El lobo de Dios: pedofilia, trauma y la herida que enferma
Mi padre fue sustraído de su familia a los seis años por los Legionarios de Cristo y abusado sexualmente por Marcial Maciel. Vivió con ese secreto durante décadas, intentando dejarlo atrás para llevar una vida “normal”. Pero su cuerpo nunca lo olvidó. La enfermedad autoinmune que terminó por matarlo fue, en muchos sentidos, el eco físico de un trauma silenciado.
Durante mi formación como psiquiatra, tardé años en comprender la magnitud de ese dolor. No solo por el crimen en sí, sino por lo que representa: la traición a la inocencia, la aniquilación de la confianza, la violación del vínculo más sagrado entre un adulto y un niño. La reciente serie El lobo de Dios, de HBO Max, reconstruye este sistema de poder, abuso y encubrimiento con una crudeza que muchos consideran intolerable. Pero para quienes convivimos con víctimas, lo intolerable no es la exposición, sino el silencio.
Desde la neuropsiquiatría integrativa entendemos que el trauma no es solo un evento psicológico: también deja una huella biológica que altera la manera en que el cuerpo habita el mundo. Investigadores como Bessel van der Kolk (El cuerpo lleva la cuenta) y Stephen Porges (creador de la teoría polivagal) han demostrado cómo las experiencias tempranas de abuso sexual infantil modifican de forma permanente los circuitos del estrés, la regulación emocional y el sistema inmune. El eje hipotálamo-hipofisario-adrenal, encargado de regular la respuesta al peligro, se mantiene crónicamente activado. Esto produce niveles elevados de cortisol y citoquinas inflamatorias que generan una tormenta bioquímica capaz de dañar órganos y tejidos. La microbiota intestinal, también conocida como nuestra “segunda mente”, se ve afectada. Esta disrupción altera el sistema inmune y favorece la aparición de enfermedades.
Al observar la evolución médica de mi padre comprendí que su cuerpo hablaba el idioma del trauma. Su sistema inmunológico, confundido y fatigado, comenzó a atacarse a sí mismo. Su muerte no fue únicamente resultado de una enfermedad. Fue la consecuencia de un dolor que nunca encontró palabras ni justicia.
Un crimen sin justificación
En el ámbito clínico, la pedofilia se describe como una atracción sexual persistente hacia niños que no han alcanzado la pubertad. Pero más allá de las clasificaciones diagnósticas, la línea infranqueable está en el momento en que la fantasía se convierte en acción. Ese paso convierte la patología en un crimen, tanto en términos legales como morales.
La psiquiatría moderna reconoce en algunos pedófilos disfunciones neurobiológicas en el sistema de recompensa o en el control de impulsos, así como antecedentes de abuso en la infancia o ciertas comorbilidades psiquiátricas. Pero comprender no es justificar. El conocimiento clínico solo cobra sentido si permite prevenir y reparar el daño. Nunca si diluye la responsabilidad. Ningún patrón cerebral puede explicar la destrucción de una infancia.
El abuso sexual infantil es una de las formas más devastadoras de violencia. Desde la psicología del desarrollo se sabe que rompe la estructura sobre la cual el niño construye su identidad. Provoca disociación, mecanismo mediante el cual la mente se fragmenta para sobrevivir al horror. También genera culpa, vergüenza, depresión, ansiedad y dificultad para establecer vínculos de confianza.
El trauma no permanece solo en la mente. Se instala en el cuerpo. En la adultez, las víctimas suelen padecer dolor crónico, fatiga, trastornos gastrointestinales, enfermedades autoinmunes y alteraciones hormonales y cardiovasculares. El trauma no tratado se convierte en inflamación. La inflamación, en enfermedad. El cuerpo se transforma en un espejo donde se reflejan los abusos que la mente intentó olvidar.
La mirada integrativa: sanar en cuerpo, mente y espíritu
La psiquiatría integrativa propone un abordaje que reconoce al ser humano como una unidad biológica, emocional, relacional y espiritual. Para sanar el trauma no basta con la psicoterapia o la medicación. Es necesario volver a habitar el cuerpo, reconectar con las emociones y reconstruir la confianza en el vínculo humano.
Técnicas de regulación corporal como la desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR, por sus siglas en inglés), el trabajo somático, el yoga terapéutico y la respiración consciente pueden ayudar a liberar memorias implícitas. También las terapias asistidas con psicodélicos, siempre dentro de un marco clínico y ético riguroso, han mostrado resultados prometedores en el procesamiento profundo del trauma y la disociación.
Pero ningún tratamiento puede reemplazar el papel de la comunidad, la justicia y el reconocimiento social. Nombrar el abuso, acompañar a las víctimas y romper el pacto de silencio son también actos terapéuticos.
En mi caso, la historia de mi padre transformó por completo mi manera de ejercer la medicina. Comprendí que el cuerpo es la biografía de la psique, que cada órgano puede convertirse en la voz que denuncia aquello que el alma calla. Su muerte me enseñó que el trauma no se hereda solo a través de los genes, sino también en las heridas emocionales que las generaciones siguientes intentan sanar.
La herida institucional
El abuso sexual infantil dentro de instituciones religiosas es una herida colectiva que aún supura. La serie El lobo de Dios no solo retrata a un monstruo, sino a un sistema monstruoso, a una estructura que permitió que un sacerdote con acceso ilimitado al poder destruyera vidas bajo la protección del silencio.
En México y en el mundo, las víctimas siguen esperando algo más que disculpas. Esperan reparación, justicia y reconocimiento. Hablar de pedofilia y de abuso sexual infantil no es sensacionalismo, es hablar de salud pública, de neurociencia, de ética y de humanidad.
Mientras sigamos mirando hacia otro lado, el trauma seguirá transmitiéndose, de cuerpos a cuerpos y de generaciones a generaciones. Solo cuando comprendamos que el alma enferma también enferma el cuerpo podremos empezar a sanar como sociedad.
Me encantaría conocer tus dudas o experiencias relacionadas con este tema. Sigamos dialogando; puedes escribirme a dra.carmen.amezcua@gmail.com o contactarme en Instagram en @dra.carmenamezcua.
