Marketing (2020) y Creatividad: el arma más poderosa del Mundo (2019). Es director de www.G-8D.com Agencia de Comunicación Creativa y consultor de empresas nacionales y transnacionales. Encuentra sus libros en Amazon y síguelo en Facebook , Instagram , YouTube y LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor. Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión
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