Premio Nobel de Economía 2025

“La irreverencia es la clave del progreso”. Joel Mokyr

Este año el Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas 2025 (Premio Nobel de Economía) se otorgó a tres economistas por sus contribuciones a entender el impulso de la innovación al crecimiento económico. Específicamente a Joel Mokyr “por haber identificado los prerrequisitos para un crecimiento sostenido a través del progreso tecnológico” y conjuntamente a Philippe Aghion y Peter Howitt “por la teoría del crecimiento sostenido a través de la destrucción creativa”.

En los años cuarenta, el economista Joseph Schumpeter, en su libro “Capitalismo, socialismo y democracia”, abordó desde una perspectiva marxista, un enfoque completamente diferente a la visión tradicional (tanto neoclásica como marxista), la explicación de la evolución de la economía capitalista. Su tesis central es que el sistema económico no es estático, sino que está en un proceso de transformación constante impulsado por la innovación. Acuño el concepto de “destrucción creativa”, como “el proceso de mutación industrial que revoluciona la estructura económica desde dentro, destruyendo lo viejo y creando lo nuevo”. Por cierto, en su momento, su obra fue severamente atacada desde los círculos marxistas, porque lo acusaban de minimizar la lucha de clases, hacer una “idealización” del empresario como impulsor del progreso e ignorar las “contradicciones del capitalismo”.

Retomando la idea de Schumpeter, Philippe Aghion y Peter Howitt, en “The Economics of Growth” reconstruyen la llamada “teoría del crecimiento endógeno”, que explica el progreso económico no como un fenómeno externo, sino como el resultado de las decisiones de las empresas, las políticas públicas y las instituciones. Señalan que la innovación surge de la interacción entre empresas buscando beneficios e instituciones que determinan esos incentivos.

Desde su enfoque, el crecimiento no depende sólo de la acumulación de capital, sino de la acumulación de conocimiento, en donde un equilibrio de la competencia maximiza los incentivos a innovar. Con demasiada competencia, las empresas no capturan beneficios de la innovación; con poca competencia, la innovación se desincentiva. El Estado, no reemplaza al mercado, actúa como facilitador. Postulan que la innovación requiere un entorno donde las instituciones protejan los derechos de propiedad, se promueva la competencia y se facilite la incorporación de nuevas empresas en los sectores donde se produce la innovación. También destacan el papel de la educación como soporte del crecimiento a largo plazo, pues sin formación de capital humano, no hay innovación. Para ellos, el aprendizaje y la educación son determinantes para generar innovación.

Por su parte Joel Mokyr, desde una perspectiva de historia económica en su libro “Una cultura de crecimiento: los orígenes de la economía moderna”, plantea que el motor del desarrollo económico no fue la acumulación material, sino una revolución intelectual y cultural; para él, el despegue económico de Occidente no se deriva necesariamente de la acumulación de capital, sino de la acumulación de conocimiento útil y la disposición para aplicarlo.

Desde su perspectiva, la Revolución Industrial fue posible por el fenómeno que denomina La República de las Letras, la red de científicos y pensadores que intercambiaban ideas más allá de países y regímenes. La ciencia “dejó de ser una búsqueda de verdades abstractas para convertirse en un instrumento de mejora material”.

Los tres economistas coinciden de alguna forma en que el crecimiento depende de la capacidad de innovar, pero también de la existencia de una cultura, instituciones y un sistema educativo que posibiliten y fomenten la innovación.

Hoy, frente a estos planteamientos, las advertencias catastrofistas sobre el potencial impacto en el empleo de la inteligencia artificial y la computación cuántica, parecen ignorar la lección histórica desde Schumpeter hasta los nuevos Premios Nobel: cada revolución tecnológica destruye trabajos, pero crea nuevos. La destrucción creativa no es amenaza, sino motor del avance económico. Aghion y Howitt conciben como el desafío del siglo XXI no a la destrucción creativa, sino la capacidad para gestionarla para que sea inclusiva y sostenible.

Para nuestro país, esto implica necesariamente fortalecer y modernizar su sistema educativo, incentivar e invertir en investigación y mantener instituciones que den certeza jurídica y promuevan la innovación. Ese es nuestro reto.

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