Un año de Sheinbaum y su autoritarismo suave

Es obvio que la contranarrativa que señala al gobierno federal de autoritario le molesta a la presidenta. Cada vez que aborda el tema responde que los medios son muy críticos de su gobierno y que las elecciones se llevan a cabo de manera abierta y pone de ejemplo a la elección judicial como muestra de la ausencia de autoritarismo. La verdad es que son malos ejemplos y de muy fácil respuesta. Pero en la mañanera del pasado 2 de octubre, al negar una vez más que su gobierno es autoritario, agregó una frase que retomo: “hay otras formas de autoritarismo”.  

Tiene razón. En las últimas décadas se ha puesto de moda en el mundo un tipo de autoritarismo al que podemos denominar “suave”, agazapado detrás de una fachada democrática. Este autoritarismo suave tiene la capacidad de utilizar esquemas sutiles de control social usando tácticas que restringen la libertad de expresión, acotan a las oposiciones y “compran” simpatías de amplios grupos sociales. Esto se logra a través de una combinación de narrativas “en favor de los pueblos” o reivindicativos de “pasados gloriosos”; reformas legales; anulación de otros poderes, institucionales o no; y vastos recursos financieros provenientes de las arcas públicas o de otras fuentes (huachicol, por ejemplo), que son utilizados para la derrama en enormes apoyos sociales y compra de “simpatías” en los medios. A la gran inversión privada se le conceden jugosos proyectos y beneficios con la condición de que sean dóciles.

Este esquema, que suena de manual, requiere una intrincada construcción que lleva años. Lo peor es que generalmente llega de la mano de democracias frágiles y poblaciones decepcionadas por los resultados gubernamentales y la clase política. El autoritarismo suave generalmente no echa mano de la violencia represiva. En lugar de reprimir a las oposiciones, las debilita aprovechando sus puntos débiles, ridiculizándolas, cortando fuentes de recursos y la manipulación de narrativas. Un vistazo a partidos opositores como el PAN o el PRI dará cuenta de lo fácil que ha sido anularlos. Otros actores opositores (empresarios rebeldes, intelectuales, comunidades) carecen de legitimidad o bien de peso político.

Detengámonos en la narrativa de la 4T. Esta es una mezcla de aspiración justiciera (los más pobres en el centro de la atención del Estado), con rencor hacia sectores “privilegiados” de la sociedad, un toque de pasado glorioso (ninguna época como la de los mexicas). Esta narrativa se machaca todos los días a través de las mañaneras y llena los principales espacios mediáticos. Los mayores recordarán el noticiero 24 horas de Jacobo Zabludovsky que se centraba en las actividades presidenciales. Las mañaneras son mejores, se dan al inicio del día y los medios difícilmente pueden eludir “los dichos de la presidenta”. Los ataques a los medios que no se alineen hacen el resto. Sí, la narrativa es uno de los pilares del autoritarismo suave. Quien crea que solo es compra de votos a través de los recursos económicos (becas, pensiones y apoyos) se equivoca. El dinero es el otro pilar sin duda, pero la narrativa no es menor.

En el terreno de los recursos hay límites. Los incrementos a los salarios mínimos no pueden seguir siendo importantes simplemente porque la economía no está para eso. También hay una cota para los apoyos sociales. La demostración es el aumento que hubo en la pensión del bienestar para los adultos mayores que aumentó, entre 2024 y 2025, el menor porcentaje desde que se instituyó, de seis mil a seis mil 200 pesos. A menos que la economía comience a crecer y el gobierno a incrementar sus ingresos, los apoyos sociales amenazan con convertirse en un peso cada vez mayor para la 4T.

El caso de la narrativa, el otro gran pilar, es todavía peor. Fincada en la idea de que son diferentes, honestos, austeros y viven en la justa medianía, cada nuevo escándalo mella esa imagen. Viajes costosos, ropa de marca, dispendios que superan incluso a los de otras épocas. Por si fuera poco, la liga de algunos de los personajes más importantes, como Adán Augusto López Hernández, con el crimen organizado a través de su exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez Requena, y la Barredora, grupo criminal aliado del CJNG.

Así, las bases de la 4T están vulneradas, no destruidas. El gran hacedor, AMLO, no está visible y aunque actúa tras bambalinas, eso no es suficiente. Tras las cifras de popularidad de Claudia Sheinbaum, las encuestas nos dicen que su gobierno y acciones no están bien calificados. Cada nueva defensa de los Adanes, los hijos y los gobernadores mafiosos debilita la imagen de la supuesta transformación.

Hay un hecho que no debemos olvidar: cuando los autoritarismos suaves están acorralados tienden al viejo autoritarismo y la tiranía, no a la democracia.

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