Y ahora ¿quién podrá defendernos?

El gobierno de Donald Trump acaba de dar otro golpe a la libertad de prensa, uno de los pilares del modelo de democracia de los Estados Unidos. Pete Hegseth, el secretario de “Guerra” ha fijado nuevas reglas que prohíben el “acceso de los periodistas a grandes áreas del Pentágono sin escolta” y posibilita que se prohíba la entrada a reporteros que pregunten a cualquier persona en el Pentágono sin que se haya aprobado. Estas nuevas reglas impondrían un control sobre lo que puede o no ser publicado y son un paso previo para acusar a los reporteros que desobedezcan esta medida por “poner en riesgo la seguridad nacional”. 

En respuesta, reporteros de muchos medios tales como The New York Times, AP, AFP, Fox News y las cadenas de televisión ABC, CBS, CNN, Fox y NBC han entregado sus credenciales de acceso y rechazado las nuevas reglas, a las que algunos han tachado de inconstitucionales de acuerdo con la Primera Enmienda y lesivas para la sociedad norteamericana que necesita ser informada puntualmente, no a través de un filtro de censura.

Este es un paso más en el rediseño institucional, político y cultural que lleva a cabo la administración trumpiana y los ideólogos que la impulsan, que son finalmente los verdaderos arquitectos de los cambios. Los efectos sobre Estados Unidos y el mundo están sintiéndose cada vez más. La influencia y poderío de nuestro vecino del norte está envalentonando a las ultraderechas globales. A diferencia de años pasados, hoy hay grupos numerosos que no temen confesar su admiración a Hitler y el nazismo, su repudio abierto a las personas musulmanas o judías, su odio a las comunidades LGBTQ, en especial las personas trans, y un racismo abierto y directo.

En este panorama, México aparece como la nación más vulnerable a los extremismos estadounidenses. La ventaja que significa la cercanía con la nación más rica del planeta se puede volver una desventaja. No sólo la vecindad hace su parte, en el canon de la Casa Blanca la clase política mexicana aparece como corrupta, cercana a los cárteles del crimen organizado y demasiado cercana a las dictaduras latinoamericanas. La tentación de una intervención más decidida está sobre la mesa.

La democracia “modelo” está mostrando que se cumple el viejo adagio marxista: lleva en sí misma el germen de su destrucción. La democracia funciona mientras existan los demócratas, pero hay cada vez menos demócratas en el mundo, es decir personas que no solamente voten, sino que estén dispuestas a defender sus derechos y cumplir sus obligaciones.

Trump está siguiendo el mismo guion que otros demagogos populistas, pero lo cierto es que ha demostrado lo que de alguna manera siempre supimos: las democracias son más vulnerables de lo que creímos. Los analistas y periodistas más avezados se resisten a creer en esto, aseguran que es un fenómeno pasajero y que los votantes reaccionarán.

¿Se irá Donald Trump? Por supuesto, así como se fue AMLO, pero el trumpismo y la narrativa de López Obrador permearán la política de ambos países los siguientes años. Suponer que todo regresará a ser lo que era es un absurdo hasta histórico.

Trump ha logrado dominar al Congreso, pero no solamente conseguir la mayoría republicana, sino que ha podido nuclearlos a casi todos alrededor de sus ideas, lo cual no es poca cosa. Lo mismo con los gobernadores republicanos. Sus golpes políticos contra los demócratas que, salvo excepciones, están desarticulados los tienen a la defensiva. En sus discursos, el magnate los equipara con “enemigos” de los Estados Unidos. En sus propias palabras: “El enemigo interno (…) es más peligroso que China, Rusia y todos estos países”.

Sus descalificaciones y amenazas contra los medios, las universidades y, en general, la intelectualidad liberal ha disminuido los espacios de crítica. Los dueños de medios prefieren plegarse o agacharse para no enfrentarse a un hombre que utiliza abiertamente a la CIA, el FBI o el Departamento de Justicia contra aquellos que considera sus enemigos.

Las persecuciones contra migrantes tienen claramente un tono racista; los recortes presupuestales están acabando con avances importantes en educación, salud e investigación científica. Las marchas “NO KING” han sido de las más grandes que se recuerden, pero no han tenido la relevancia y el impacto que se esperaba. Puede ser que los norteamericanos en su mayoría no estén de acuerdo con su presidente, pero el desafiarlo es un paso que no muchos quieren dar.

La ruta de Trump pasa por consolidar el apoyo de los grandes capitales hegemónicos, inhibir o someter al Poder Judicial, lidereado por una Suprema Corte conservadora, y cambiar la Constitución para poder reelegirse por tercera vez. Si logra estas tres cosas la tensión mundial aumentará y se abriría la puerta a algo más.

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