La "magia" del Presupuesto
Cada septiembre, la Secretaría de Hacienda nos presenta un relato optimista: crecimiento robusto, precios del petróleo “prudentes” y una deuda pública bajo control. Pero la realidad de los últimos años muestra otra cara: proyecciones infladas, ingresos sobreestimados, y un Pemex y una CFE convertidos en un sumidero de recursos fiscales. La narrativa oficial se estrella contra los hechos y nos deja con un déficit creciente y una deuda que compromete a las próximas generaciones.
En 2022, Hacienda prometió un PIB de 4.1%; apenas alcanzamos 3.1%. Para 2024 se habló de un sólido 3%, pero la economía cerró en apenas 1.2%. La inflación, que debía converger al objetivo de Banxico, superó de manera sistemática las proyecciones oficiales: 7.82% en 2022, 4.66% en 2023, 4.21% en 2024, siempre por encima del guion oficial. En contraste, el precio del petróleo fue la variable que jugó a favor: en 2022 se presupuestaron 55 dólares por barril, cuando la mezcla mexicana promedió casi 90 dólares. Ese “error” llenó las arcas con ingresos extraordinarios que maquilaron las cuentas públicas.
El tipo de cambio fue otra sorpresa: Hacienda lo veía en 20.6 pesos por dólar en 2023, pero el peso se apreció hasta 17.2 en promedio, una desviación histórica. El gobierno de López Obrador lo quiso vender como logro de su administración; más que la apreciación del peso, fue una debilidad global del dólar que nada tenían que ver con México. Esa fortaleza abarató la deuda externa en pesos, pero también redujo los ingresos petroleros. En síntesis: los supuestos macroeconómicos resultaron ser más un acto de fe que un diagnóstico realista.
El punto más delicado es el fiscal. En 2022 y 2023, la deuda pública (SHRFSP) se mantuvo bajo 49% del PIB gracias a ingresos inflados por inflación y petróleo. Pero en 2024 el déficit saltó a 5.7% del PIB, el mayor en décadas, y la deuda rebasó el 50% del PIB, incumpliendo la promesa de disciplina. Para 2025, el paquete económico aprobado contempla un déficit de 3.9% del PIB, abriendo la puerta a una dinámica de endeudamiento riesgosa.
En medio de este panorama, Pemex y CFE son el verdadero elefante en la sala. En 2022, Pemex redujo su déficit gracias al crudo caro, pero en 2023 y 2024 volvió a hundirse, acumulando una deuda financiera de 97.6 mil millones de dólares. Solo en 2025 y 2026 vencen 25 mil millones de dólares de bonos, que el gobierno tendrá que cubrir. CFE, por su parte, acumula pérdidas por subsidios a tarifas y costos crecientes de generación. Cada peso destinado a rescatarlas es un peso menos para educación, salud o infraestructura productiva.
La otra cara de la irresponsabilidad son las transferencias de dinero sin condiciones. Si bien los programas sociales han dado apoyos directos a millones de hogares, su diseño universal y sin reglas de desempeño implica un gasto rígido que desplaza inversión y margina proyectos de productividad. Mientras Pemex devora rescates y los programas sociales se vuelven intocables, la inversión pública como proporción del PIB está en mínimos históricos.
México se enfrenta así a una trampa fiscal autoinfligida: ingresos sujetos al vaivén de los precios internacionales, gasto rígido en subsidios y transferencias, y una deuda que crece para financiar presente a costa del futuro. La prudencia se cambió por populismo presupuestario, y la factura no tardará en llegar.
No hay país que aguante gastar más de lo que produce, subsidiar empresas inviables y repartir recursos sin exigir nada a cambio. El presupuesto es, en teoría, un instrumento de planeación. En la práctica, se ha convertido en un relato irresponsable que oculta la fragilidad de nuestras finanzas públicas. La pregunta es: quién se atreverá a corregir el rumbo antes de que la deuda nos corrija a todos.