¿Qué puede aprender la CRT de la Cofetel y el IFT?

La creación de la Comisión Reguladora de Telecomunicaciones (CRT), órgano desconcentrado de la Agencia de Transformación Digital y Comunicaciones, abre una nueva oportunidad de rehacer la regulación de las telecomunicaciones y la radiodifusión con el objetivo de alcanzar un México con inclusión digital universal, significativa e innovador. Pero también replicar riesgos del pasado. 

El diseño institucional de la CRT recuerda la extinta Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel) y hereda esquemas del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT). Por ello conviene preguntarse qué errores no repetir si la nueva CRT aspira a ser moderna, técnica y confiable.

Primero: la independencia no es un capricho burocrático, es la condición para tomar decisiones técnicas creíbles. La Cofetel operó históricamente con un diseño institucional que permitía fuertes influencias políticas. Esa falta de blindaje erosionó su capacidad técnica y su legitimidad ante los actores del mercado.

Aprender de ello obliga a la CRT a diseñar salvaguardas frente a cambios de dirección política y garantizar mandatos, nombramientos y remociones que prioricen la estabilidad técnica por encima de la conveniencia política. Sin instituciones que resistan la presión oficialista, las políticas públicas y la regulación se convierten en reacciones ideológicas y no en instrumentos para la conectividad y la competencia.

Segundo: la evidencia y los datos deben ser el corazón de cada resolución. El IFT logró en su vida institucional avances normativos y herramientas técnicas que impulsaron competencia y transparencia; sin embargo, también fue objeto de señalamientos por una narrativa oportunista al no resolver casos como el poder sustancial en TV de paga o hacer análisis de competencia con datos añejos, lo que derivó en un debilitamiento de su capacidad para tomar decisiones con datos.

La CRT debe tomar en serio la cultura de la evidencia empírica (consultas públicas, indicadores claros y abundantes, acceso a datos históricos y recientes, metodologías públicas y evaluaciones constantes) para que sus decisiones resistan el escrutinio público, la judicialización y la reinterpretación política. Los datos y la transparencia metodológica son la mejor defensa contra la arbitrariedad y la retórica.

Tercero: evitar la tentación de apretar tuercas regulatorias sin diagnósticos certeros. Ajustar el mercado es legítimo cuando hay fallas documentadas, pero es destructivo cuando se hace de manera indiscriminada o sin calibrar los impactos y costos de la regulación.

La experiencia del IFT muestra que regulaciones exorbitantes e intervencionistas como la preponderancia generan litigios, pereza regulatoria, incertidumbre y, sobre todo, desalientan la inversión y el avance digital. La CRT debe ser predecible mediante consultas públicas, reglas claras, procesos con plazos razonables, mecanismos de diálogo y recursos técnicos para que las empresas entiendan cómo cumplir y por qué es necesario.

Cuarto: la relación con la sociedad y los mercados no puede reducirse a comunicados de prensa. La Cofetel fue criticada por “funcionar” como una caja cerrada de decisiones técnicas desconectadas del ecosistema (operadores, academia, sociedad civil y usuarios). Si la CRT reproduce esa distancia social e industrial, será percibida como soberbia y ajena a problemas reales de conectividad e industriales.

Participación pública significativa mediante consultas transparentes y foros con representantes de la industria, usuarios y otros sectores deben ser rutina, no excepción. La interacción con la prensa, la academia y la presencia en foros fortalece las capacidades internas, las mejores prácticas y legitima decisiones complejas.

Quinto: fomentar la inversión privada y pública debe ser una prioridad normativa. La mejor regulación no es la que constriñe sino la que crea condiciones: certeza jurídica, reglas de juego estables y predecibles, esquemas de incentivos para despliegue de fibra y espectro y modelos regulatorios que permitan la innovación.

La CRT debe evitar crear ventanillas burocráticas que encarezcan proyectos o trámites que paralicen despliegues; en su lugar, debe diseñar rutas ágiles para concesiones y colaboración público-privada que aceleren la cobertura, digitalización e innovación.

Sexto: participación internacional y aprendizaje constante. La experiencia de la comunidad regulatoria mundial ofrece lecciones y estándares que aumentan la calidad técnica de las decisiones. El aislamiento internacional es un grave error porque disminuye la capacidad de dialogar, comparar, validar metodologías y adoptar mejores prácticas. La CRT necesita reconstruir redes de cooperación y participar activamente en foros multilaterales para estar a la vanguardia.

Finalmente, la estructura interna importa mediante perfiles técnicos robustos, diversidad de formación en economistas, ingenieros, abogados y comunicadores, así como órganos consultivos. Además, estrategias de comunicación social que traduzcan decisiones técnicas en beneficios tangibles para los usuarios son imprescindibles para ganar legitimidad.

La CRT tiene una ventana de oportunidad al rehacer la institucionalidad sin repetir los vicios de la Cofetel ni reproducir la soberbia que llevaron al desfase del IFT. La lección es clara y exige humildad institucional y regulatoria mediante independencia técnica respaldada por transparencia, evidencia empírica, datos, fogueo internacional y diálogo permanente con la sociedad y los mercados.

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