La Marina y lo que ya sabíamos
Era común escuchar en los años de la institucionalidad, imperfecta, pero institucionalidad al fin, que lo difícil no era sacar a la calle a la Marina o al Ejército, sino que volvieran a sus cuarteles. La frase tenía muchas consideraciones involucradas.
En primer lugar, aludía a que el Ejército al probar las penurias, pero ciertamente también, las mieles de las calles, sería muy difícil que sus hombres –seres humanos al fin– se devolvieran mansamente y sin remilgos a la austeridad y tedio de sus cuarteles.
Aludía también, a que ya alejados de los cuarteles, comenzarían a tener contacto con la pobreza, la riqueza o la vida exterior en el mundo cotidiano y empezarían a formarse una opinión sobre el mundo que los rodea, con ello entonces a revivir ambiciones políticas, acercarse a intereses concretos o a construir alianzas con fuerzas ajenas a las armadas.
Finalmente, y por ningún motivo, se les daban tareas que no estuvieran ligadas a la vida castrense. No sólo porque no habían sido preparados para ello, sino porque podrían caer en las tentaciones humanas que invitan a el abuso o la corrupción, todo esto fue ignorado por el presidente anterior, con la intención ahora se sospecha, de hacerlos cómplices en negocios y con ello garantizar su lealtad como ha hecho Maduro en Venezuela u Ortega en Nicaragua.
Darle, como se hizo en el sexenio anterior, labores de construcción y administración de puertos y aduanas, tarde o temprano tendría consecuencias. El Tren Maya impulsó momentáneamente al sureste, pero sobre todo enriqueció a ciertos empresarios, familiares presidenciales y sin duda a mandos castrenses.
La administración pública en sí misma no sólo desnaturaliza las labores castrenses, rompe la lealtad entre dichos cuerpos y sus partes. Un general o coronel o un vicealmirante, que tiene un cargo con el cual sus subalternos pueden sospechar que se está corrompiendo, rompe la lealtad institucional y aquel subalterno se convierte en un extorsionador posible de aquella autoridad, aunque sea su superior, so pena de denunciarlo, como pasó con un marino que denuncio a su superior el año pasado según publicó un periódico nacional el fin de semana. Finalmente acabó muerto en un lugar en el que sólo sus compañeros marinos conocían.
De alguna manera, darle al Ejército otras tareas rompe ese espíritu de cuerpo y pone en peligro la unidad y la lealtad toda de las fuerzas armadas o la Marina y traslada su lealtad al dinero y a empresarios cómplices o socios en los negocios. Ese es el verdadero peligro, más allá de los que la frase que use al principio de este escrito, significa.
Nos enteramos la semana pasada que, habiéndose incautado 10 millones de litros de gasolina, cuyo permiso indicaba que eras lubricantes, desató una serie de investigaciones que acabaron con la detención de ocho personas, seis de ellos marinos y dos empresarios que se dedicaban al jugoso negocio del huachicol fiscal y cuya posibilidad de cometer el ilícito provenía de los puestos que ocupaban en la aduana.
No puede afirmarse que el comportamiento equivocado de unos cuantos, haga sentenciar a toda la corporación, pero de estos asuntos vamos a conocer más y tan o más graves que este. Nada más, pero nada menos, también.