El Nobel político
A nadie puede caberle duda de que le Premio Nobel, es un reconocimiento honroso e incuestionable. Sólo una sociedad, como la sueca, ha podido mantener durante tantos años vigente el reconocimiento a científicos y personas concretas. En premios como a la medicina, la física, la química y la literatura su valor y selección es incuestionable y por lo general se otorgan a quien de verdad lo merecen. El de economía y el de la paz, siempre implican, no sólo un reconocimiento sino un mensaje al mundo en general y a líderes políticos o países en particular. Pero siempre desde el prestigio de quienes seleccionan a los ganadores y en el contexto de una sociedad que ha hecho de la igualdad y la democracia dos de sus principales cartas de presentación.
Baste recordar algunos con carga como específica como el que le dieron a Winston Churchill (con el de literatura) o el Douglas North (en economía) o de la paz ya muy concretamente dado a la Confederación Japonesa de Organizaciones de Victimas de las Bombas A y H (2024) o el entregado a Narges Mohammandi por defender los derechos de las mujeres iranies que le costo 10 años de cárcel y este año lo recibió María Corina Machado Parisca, en reconocimiento a su lucha pacífica por la democracia y las libertades civiles en su natal Venezuela, en donde ha sido encarcelada, cancelados sus derechos políticos, vejada, agredida y vilipendiada por el régimen dictatorial de aquel país.
En un mundo en el que la democracia ha sufrido tantos ataques y se encuentra en franca regresión como no se había visto en los últimos 80 años, el mensaje es claro para el mundo, para los ostensibles autoritarismos, dictaduras o autocracias y para Venezuela en particular.
Para los involucrados en otorgar el Premio Nobel la preocupación es evidente. La democracia, no puede y no debe seguir perdiendo terreno, sean cuales fuesen las razones de los que están contra ella. No es extraño, por ello, que el premio no fuera para alguien como Donald Trump, que se siente merecedor, en su megalomanía, pero al interior de su país, no respeta derechos civiles y en este momento varias de sus principales ciudades están bajo el acecho de la guardia nacional o el ejército.
Nuestro país, se vistió con una vergüenza frente al premio y frente a María Corina Machado. Argumentando una pueril e inconexa defensa del principio de soberanía, la representante del estado mexicano, la responsable de llevar adelante la política exterior, la voz ante el mundo, la presidente Claudia Sheinbaum Pardo, se refirió con dos frases a la entrega del premio y al mensaje mandado por la prestigiosa academia sueca: “México es respetuoso de la soberanía de Venezuela” y en seguida, dijo que no haría más comentarios al respecto.
Hágame usted en fabrón cabor. ¿Qué tiene que ver la soberanía de Venezuela, con expresar de parte de la 12 economía del mundo —México— un reconocimiento mínimo a la galardonada, expresión de la lucha por la democracia y los derechos civiles?
Pues no, la señora no tuvo la estatura, la generosidad, la cortesía de expresar un mínimo reconocimiento por aquella otra mujer que se las ha visto negras, cuando ella por lo único que ha pasado es por asambleas estudiantiles y aguantar a el megalómano enloquesido que ha sido su mentor y guía.
Dan ganas de pedir perdón al pueblo de Venezuela y al mundo por la mezquindad y el mensaje implícito en lo dicho por la presidente de nuestro país. Se vio chiquita y miserable a menos que lo que haya hecho es mandar el mensaje claro: en México, no vamos a tolerar a alguien como María Corina Machado, porque nosotros vamos por el camino de Cuba y Venezuela. Nada más, pero nada menos, también.
