De nada sirve todo lo demás

Tal vez no estaba usted enterado, lector querido, pero pasado mañana se celebra el Día Nacional del Libro en México, en conmemoración del natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz. Bástele saber, por si aspira a una información comprobada, que solamente queda claro que Juana llegó al mundo un 12 de noviembre en San Miguel Nepantla y lo demás es embrollo y laberinto.

Según fé de bautismo hallada en Chimalhuacán, solamente se llamaba “Inés hija de la iglesia” y lo de Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, de padre vasco y madre mexicana, no existe. En cuanto a la fecha precisa de su nacimiento, tampoco, pues no han faltado quienes conmemoran su onomástico en todos los años que van de 1648 hasta 1651. Más no pongamos nuestro entendimiento en ligerezas.

Religiosa, primero de las carmelitas descalzas después profesó en el convento de San Jerónimo donde se dedicó afanosamente al estudio, la lectura, y por ende a la escritura. Su primer libro tenía el siguiente, y no muy breve título: Inundación castálida de la única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz que en varios metros, idiomas, y estilos, fertiliza varios asuntos; con elegantes, sutiles, claros, ingeniosos, útiles versos para enseñanza, recreo, y admiración.

Entre sus obras se cuentan montones de versos galantes, poemas de ocasión, sonetos, décimas, rimas, letras para cantarse en diversas celebraciones religiosas, y dos comedias teatrales llamadas Amor es más laberinto y Los empeños de una casa. Según ella, casi todo lo que escribió fue por encargo y la única cosa que redactó por gusto propio fue un poema filosófico llamado Primero sueño, al que llamó “un papelito”. En realidad, se trata de una alegoría filosófica de varios cientos de líneas, con métrica de silva, a propósito del ansia por el conocimiento, el vuelo del pensamiento y la consecuente caída de los que aspiran a las glorias del saber.

La obra –que ocupa un lugar relevante dentro de la historia de las grandes ideas filosóficas de México– empieza con una soberbia imagen astronómica y bélica de la Noche: (piramidal, funesta, de la tierra nacida sombra) y está dividido en cinco partes donde 150 versos pertenecen al anochecer, 115 al acto del dormir; 560 para describir el sueño; 59 al despertar y nada más 89 para el amanecer. (Todo lo anterior para hacer una síntesis y no agobiarlo a usted, lector querido con citas de volúmenes enteros de mitología, filosofía, ciencia y teología).

Grandiosa pero fatal, esta gran obra terminó de completar el armamento con el que las altas autoridades iban a destruirla. Hartos de sus libros, de su biblioteca, de su fama, de las cartas que escribía, pero sobre todo de su muy superior inteligencia, decidieron castigarla. La sentencia llegó por escrito, firmada por el obispo de Puebla y decía así:

No es mi juicio tan austero censor que esté mal con los versos en que vuestra merced se ha visto tan celebrada; después que Santa Teresa, el Nazareno y otros santos canonizaron con los suyos esta habilidad; pero desearía que les imitara, así como en el verso, también en la elección de los asuntos. Es verdad que dice San Pablo que las mujeres no enseñen; pero no manda que las mujeres no estudien para saber; porque sólo quiso prevenir el riesgo de elación en nuestro sexo, tan propenso siempre a la vanidad. Letras que engendran elación, no las quiere Dios en la mujer; pero no las reprueba el Apóstol cuando no sacan a la mujer del estado de obediente. (…). Mucho tiempo ha gastado usted en el estudio de filósofos y poetas; ya será razón que se perfeccionen sus empleos y se mejoren sus libros.

Debatiendo las opiniones del obispo por medio de lo que mejor sabía hacer, que era escribir, Sor Juana mandó una carta en respuesta. En ella confiesa que una buena parte del amor a vida se lo debió a su amor a los libros, prefirió estudiar los libros que a los hombres. y halló en ellos el mejor viático que encontró para su humano viaje. En ella se rebela y protesta, pero finalmente también contribuye a una condena que le habría de ser fatal. Porque parece darle razón al hombre necio que la acusaba (el obispo) cuando escribe:

En los pasos de mi estudio a la cumbre de la Sagrada Teología me pareció preciso, para llegar a ella, subir por los escalones de las ciencias y artes humanas; porque ¿Cómo sin Lógica sabría yo los métodos generales y particulares con que está escrita la Sagrada Escritura? ¿Cómo sin Retórica entendería sus figuras, tropos y locuciones? ¿Cómo sin Física, tantas cuestiones naturales de las naturalezas de los animales de los sacrificios, donde se simbolizan tantas cosas ya declaradas, y otras muchas que hay? Y si esto falta, ¿nada sirve de lo demás?

El resultado fue que Sor Filotea, que no era mujer y falseó su verdadero nombre, fue salpicada por su propia sinrazón pero no sirvió de nada. Los libros, su biblioteca y todos sus papeles le fueron prohibidos y retirados a Sor Juana hasta el día de su muerte. Su pensamiento, no. Y la eternidad de sus palabras, tampoco.

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