Las cinco preguntas que debes hacerte cada vez que te pagan (Parte 1 de 5)
Cuando era joven me costó muchísimo trabajo hacer un presupuesto que realmente me funcionara. Casi siempre me pasaba y terminaba gastando un poco más. Eso significaba ahorrar menos, a pesar de que me pagaba primero a mí mismo (tenía que sacar de esa ahorro para cubrir el excedente de gasto). Todavía tengo en casa una gran variedad de libros sobre métodos para hacer un presupuesto. Lo intenté de todo y nada parecía funcionar, hasta que encontré, en internet, una hoja de cálculo en excel que me cambió la vida. La herramienta era buena, pero lo mejor era la filosofía sobre la cual estaba basada. Hoy en día esa pequeña hoja de cálculo se ha convertido en una completa app que, aunque ha evolucionado, no ha perdido su esencia. Hasta la fecha la sigo utilizando todos los días.
Esa filosofía es la base de lo que yo he llamado el plan de gastos que he explicado en este espacio más de una vez. Yo no uso la palabra presupuesto porque tiene varias connotaciones negativas y una de ellas es su falta de flexibilidad. La gente piensa que se debe “ajustar” a su presupuesto, cuando en realidad éste es el que se debe ajustar a nuestras necesidades, sobre todo cuando la vida nos tira bolas curvas y la realidad se da de manera muy distinta a lo que habíamos planeado. Poder modificar nuestro plan, cuando eso pasa, es esencial.
Por otro lado, a diferencia del presupuesto, un plan de gastos no se hace con el dinero que uno espera recibir durante el mes, sino con el dinero que uno ya tiene en mano. La idea es asignar a cada peso que ganamos un trabajo.
El principio es el mismo que seguían nuestros abuelos, cuando no existían las cuentas de nómina y el uso de las tarjetas de crédito no era tan extendido.
A ellos les pagaban en efectivo y lo que hacían era dividir ese dinero en diferentes sobres (categorías): esto es para pagar la renta, esto para la luz, para el agua, para la comida, etc.
Hacer un plan de gastos es, en esencia, lo mismo. La diferencia es que hoy tenemos otras herramientas financieras y tecnológicas. Como nuestros abuelos, no podemos meter en sobres (asignar) dinero que todavía
no hemos recibido. Entender esto es clave y me lleva a la primera de las cinco preguntas que nos debemos hacer cada vez que nos pagan.
1 – ¿Qué necesito que este dinero haga por mí, antes de que me vuelvan a pagar?
Esta es una pregunta que parece muy obvia y sencilla, pero no lo es tanto. Nos hace enfrentar la realidad pero también nos obliga a priorizar, porque el dinero que tenemos en mano es limitado. Así, nos hace enfocarnos en el hoy, en lo inmediato, en los pagos que tenemos que hacer y en lo que necesitamos comprar con este dinero que acabamos de recibir.
Se trata de asignar la TOTALIDAD de nuestro ingreso: darle a cada peso que ganamos un trabajo. Porque el dinero es rebelde como un adolescente: si no le decimos exactamente qué es lo que tiene que hacer por nosotros, hará lo que le venga en gana (y también si lo dejamos sin supervisión).
Debo confesar que al principio a mí me costó mucho trabajo, porque sin saberlo, estaba viviendo un mes por detrás.
Mi medio de pago preferido siempre ha sido la tarjeta de crédito, aunque no me endeudo con ella (o al menos, eso creía). Cada mes cubro mi saldo total y de esta manera obtengo todos los beneficios (seguros y puntos), sin pagar intereses ni cuotas anuales.
Pero cuando empecé a hacer mi plan de gastos y a hacerme esta pregunta, me di cuenta que buena parte de mi salario lo tenía que asignar a la categoría “pago de tarjeta de crédito”. En pagar lo que compré el mes anterior. Así, me quedaba muy poco dinero disponible para enfrentar todos los gastos de esta quincena (no podía cubrirlo todo, lo que implicaba seguirme financiando). Esto me generó mucho estrés, una sensación de falta de dinero muy desagradable.
Afortunadamente, seguí adelante con el método y eso me permitió cubrir poco a poco el déficit. Unos cuantos meses después logré ponerme al corriente. Fue un gran momento: al fin lo que ganaba hoy, lo podía asignar a necesidades futuras, no a lo que ya había comprado (y gastado).
Eso me motivó a dar un paso adicional: vivir un mes por delante. En otras palabras, este mes ya lo tengo cubierto. El dinero que gano hoy, lo asigno a los gastos del próximo mes. Cambié la sensación de estrés, por una de tranquilidad y libertad que es difícil de describir.
Hay otras preguntas importantes que nos debemos hacer, que abordaré en las siguientes columnas.
