Cuando el poder se quiebra, la lección emocional que deja Nawat Itsaragrisil

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En cuestión de horas, Nawat Itsaragrisil pasó de ser el anfitrión y figura central de Miss Universe 2025 a convertirse en protagonista de una de las escenas más tensas del certamen, durante una ceremonia de bandas en la que reprendió a la representante de México, Fátima Bosch , a quien llamó “tonta” y la confrontó frente a las demás concursantes. El silencio fue inmediato y, unos segundos después, Bosch se levantó para decir que tenía voz y que no aceptaría un trato irrespetuoso. Su intervención, transmitida en vivo, provocó una ovación, y poco después varias concursantes abandonaron la sala en señal de apoyo. El video se viralizó con rapidez y en pocas horas superó el millón de reproducciones, mientras la organización Miss Universe publicaba un mensaje para reafirmar su compromiso con el respeto y la dignidad de todas las participantes.

En este punto lo que parecía un momento desafortunado se transformó en un debate global sobre liderazgo, poder y manejo emocional , pues el episodio expuso a un empresario bajo presión, pero también reveló cómo el ego puede eclipsar la conciencia. Tras esto, Nawat rompió en llanto y ofreció disculpas. El empresario dijo que no quiso ofender, aunque sus palabras sonaron más a desconcierto por las consecuencias que a una reflexión profunda sobre el daño causado; esto dividió opiniones entre quienes vieron arrepentimiento y quienes interpretaron un intento por contener la crisis. Para Nora Taboada, directora de AFE Liderazgo Consciente, el caso muestra lo que ocurre cuando el liderazgo se basa en el ego y no en el propósito. La experta explica que en situaciones de alta visibilidad el líder deja de escuchar y empieza a protegerse, pierde conexión con los demás y aumenta su reactividad porque su ego está en juego. Cuando el propósito guía las decisiones, dice, el liderazgo se vuelve un servicio. “El líder no solo piensa en sí mismo, sino en las personas que representa. Esa brújula interior marca la diferencia entre reaccionar por miedo o actuar con estrategia”, comenta. Yolí Sánchez Neyoy, fundadora de YSN Coaching, coincide en que las lágrimas no definen la sinceridad de una disculpa y que lo que demuestra autenticidad es lo que ocurre después. “Puede ser una emoción genuina o un desborde por falta de control. Lo que la define es la reflexión, la reparación y el cambio de conducta”, explica. En este caso, añade, las frases de Nawat “sonaron más a sorpresa por las consecuencias que a autocrítica por sus comentarios”. Cuando el miedo a perder control domina, el liderazgo deja de ser servicio y se convierte en defensa personal. Desde otra mirada, María Antonieta Alcalá, coach ejecutiva y de negocios, considera que lo sucedido es una radiografía de lo que pasa cuando la presión y el ego se confunden con liderazgo. “Muchos líderes siguen creyendo que responsabilidad es sinónimo de control. En contextos donde la imagen lo es todo, la presión por mantener una reputación impecable activa el ego más que la conciencia”, señala. Para ella, el llanto no es debilidad, pero la falta de autogestión emocional sí lo es. “Un líder auténtico no teme mostrarse vulnerable, pero lo hace desde la responsabilidad, no desde la reactividad”, apunta. Las tres especialistas coinciden en que el verdadero problema no es sentir, sino no saber gestionar lo que se siente. Durante décadas se confundió fortaleza con rigidez y se castigó la vulnerabilidad, y las emociones que no se atienden se acumulan hasta que, inevitablemente, se desbordan. Taboada enfatiza que la humildad se ha vuelto una cualidad indispensable para el liderazgo actual. Un líder puede admitir incertidumbre sin perder rumbo, siempre que mantenga clara su visión y sus valores. Sánchez Neyoy añade que el descontrol emocional genera miedo, erosiona la confianza y bloquea la colaboración, mientras Alcalá complementa que en una época donde la reputación puede destruirse en segundos, la coherencia emocional dejó de ser un lujo para convertirse en una competencia estratégica. El episodio de Tailandia puso en evidencia la distancia entre el poder y la empatía, y recordó que los valores de una organización se ven en quién asciende y en qué conductas se celebran. “El liderazgo no se demuestra en los aplausos ni en los discursos, sino en la capacidad de reconocer errores, reparar el daño y escuchar a quienes sostienen el proyecto colectivo”.

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