Toda la biblioteca de la AML, por primera vez reunida
Es temprano por la mañana en Donceles 66. En el patio de esta casona del siglo XVIII se está montando una serie de mesas y sillas para una celebración. Es el día exacto del aniversario de la Academia Mexicana de la Lengua (AML), son 150 años de existencia. Este jueves 11 de septiembre hay sesión solemne. Después de casi dos décadas de litigio, en el edificio no hace mucho recuperado por la AML –donde hasta 2020 hubo una editorial y una pizzería– se volverá a reunir la gran mayoría de las y los miembros de número.
El filólogo y académico Alejandro Higashi y el bibliotecario Filiberto Esquivel han llegado con anticipación para continuar con las labores de organización de la biblioteca de la Academia que hasta ahora suma un estimado de 55,000 ejemplares.
“Ésta es la primera vez que tenemos reunida la biblioteca porque durante casi 20 años estuvo segmentada por falta de espacio. La mitad la tuvimos en las distintas ubicaciones que fuimos ocupando, pero la otra parte estuvo en diferentes bodegas”, comenta Higashi.
En la Sala de Lectura, a un costado de la Sala de Plenos de la AML, Filiberto Esquivel está preparando una selección de joyas editoriales que están bajo resguardo de la corporación. Las va a mostrar a este diario. Detrás, sobre los estantes, se observan algunas hojas de papel pegadas o engarzadas entre los libros que, con textos a mano, indican, por ejemplo, la ubicación de la Colección Rubén Bonifaz Nuño o la de Miguel Capistrán.
Algunos tesoros invaluables
“El perfil de nuestra biblioteca está muy definido, y es doble. Por un lado, resguardamos publicaciones de nuestros académicos y académicas o que tengan que ver con su obra. Por otro lado, también resguardamos todos los libros que tengan que ver con el español en general, con especial atención al español de México. Aquí tenemos todos los diccionarios de los que sabemos, por supuesto”, detalla Higashi, mientras que Esquivel, el bibliotecario y también restaurador, se declara listo para mostrar su selección de los tesoros bibliográficos de la AML.
Señala y refiere detalles sobre el Acta Constitutiva de la Academia Mexicana de la Lengua, escrita a mano y fechada precisamente el 11 de septiembre de 1875. La primera página ha sido restaurada por Esquivel. Quizás por el apetito de algún bicho, le hacía falta una parte significativa en el margen interior de la primera página que ya fue cubierta con todos los protocolos de restauración necesarios.
El material de intervención, explica Esquivel, “es papel japonés con un pegamento que se llama PVA de polivinilo. No es invasivo ni es ácido. Es lo que suele usarse en una restauración de este tipo”.
A continuación, el bibliotecario muestra las tarjetas autógrafas –más o menos del tamaño de una ficha de trabajo– que el historiador, filólogo y editor Joaquín García Icazbalceta (1825-1894) realizó personalmente durante la segunda mitad del siglo XIX con entradas –es decir, los términos y sus acepciones– que más tarde, después de su muerte, el bibliógrafo Luis García Pimentel, su hijo, incorporó a un diccionario.
En una de estas fichas, Icazbalceta escribió términos como baboseado o baboso y abadejo o abajeño, con su correspondiente método de lema, indicación de la morfología, definición y ejemplo.
Higashi se aproxima a una de las fichas para leer: “baboso: que se queda mirando con una cara de bobo. Baboseado: tratado por muchas personas. Material baboseado”.
En esta selección también se presume una edición del Diccionario de la Lengua Castellana impreso en Madrid en 1783.
El bibliotecario también muestra el manuscrito del clásico de la literatura mexicana Santa (1903), de Federico Gamboa. En él, el escritor extendió sus renglones hasta los meros bordes de las páginas con una letra minúscula, difícil de leer desde más allá de los 20 centímetros.
“Éste es un borrador de trabajo, porque sabemos que Gamboa escribía a mano, pero luego lo mecanografiaba todo. Estamos hablando de finales del siglo XIX. En ese entonces, pasar algo de un manuscrito a la máquina de escribir era la última tecnología. No somos muy conscientes de eso, pero fue un salto importante”, comenta el académico.
En el otro extremo de la mesa, Esquivel abre un grueso y antiquísimo libro de forro de piel que en el lomo dice: Aeneis. Es La Eneida, de Virgilio, escrita en latín y publicada en febrero de 1500.
“Éste es el libro más antiguo que tenemos. Es un incunable de la colección de don Rubén Bonifaz. Está muy bien conservado. Está intervenido, la encuadernación no es la original, pero sí está en buenas condiciones”, señala el bibliotecario y de inmediato se dirige a Higashi: “Es el libro que estaba en la caja fuerte”.
Don Rubén Bonifaz Nuño fue un egregio traductor de obras del latín y el griego, incluyendo la obra de Virgilio.
Todo lo anterior es resultado del trabajo que ahora mismo ocupa a Higashi y a Esquivel, la consolidación, catalogación y, en casos muy específicos, digitalización de un acervo que materializa el relato y la reputación de una institución de este tamaño. Donceles 66 será su hogar por las siguientes décadas.
Alejandro Higashi está ataviado con la venera y la solapa que llevan el escudo de la Academia Mexicana de la Lengua, distintivos que hay que portar en sesiones del grado de solemnidad como la que se prepara. Después de todo, solamente una vez se celebran 150 años de existencia, y de resistencia.