La nueva clase trabajadora del siglo XXI

En México, la economía se mueve mucho más allá de los grandes corporativos. Cada día, millones de personas trabajan sin una nómina, sin un horario fijo y, muchas veces, sin reconocimiento institucional. Son freelancers, consultores, creadores digitales, vendedores por catálogo o miembros de redes de mercadeo. Todos ellos conforman una nueva clase trabajadora: independiente, resiliente y cada vez más esencial para el país.

Según cifras del INEGI y la ENOE, alrededor del 41 % de la Población Económicamente Activa se encuentra en esquemas de autoempleo o trabajo independiente. Aunque muchos operan en la informalidad, un número creciente cumple con sus obligaciones fiscales, paga ISR e IVA, y contribuye al consumo interno. Sin embargo, esta realidad sigue sin ser reconocida como lo que es: una nueva forma moderna de productividad moderna, flexible y basada en el conocimiento.

Esta clase no busca necesariamente un empleo formal, sino autonomía, propósito y control sobre su tiempo. No se mide por puestos generados, sino por facturas emitidas, proyectos concluidos y comunidades creadas. Es una economía que nace del esfuerzo individual, pero que suma miles de millones de pesos a la actividad nacional.

Y, aun así, sigue fuera del radar de las políticas públicas.

El espejismo del emprendimiento

Durante años, el discurso sobre el emprendimiento en México ha estado ligado a la creación de empresas y a las MiPyMES. Pero la mayoría de los “emprendedores” en realidad son una sola persona que se sostiene con su propio talento. Son profesionistas que venden sus servicios, madres de familia que generan ingresos desde casa, jóvenes que viven de su creatividad digital o personas mayores de 40 años que encontraron en las ventas directas una segunda fuente de vida económica.

Confundir el emprendimiento con el empresariado ha provocado que miles de iniciativas queden sin apoyo. Los programas de crédito, capacitación y formalización siguen pensados para estructuras que ya tienen empleados, no para los que apenas buscan sostenerse.

México no necesita más trámites, sino verdaderos puentes hacia la formalización. Un freelancer o un consultor que se integra al sistema fiscal y accede a seguridad social es una microempresa en potencia. Si apenas una cuarta parte de ellos lograra formalizarse y crecer, el impacto en el PIB y la generación de empleo sería significativo.

La economía invisible

Según la Asociación Mexicana de Venta Directa, cerca de 3.5 millones de mexicanos participan activamente en redes de mercadeo o esquemas de venta directa. Si a ellos se suman los freelancers, prestadores de servicios digitales y consultores independientes, hablamos de más de 10 millones de personas.

En conjunto, generan ingresos anuales estimados por encima de 600 mil millones de pesos, una cifra comparable con sectores formales de manufactura o turismo. Sin embargo, su aportación económica no aparece reflejada en los indicadores tradicionales, porque no se miden las transacciones independientes ni las redes productivas descentralizadas.

Esa omisión no es menor: si queremos entender el México económico de hoy, necesitamos nuevas métricas de productividad. La economía del siglo XXI ya no se define por fábricas, sino de la capacidad de cada persona para generar valor desde su conocimiento, red y propósito.

El poder de formalizar lo independiente

Formalizar el autoempleo no significa burocratizarlo. Significa reconocerlo, facilitarlo y potenciarlo. Implica diseñar programas fiscales simples, esquemas de seguridad social proporcionales, incentivos digitales y financiamiento accesible para quienes operan de manera autónoma.

El verdadero reto del país no está en crear más empleos, sino en crear condiciones para que el autoempleo evolucione. México podría estar desaprovechando su fuente de innovación más poderosa: su gente. Personas que, con acompañamiento, educación financiera y tecnología, pueden pasar de sobrevivir a construir negocios sostenibles.

Una nueva narrativa del trabajo

Esta nueva clase trabajadora no pide subsidios: pide ser reconocida.

Su fuerza no está en el número de empleados, sino en la capacidad de reinventarse cada día.

Es momento de que los medios, las instituciones y las políticas públicas actualicen su mirada.

En la economía moderna, el trabajo ya no se mide por horas o contratos, sino por impacto, flexibilidad y propósito. Si aprendemos a valorar el esfuerzo de quienes se autoemplean, México podría convertir la independencia económica en su nuevo motor de crecimiento.

Porque al final, la verdadera transformación no ocurre en los mercados, sino en las mentes de quienes se atreven a cambiar su forma de trabajar.

Desde este espacio en El Economista, mi propósito será visibilizar a quienes hacen economía con propósito, desde su propio riesgo.

“Porque el riesgo no es perderlo todo, el riesgo es no atreverse a empezar”.

*La autora es mentora de Transformación Integral.

X: @maribelnuf

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